Un peral entra por la ventana

Una comedia salpicada de diálogos ingeniosos con trasfondo de lucha generacional en el contexto contemporáneo de la ecología y la nueva izquierda

Lucha generacional y desplante familiar para una comedia certera y repleta de diálogos inteligentes que acentúan con pujanza las incongruencias de nuestros más acérrimos ideales. Podemos intuir una influencia muy cercana con el Tío Vania de Chéjov; aunque llevado a un presente que nos toca de cerca. No es solo el desencanto por el fracaso o un atisbo de amor quebrado o la cuestión del ecologismo; sino aquellos aspectos freudianos sobre la relación ancilar con los padres. El tono es de inteligencia melodramática a lo hermanos Marx; pero la recursividad tan apremiante ―cómo las frases van y vuelven insistiendo en la misma idea hasta barrerla o remarcarla en el absurdo―, resuena a Billy Wilder, a Ernest Lubitsch o a Howard Hawks. La ironía es un arma que hiere en dos tiempos, en la punzada y en el recuerdo; luego no queda más remedio que sacar la artillería dialéctica. El texto de Marcos Fernández Alonso está hilado con ese estilo brillante manifestado en unos diálogos bien pulidos ―sobre todo, la primera parte―; pero que da la impresión de que necesita despojar su argumento de profundidad política. Porque inicialmente contamos con Antonio Romero, el auténtico protagonista, un joven talludito que debe regresar al casón de su madre, para recuperarse de su derrota empresarial, una cooperativa agrícola y sagradamente ecologista que «sufrió» las maldades de un hongo que bien podía haber sucumbido a los habituales pesticidas de la industria. Sigue leyendo

Anuncio publicitario

Future Lovers

La tristura plantea un viaje desde el futuro hacia el momento crucial de unos adolescentes

Foto de Mario Zamora

Reconocer el punto de partida. Reconocer en tu memoria el día de tu epifanía; cuando tomaste conciencia de quién ibas siendo, de que tu madurez se había iniciado. Sí, «Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde /—como todos los jóvenes, yo vine / a llevarme la vida por delante.», que expresaba Gil de Biedma. Con el prólogo, enseguida, me trasporto al capítulo de Black Mirror titulado «San Junípero». Sara Toledo se enviste de guía. Es su historia, es su experiencia. Estamos en el futuro lejano y desde allí ella (imaginemos alguna empresa que nos pueda ofrecer la siguiente aventura) pretende situarse en una noche muy concreta de 2018, cuando terminó el curso y se marchó a un descampado a las afueras de la ciudad con sus amigos del instituto para celebrar el cumpleaños de su novio. La noche en la que tuvo la «primera decepción de su vida». La actriz ya adopta el lenguaje fluido y espontáneo, muy fresco, que va a estructurar toda la función. Luego, descubrimos plenamente la escenografía que nos va a acompañar hasta el final y que ha creado Ana Muñiz: una imagen gigantesca con el skyline de Madrid, una pequeña arboleda y el maletero bien cargado de botellas de un Opel Astra blanco. Sigue leyendo