Se presenta por primera vez el inmenso monólogo de Max Aub sobre el dolor en las guerras
Recuperar esta obra para subirla a las tablas de esta manera en el Teatro Español es todo un acontecimiento que llega sin armar mucho revuelo. En la intimidad que procura la Sala Margarita Xirgu, la pequeña, una bomba ha hundido el techo de un piso. Debajo, entre escombros, una mujer se cuenta, se recuerda y se ausculta sometida por el dolor de las pérdidas. Estamos en Viena, en 1938. “Tengo las manos agarrotadas; las puedo mirar como si no fuesen mías, rojas, oscuras. Y yo estudié, mi título estaba en un marco de caoba… Era en la otra vida”, afirma, nada más empezar. Su marido ha sido asesinado durante el Anschluss (proceso de anexión de Austria a la Alemania nazi). A su hijo lo habían matado durante la guerra civil en España poco antes y ella no sabe aún ─y le reconcome la conciencia─ si pertenecía a un bando o a otro («Daría cualquier cosa por saber si Samuel llegó a ser de ellos o no»). Max Aub (1903-1972) es un novelista, dramaturgo y ensayista, que se puede considerar más español que de cualquier otro país en el que vivió sencillamente porque aquí hizo el bachillerato, escribió este monólogo en París en 1939. Tardó diez años en publicarse. En él refleja la vida de una anciana (aunque aquí Carmen Conesa no lo parezca) llamada Emma Blumenthal, que dialoga con las sombras, con el espíritu difuso de su marido, con las huellas de su hijo, con la vida feliz de los burgueses de antes de todo aquello. «Otras veces pienso que si nuestros padres no hubiesen cambiado de religión…». Se indigna ante la injusticia de que se llevaran a su esposo por cuestiones de política, de raza. Presenciamos un balanceo entre las vivencias que la sostienen cuerda, de un devenir apacible, y todas las sensaciones que se agolpan en el presente con la humedad, la decrepitud y la suciedad. Es un texto cargado de melancolía y de manifestaciones profundas sobre lo absurdo de las guerras. Lo que ha hecho con este fluir del pensamiento Carmen Conesa es grandioso. Primeramente, Ignacio García la ha dirigido con una mirada estética que se mantiene de principio a fin. Ella recorre cada uno de los puntos de la estancia dominada por una cadencia que se marca con la vuelta constante a la negrura y al silencio. Cada aparición es una renovación de las emociones y la gestualidad, son como pequeñas teselas que traen un recuerdo o lanzan una queja o una súplica. Sin la más mínima estridencia, logra una interpretación seca, honda y llena de esa verdad propia de su entrega. El cuidado con el que se ha llevado esta función es apabullante. Desde la sorprendente escenografía, esa destrucción, esa colección de escombros que se resisten a ser limpiados, igual que la memoria, las goteras que puntean los cubos de manera impertinente, hasta la iluminación; igual asistimos a la máxima penumbra a través de una cerilla que apenas enciende el rostro de la Conesa, como los restos de bombillas en una esquina o una lámpara superviviente van lanzando la transición en el acompañamiento del tiempo, del ritmo entre la oscuridad y los hálitos de luz. Desde luego, Nicolás Bueno y Juanjo Llorens han logrado un trabajo magnífico. Es un monólogo que demuestra que un solo actor y una sola historia pueden producir teatro que vaya más allá, sin ser un simple cuentacuentos. Los recursos estilísticos, el tiempo entrelazado y el espacio imaginario forman, junto a todas las virtudes escénicas antes nombradas, un encuentro dramático entre público y actriz esencial. Ahora, entonces, también hay que preguntarse por qué no se había estrenado antes una pieza de este calibre.
Autor: Max Aub
Dirección: Ignacio García
Reparto: Carmen Conesa
Iluminación: Juanjo Llorens
Figurinista: Lorenzo Caprile
Escenografía: Nicolás Bueno
Espacio sonoro: Ignacio García
Ayudante de dirección: Amparo Pascual
Teatro Español – Sala Margarita Xirgu (Madrid)
Hasta el 6 de marzo de 2016
Calificación: ♦♦♦♦♦
Texto publicado originalmente en El Pulso.
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3 comentarios en “De algún tiempo a esta parte”