Tom en la granja

Un thriller, en el que la homofobia dentro del ámbito rural juega un papel preponderante en el devenir de sus protagonistas

Tom en la granja - FotoEl enfant terrible del cine canadiense, Xavier Dolan, reciente ganador del Gran Premio del Jurado en Cannes por Solo el fin del mundo (otra adaptación teatral), llevó a la pantalla Tom à la ferme (Tom en la granja) en 2013. Es, con seguridad, su cinta más floja de toda su filmografía y en la que desparecen parte de sus señas de identidad estéticas, aun así, es una referencia muy valiosa ─por las intervenciones sobre el guion que realiza─ para valorar esta muestra que nos llega de la mano de Enio Mejía. Tom es un publicitario que llega a la granja en la que viven la madre y el hermano de su difunto novio, al que enterrarán al día siguiente. Cada uno de los personajes cuenta, a priori, con unos objetivos concretos. Inicialmente, el protagonista nos sorprende monologando, algo que repetirá a lo largo de la obra de forma desigual, incluso delante del resto, pero no como un aparte sino como una expresión de sus sentimientos o percepciones. Ese tipo de expresiones son de dos clases. Unas son descripciones. Siempre me han parecido un tanto ridículas las introspecciones que describen como lo hacen los novelistas: «Mantequilla. Mantequilla en la mesa. Una mancha. Amarilla, sucia, blanda. No puedo quitar mis ojos de ella», hecho auténticamente antiteatral; además, ¿quién piensa de esa manera? En otro cariz muy distinto está la introspección reflexiva que evoca situaciones pasadas: «Te imagino cuando eras pequeño. Intentando trepar por la encimera del fregadero», que, aunque deberían formar parte de la actuación, de sus emociones en los gestos o en la comunicación, pueden ser aceptables (Dolan directamente no contó con este recurso). Gonzalo de Santiago es el responsable de encarnar a Tom, y hay que reconocer que cuesta entenderlo, escucharlo con claridad, cuando, justamente, lanza esas elucubraciones. Su dicción está entrecortada, esbozada apenas. Funciona mejor en el contacto físico con su cuñado, aunque con cierto nerviosismo que, al fin y al cabo, no le va mal al personaje. Precisamente, el hermano, Alejandro Casaseca, resulta demasiado bruto, agresivo, creo que en realidad debería ser más artero. Y es que este es otro asunto que merece la pena comentar. Seguramente habría que enmendar la plana (como hizo Dolan) al dramaturgo Michel Marc Bouchard en cuanto al manejo de las elipsis. Es fundamental en el lenguaje teatral que mediante la manifestación de unas emociones, de unos comportamientos, lleguemos a la conclusión de por qué un personaje es así. Y creo que se nos relata demasiado, sin ir más lejos, sobre ciertos detalles que evidencian la homosexualidad del fallecido (aspecto más que evidente por otros detalles), o por qué nadie se habla con el hermano (explicación que llega demasiado pronto y de una forma algo desdeñosa). Sí que mejora la obra teatral en el tratamiento que se le da a la madre. Yolanda Ulloa me parece magnífica en su composición de Agatha, aportándole todo tipo de matices y ajustando el equilibrio entre la brusquedad de la granjera y el dolor inaguantable de ver cómo muere un hijo que hacía ya tiempo había ido perdiendo entre su ignorancia y su desidia por no saber. Un cuarto interviniente aparece para intentar oxigenar el espacio asfixiante en el que se ve encerrado Tom. Sara es una compañera de trabajo que viene a jugar el papel de novia del muerto un tanto ligera de casos. Alexandra Fierro se lleva este pequeño papel y le aporta toda la entereza posible. Uno de los puntos fuertes del montaje es la escenografía pergeñada por Alessio Meloni (recientemente ha trabajado exitosamente en Numancia). Aquí, con una propuesta mucho más modesta, nos ofrece tres sugerentes muros que simbolizan la granja y las plantaciones (expuestas verticalmente). A esto debemos añadirle la iluminación de Jesús Almendro, que ha propiciado claroscuros para múltiples transiciones que, todo hay que decirlo, se exceden temporalmente con el fundido a negro. Con Tom en la granja se busca crear un ambiente donde los códigos rurales de hombría destruyen a cualquiera que se muestre un tanto afeminado. La presión es tan insoportable que la única salida es huir. Nos aproximamos a un reducto de animalidad, de primitivismo, de absurda supervivencia. Esta atmósfera visualmente se consigue, pero se echa en falta mayor compactación entre los diversos niveles y en la confluencia de las escenas; es decir, para que sea creíble el desenlace debemos caminar por la tortuosa vereda de los thrillers, en la que se debe amasar la causa inexorable que justifique la acción ulterior. Parece que se cuenta con unos mimbres que pueden propiciar un espectáculo más redondo; pero aún falta por pulir el producto final.

Tom en la granja

Autor: Michel Marc Bouchard

Versión: Line Connilliere y Gonzalo de Santiago

Director: Enio Mejía

Reparto: Yolanda Ulloa, Alejandro Casaseca, Gonzalo de Santiago y Alexandra Fierro

Escenografía: Alessio Meloni

Iluminación: Jesús Almendro

Vestuario: Guadalupe Valero

Maquillaje y peluquería: Jorge Hernández

Espacio sonoro: Nacho Campillo y Jacobo Aguirre

Ayudante de dirección y regiduría: Manu Báñez

Ayudante de escenografía: Héctor Ayuso

Fotografía. Diseño gráfico y cartel: Carmela. Work

Ayudante de producción: Sara Herreros

Coreografía: Soe Pérez

Producción: Pasionarte S.L. y Pincheforn Producciones S.L.

Sala Cuarta Pared (Madrid)

Hasta el 18 de junio de 2016

Calificación: ♦♦♦

Texto publicado originalmente en El Pulso

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2 comentarios en “Tom en la granja

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