La compañía 1927 recoge al engendro del mito judío para plantear, mediante una puesta en escena con video–mapping, una alegoría sobre nuestra relación con la tecnología

Históricamente las slapsticks, esas comedias caracterizadas fundamentalmente por el embarullamiento, protagonizadas por Harold Lloyd o por El Gordo y el Flaco (el año pasado hablamos de Payasadas, la novela de Kurt Vonnegut), han sido juzgadas más como divertimento pasajero que como crítica de las costumbres. En la obra que presenta la compañía 1927, podemos volver a comprobar que, desde este humor algo naif y bastante inocentón, se esconde la patética verdad de nuestro devenir como sociedad obsesionada con esa idea tan falaz del progreso. Aquí, el protagonista, Robert, un pobre apestado social, un muchacho marginal, clara víctima del bulling, que se mueve por el mundo en esa soledad propia de los jóvenes frikis de las películas independientes de Estados Unidos como Ghost World o Clerks, vive a expensas de la fortuna. Luego, como suele ocurrir, aparecen sus almas gemelas, esos seres tan ocultos como él. Es ahí cuando conocemos al grupo punk de Annie and the Underdogs. No es más que el marco de una historia donde lo principal es que el pequeño héroe se compra un golem (también hablamos no hace mucho sobre la novela de Cynthia Ozick, Los papeles de Puttermesser, en la que se trataba el tema de este mito judío) que usa a modo de robot doméstico hasta que se le estropea y, entonces, adquiere otro, pero de una versión superior, un autómata de altas capacidades y, sobre todo, con iniciativa propia. Golem es un proyecto artístico que combina el video-mapping con el teatro de tal forma que genera todo un artefacto maravilloso de posibilidades escénicas, donde las ficciones se simultanean ante los ojos de los espectadores. Lo que observamos en la pantalla permite adentrarnos fulgurantemente en una serie de espacios que propician una amalgama de homenajes culturales. Las calles por las que pasea y corretea Bob junto a su golem al ritmo que marcan en la batería (en directo) Will Clore (puro ritmo de jazz interminable) y Lillian Henley al teclado, pueden ser los barrios comerciales de Praga en los años 40, también los pubs londinenses, los cabarets berlineses (en los que encontramos verdaderas cantantes que podrían haber salido de la pluma de Robert Crumb) o los cafés parisinos en la decadencia del siglo diecinueve. Las referencias son infinitas en toda la proyección, desde el expresionismo alemán del Doctor Caligari, pasando por los maniquíes recortables, los figurines de revistas, la robótica retrofuturista, los concursos de televisión con facultades hipnóticas, el cubismo picassiano de los arlequines para el vestuario del protagonista (los trajes y pelucas son toda una virguería en manos de Sarah Munro), hasta las inevitables insinuaciones a los gurús tecnológicos como Steve Jobs y las gigantescas corporaciones de la informática como Microsoft o Google. Al fin y al cabo es un juego, y la estética del videoclip con collages a lo Peter Gabriel o esas cadenas de montaje fordiano que remiten a las primeras películas de dibujos animados. La fantástica creación de Paul Barritt merecería capítulo aparte. Desde luego, funciona excelentemente como alegoría de nuestro mundo contemporáneo, aunque se mueva en un estado de anacronía y onirismo. El alegato ludita es claro y el aviso, revestido de comedia divertida y ligera, sobre la venta de nuestra alma a los «golems» que gobiernan nuestros gustos y que nos incitan a cambiar nuestras costumbres ─máxime cuando jamás nos hubiéramos planteado transformaciones tan radicales─, también es manifiesto. El texto de Suzanne Andrade es muchísimo más complejo de lo que pudiera aparentar y posee una ironía elegante, con altas dosis de sofisticación; sí, es ciertamente hipster, postmoderno en el mejor sentido y muy inteligente. No hay más que fijarse en el trabajo de Bob, es un recopilador de datos en lenguaje binario (un ordenador personal, stricto sensu) y su futura novia se dedica en exclusiva a afilar lápices de 2B. El gran trabajo de Ben Francombe en la dramaturgia ha favorecido que todas las piezas encajen en su sitio con un dinamismo formidable. Verdaderamente es una obra que no te deja respiro. Y, lógicamente, los cinco actores: Charlotte Dubery, Will Close, Lillian Henley, Rose Robinson y Shamira Turner se mueven como inmersos en una coreografía que, paradójicamente, viene marcada por el tempo que impone la tecnología y del que no se liberan ni para los efusivos aplausos que les propinamos al final. Un gusto para los sentidos de apenas hora y media que se pasa volando, y que reflexiona con satírica alegría sobre la venta de nuestra libertad.
Una creación de: 1927
Escrita y dirigida por: Suzanne Andrade
Intérpretes: Charlotte Dubery, Will Close, Lillian Henley, Rose Robinson y Shamira Turner
Animación, película y diseño: Paul Barritt
Música: Lillian Henley
Asociado de dirección y diseño: Esme Appleton
Diseño de sonido: Laurence Owen
Vestuario: Sarah Munro
Dramaturgia: Ben Francombe
Asociado de animación: Derek Andrade
Tambores y percusión: Will Close
Diseño de pantalla de proyección: James Lewis
Construcción de decorado: Joe Marchant y West Yorkshire Playhouse
Construcción de vestuario: Sarah Munro, con la asistencia de Martha Copeland
Dirección de producción: Helen Mugridge
Técnico de sonido: Chris Prosho
Productora: Jo Crowley
Voz de Golem (grabada): Ben Whitehead
Voz grabada adicional: Suzanne Andrade
Una coproducción de: 1927, Salzburg Festival, Théâtre de la Ville París y Young Vic
XXXIII Festival de otoño a primavera
Teatros del Canal (Madrid)
Hasta el 12 de diciembre de 2015
Calificación: ♦♦♦♦♦
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