Arlecchino, servitore di due padroni

El Teatro de la Comedia acoge esta afamada e histórica función sobre el texto de Goldoni, producida por el Piccolo

Foto de Masiar Pasquali

Apenas hace un mes pudimos comprobar que el vigor de Goldoni seguía vivo en las tablas gracias a la versión de La hostería de la posta. El espíritu del dramaturgo veneciano ha pululado con su Arlecchino, servitore di due padroni, gracias a que Giorgio Strehler lo puso en funcionamiento en 1947. Por lo tanto, qué se puede argumentar sobre el espectáculo más longevo de nuestros días. No queda más que seguir confirmando en qué forma se mantiene respecto del nuevo público contemporáneo. Y a tenor de lo observado, hay que ser tajante sobre las virtudes de un montaje que se sustenta en la agilidad, la energía y el desparpajo de sus intérpretes. Esto no quiere decir, como suele ocurrir, cuando se califica un hecho teatral de esta manera, que sea complaciente y que renuncie a la entereza y a la crítica del propio Goldoni. Hablamos de una función que dura tres horas y que, aunque se hace amena, impone la cadencia necesaria para que el embrollo alcance la categoría de sarcástico; para desatarlo con la parsimonia que requiere el desenmascarar a estos farsantes. Toda la propuesta es un cúmulo de detalles increíble y la maquinaria que se pone en marcha atrapa la atención de cualquiera desde el primer al último instante. Con la escenografía Ezio Frigerio, como un pequeño juego de cajas unas en otras (el tablado corriente con las cortinillas al uso para representar simplemente los diferentes espacios de la actuación, dentro de un teatro de corte napolitano donde se coloca el apuntador, el graciosete Fabrizio Martorelli, los músicos y otros personajes en espera; y, a la vez, dentro del propio Teatro de la Comedia, que no deja de ser deudor estéticamente de la manera italiana). Esta amplificación de entrada y salida, del dentro y fuera, se magnifica metateatralmente. Las interpelaciones al público se suceden y, también, otros personajes dejan el texto para repetir guiños y mofas llenas de comicidad con esa aparente improvisación (partían del canovaccio) que sorprende al respetable. Sobre todo, con el protagonismo sui géneris de Arlequín, el histórico zanni, el bufón que como un aire burlón otorga sus capacidades lúdicas con astucia para no sufrir el calvario de servir simultáneamente a dos amos, sino para beneficiarse de ellos. Enrico Bonavera despliega todas sus actitudes corporales y su soltura; fundamentalmente en la escena de la cocina, cuando los platos vuelan de un lado para otro como si fuera un número circense. Hay que hacer notar, claro, que únicamente llevan máscara los personajes extraídos de la Commedia dell’Arte (aunque con Goldoni no la llevaban). Por eso, Brighella, el posadero que encarna Stefano Guizzi; Pantalone, con Giorgio Bongiovanni y el doctor Lombardi, con Tommaso Minniti portan la suya. Además, efectivamente, de un vestuario exquisito diseñado con coherencia por Franca Squarciapino. El enredo no es nada del otro mundo y viene a significar el entramado de los matrimonios concertados como era habitualmente. Se establece una suerte de tácticas y de trampantojos, donde cada uno muestra u oculta sus verdaderos intereses. En principio, el desposorio futuro es el conformado por Clarice, la hija de Pantolone, que Annamaria Rossano interpreta con falsa modestia y haciéndose un poco la tonta; con Silvio, el hijo del doctor, un Stefano Onofri algo pánfilo. La situación da un giro decisivo cuando aparece por ahí, vestida de hombre ―fingiendo ser su hermano (Federico Rasponi, que en realidad había muerto)―, Beatrice. Giorgia Senesi se mueve con ambos sexos de forma esplendorosa. Ella, que es uno de los dos «padroni», quiere conseguir dinero para casarse con el engreído Florindo Aretusi, que hace Sergio Leone; y para ello se ofrece como esposo de Clarice. Trampas y trucos que se deshilachan y se desmontan entre ironías, cánticos y chistes con esos giros venecianos que nos resultan incomprensibles. Arlecchino, servitore di due padroni es un espectáculo imparable e impecable que nos divierte, nos entretiene y que nos traslada arqueológicamente a formas de hacer teatro que, en gran medida, no se pueden implementar en nuestros días en esa magnitud de medios y, sobre todo, de personal. Un verdadero disfrute.

Arlecchino, servitore di due padroni

De Carlo Goldoni

Dirección: Giorgio Strehler

Reparto: Giorgio Bongiovanni, Annamaria Rossano, Tommaso Minniti, Stefano Onofri, Giorgia Senesi, Sergio Leone, Stefano Guizzi, Alessandra Gigli, Enrico Bonavera, Francesco Cordella, Davide Gasparro, Lucia Marinsalta y Fabrizio Martorelli

Músicos: Gianni Bobbio, Leonardo Cipiani, Matteo Fagiani, Celio Regoli y Enrico Basilico

Puesta en escena: Ferruccio Soleri con la colaboración de Stefano de Luca

Escenografía: Ezio Frigerio

Vestuario: Franca Squarciapino

Iluminación: Gerardo Modica

Música:  Fiorenzo Carpi

Movimiento: Marise Flach

Escenógrafa colaboradora: Leila Fteita

Máscaras: Amleto y Donato Sartori

Director escénico: Andrea Levi

Utilería: Flavio Pezzotti

Primer maquinista: Marco Premoli

Primer electricista: Valerio Varesi

Costurera: Marisa Cosenza

Peluquería: Nicole Tomaini

Producción: Eugenia Torresani

Producción: Piccolo Teatro di Milano – Teatro d’Europa

Teatro de la Comedia (Madrid)

Hasta el 24 de junio de 2018

Calificación: ♦♦♦♦

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