Pablo Chiapella protagoniza esta revisión de la afamada película desde una perspectiva excesivamente humorística
Mucho lastre es la versión cinematográfica de Milos Forman para esta visión teatral tan poco acibarada y tan insolente en su desfachatez humorística. Porque lo sustancial consiste en determinar, como así pretendía denunciar Foucault en su famosa historia, qué es la locura y quién determina quién está loco. Para ello es fundamental encontrar un tono preciso en el protagonista, McMurphy; no tanto para hacernos dudar de su cordura ―enseguida comprobamos que lo suyo va por otro lado―, como para adentrarnos en el marasmo de complicidades legales, morales y opresivas que llevan a un tipo así a un centro psiquiátrico. En el desenlace está la solución. En definitiva, Jack Nicholson nos demostró que era un tipo avieso, un dechado de vicios, un juerguista, un apestado social y, sobre todo, un camorrista dispuesto a montarla hasta el fin de sus días. ¿Por qué no calificarlo como chiflado ―ampliando un poco el término― para así aplicarle la medicina adecuada para tal dictamen médico? Jaroslaw Bielski ha permitido que a su montaje entre un intruso, un personaje que no corresponde con la novela de Ken Kesey; ha dejado que Amador, un gamberro salido y medio lelo que vive en la urbanización Mirador de Montepinar, se cuele para hacer de las suyas. Desde luego, el popular actor de la serie La que se avecina ha logrado el éxito por méritos propios y ha sabido crear un espécimen que oxigena de forma sobresaliente este mundo de lo políticamente correcto; pero aquí era necesario matizar esa chispa macarra que imprime a cada acción ―y que el público agradece, puesto que parece que a eso ha ido―, inmiscuirse en el lado oscuro de un trafullero. Parece que le han indicado: «diviértete como tú sabes. Juega en el escenario». Tampoco salen muy bien parados los caracteres del resto de compañeros; ya que cuesta pensar en sus frenopatías y en sus molleras empastilladas. Sobre todo, si nos fijamos en el Harding de Alejandro Tous (mejora mucho hacia la parte final, cuando se suelta totalmente) o en el Martini de Fernando Tielve (muy blandito) o en el Cheswick de Emilio Gómez (falta un punto de insensatez). Recordemos que este no es un espectáculo nuevo, sino que el propio Bielski lo montó con Teatro Réplika en 2004, también con Chiapella como protagonista (podemos ver este vídeo para comprobar que el tono era de calidad muy superior al que nos muestran ahora). ¿Qué debemos concluir de esto? Pues seguramente que la televisión actual hace mucho daño al arte dramático, tanto al modo de interpretación como a la mirada del espectador. Incluso, que rebajar la tensión favorece los aplausos de un número mayor de asistentes. Alguien voló sobre el nido del cuco es una tragedia y no se puede dar un salto mortal tan abrupto. Añadamos que la duración es de tres horazas que requieren una criba generosa; porque algunas escenas de ensamblaje se demoran demasiado. Además de que asistimos a situaciones que están mal resueltas, como el guateque ese donde cuelan a las amiguitas de McMurphy y suena una música horrenda que no permite escuchar ni una sola palabra. Aunque se dan tres aspectos por los que merece la pena asistir a esta función: la escenografía, creada por Laura Lostalé y que recoge la blancura idónea que inunda el espacio y que nos sitúa en un tiempo cargado de anacronismos, donde el futuro se une con el pasado; a ello se suman los vídeos de Felipe Ramos, que profundizan en cierto onirismo, y el vestuario Almudena Bretón y Fede Pouso, que también combinan los uniformes prototípicos de las enfermeras de posguerra en Estados Unidos con detalles de la asepsia propia de la ciencia ficción. El otro aspecto es el propio relato, contado en una especie de introspección por el Jefe Bromden, encarnado con solvencia y misterio por Rodrigo Poisón, que profundiza en la oscuridad de las enfermedades mentales y en cómo se aplicaban métodos exigentemente expeditivos (y salvajes) en las instituciones psiquiátricas (un tema muy conflictivo sobre la dignidad del individuo que aún nos compete demasiado). Electroshock, lobotomía, golpes, narcóticos y el infinito de un tratamiento sin destino claro. Y, definitivamente, me quedo con Mona Martínez porque esgrime una firmeza sin igual, puesto que es la actriz que engrandece la función al mantenerse incólume en un trabajo muy agrio como enfermera Ratched (más si el médico responsable es un pánfilo y patán). Si al final se disuelven las risas y se aprehende el dolor, entonces habrá valido la pena.
Alguien voló sobre el nido del cuco
De Dale Wasserman
Basada en la novela de Ken Kesey
Dirección y traducción: Jaroslaw Bielski
Reparto: Pablo Chiapella, Mona Martínez, Alejandro Tous, Niko Verona, Rodrigo Poisón, Fernando Tielve, Emilio Gómez, Manuel Tiedra, Manuel Teódulo, Ramón Valles, Carmen Ibeas, Javier Sáez, Chechu Moltó, Sergio Pozo, Carmen Ibeas e Iris Rico
Escenografía: Laura Lostalé
Diseño de iluminación y vídeo: Felipe Ramos
Vestuario: Almudena Bretón y Fede Pouso
Composición musical: Luis Prado
Maquillaje y peluquería: Helena Domínguez
Dirección técnica y regiduría: La Cía. de La Luz
Sastra: María José López
Equipo de producción: Ana Gálvez y Mamen Tortosa
Ayudante de dirección: Pablo Esguevillas
Prensa y comunicación: MareaGlobalCOM
Productores ejecutivos: José Luis Rancaño y Silvia Melero
Distribución: Elena Millán Capote
Producido por: La Dalia Films y Adaptaciones Teatrales 2018 A.I.E.
Teatro Fernán Gómez (Madrid)
Hasta el 4 de noviembre de 2018
Calificación: ♦♦♦
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