Una comedia salpicada de diálogos ingeniosos con trasfondo de lucha generacional en el contexto contemporáneo de la ecología y la nueva izquierda
Lucha generacional y desplante familiar para una comedia certera y repleta de diálogos inteligentes que acentúan con pujanza las incongruencias de nuestros más acérrimos ideales. Podemos intuir una influencia muy cercana con el Tío Vania de Chéjov; aunque llevado a un presente que nos toca de cerca. No es solo el desencanto por el fracaso o un atisbo de amor quebrado o la cuestión del ecologismo; sino aquellos aspectos freudianos sobre la relación ancilar con los padres. El tono es de inteligencia melodramática a lo hermanos Marx; pero la recursividad tan apremiante ―cómo las frases van y vuelven insistiendo en la misma idea hasta barrerla o remarcarla en el absurdo―, resuena a Billy Wilder, a Ernest Lubitsch o a Howard Hawks. La ironía es un arma que hiere en dos tiempos, en la punzada y en el recuerdo; luego no queda más remedio que sacar la artillería dialéctica. El texto de Marcos Fernández Alonso está hilado con ese estilo brillante manifestado en unos diálogos bien pulidos ―sobre todo, la primera parte―; pero que da la impresión de que necesita despojar su argumento de profundidad política. Porque inicialmente contamos con Antonio Romero, el auténtico protagonista, un joven talludito que debe regresar al casón de su madre, para recuperarse de su derrota empresarial, una cooperativa agrícola y sagradamente ecologista que «sufrió» las maldades de un hongo que bien podía haber sucumbido a los habituales pesticidas de la industria. Los principios mandan y hay que llegar hasta las últimas consecuencias. Su progenitora, viuda, izquierdista de las de antes ―ya se sabe: batallitas sobre el esfuerzo y la virtud in illo tempore―, devenida «burguesa» tras la bonanza propiciada por sus éxitos en la misma área que su vástago, se queda a gusto en la crítica. El planteamiento es cómico, sagaz y despliega una batalla entre dos generaciones: una, que ciertamente ha avanzado en su bienestar y que ha sabido aprovechar las circunstancias favorables del crecimiento económico (aunque incapaz de reconocerlas); y otra, arrastrada por pensamientos utópicos e idealistas, y concepciones del nuevo «new age», de la nueva religión ―otra vez― de salvar al mundo con un granito de arena caritativo. Lanzamiento de cuchillos que ponen buen ritmo a la obra. Romero entremezcla en su interpretación el reconcome del frustrado y del tipo algo infravalorado por sí mismo, y, a la vez, rabioso a la hora de exprimir su sarcasmo. Verdaderamente un buen trabajo. De igual forma, María Segalerva hace de madre a través de una sugerente escenificación de cinismo sutil y requiebro intelectualoide (los conceptos marxistas con los que salpimenta su proclama apuntalan su hipocresía) contra el que nadie puede enfrentarse realmente. No duda en desempolvar su arsenal para «derribar» moralmente a su muchachote y, después, por extensión a la novia oenegista. Creo que la función decae un tanto, cuando entran en acción los otros dos personajes. Ya sea porque los principales son bastante potentes o porque estos no acaban de redondearse. La susodicha novia es Maya Reyes, una chica segura de su labor en una institución dedicada a la ayuda social, con todos los tics de aquellos que se quieren convencer en conciencia de que su mecanismo favorece a las personas que socorren y que, además, lo hacen al margen del sistema. Quizás le falta fuerza para aguantar su posición en el debate y para no decaer con flirteos inacabados con el cuñado ―ese escarceo directamente no funciona; aunque se inicie delante de nuestros ojos―. Marcos Fernández Alonso encarna el personaje del hermano, un mago que ha perdido sus «poderes». Los guiños humorísticos que introduce favorecen la comedia y reducen la tensión; pero él resulta poco creíble. No se puede aceptar fácilmente que alguien así, un poco pan sin sal, se suba a un escenario para embaucar a los espectadores. Sobre todo, porque se queda algo ladeado en las discusiones familiares. Por otra parte, es elogiable la escenografía, máxime si tenemos en cuenta que es una sala de reducidas proporciones y que asumimos el bajo presupuesto. Itziar Hernando ha partido en dos el espacio. Por un lado, la habitación principal donde transcurre todo y, al fondo, tras unas mamparas traslúcidas, lo que debemos imaginar como el jardín, en el que se ha plantado el famoso peral del título ―símbolo de rebeldía y gesto de superación en una crisis psicológica, familiar y amorosa acuciante―, y que sorprenderá al espectador en el desenlace. Una buena idea para potenciar el concepto profundo de la propuesta. En conclusión, este montaje en el Teatro Nueve Norte consigue, a través de la comedia más clásica e inteligente, trasladarnos un conflicto absolutamente contemporáneo que posee interesantes puntos de reflexión dentro de una función de calidad.
Dirección y dramaturgia: Marcos Fernández Alonso
Elenco: María Segalerva, Maya Reyes, Antonio Romero y Marcos Fernández Alonso
Escenografía y vestuario: Itziar Hernando
Diseño de luces: Juanjo Herbé
Cartel: Aylin Vera
Fotografía: Juan Carlos Toledo @jcartoledo
Producción: Nueve Norte
Patrocinio: DE CASTRO estudio de abogados
Proyecto incluido en la muestra SURGE MADRID 2019
Teatro Nueve Norte (Madrid)
Hasta el 30 de junio de 2019
Calificación: ♦♦♦
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2 comentarios en “Un peral entra por la ventana”