Arantxa de Juan abre su apartamento madrileño para encarnarse en la famosa actriz italiana

Todo juega a favor de esta propuesta, aunque no sea lo más rompedor que nos podamos echar a la cara en la escena que nos circunda en las últimas temporadas. Que Anna Magnani habite en un piso de la calle Desengaño de Madrid, en ese remedo de prostitución que se oculta en las traseras de los magnos centros culturales de nuestro tiempo, ya es de por sí una confluencia, un símbolo que nos motiva a inmiscuirnos en la vida de esa soberbia actriz. Querámoslo o no la intérprete italiana va cayendo en el olvido; el presente de ritmo tremebundo arrasa con el pasado y con un tipo de cine que ya ni los que se dicen «cinéfilos» saborean. Por eso, cuando uno acude a espectáculos de este cariz basados en un personaje relevante, donde cuenta tanto la imaginación y la contextualización, la perspectiva cambia, y mucho, dependiendo en qué medida conozcamos a la protagonista. El año anterior, cuando se llevó de nuevo a las tablas una versión (algo fallida) de La rosa tatuada, recordamos esa interpretación extraordinaria y tan emotiva en el film dirigido por Daniel Mann sobre el texto de Tennessee Williams. Sigue leyendo