ricci/forte crean una performance agónica sobre la Orestíada en un espectáculo cargado de potencia física

Un hombre, henchido de impotencia, grita entre los aplausos finales: «¡mierda!», entiendo que esputa: «¡mierda!». Volvemos de nuevo al problema del arte moderno, del arte conceptual, de toda la estética de lo performativo y, sobre todo, la estética de la recepción. Si uno termina de ver un espectáculo con esa idea del «todo vale» rondándole la cabeza, es cuando la estupefacción se imprime en los rostros de unos espectadores que la semana anterior habían contemplado La gaviota de Chéjov. Sobre el escenario se erige un contenedor de mercancías metálico, iluminado por decenas de fluorescentes (es necesario que en nuestra cabeza ronden las fotografías surrealistas de Gregory Crewdson para aproximarnos al punto de partida). Tres hombres enfundados con una manta llegan al lugar: un pantano, una charca, una laguna Estigia. A partir de ahí comienza una sucesión de escenas con un endeble hilo conductor, generadoras de asombro e incomprensión. De la misma forma que ocurre con la pintura contemporánea o con la poesía de autores como T.S. Eliot (por poner un ejemplo) o con novelistas como Joyce o Julián Ríos, se requiere de nosotros una intencionalidad receptiva. Está claro que sin contexto Darling es un espectáculo sin aparente sentido y, en absoluto, preciosista. Todo lo contrario, es ruidoso, rudo y paradigmático. Stefano Ricci y Gianni Forte forman pareja artística desde hace varios años. Su formación es clásica, aunque lo que verdaderamente les interesa es el teatro performativo, donde el cuerpo y la acción cobran profunda relevancia. En Darling, más allá de interpretaciones ulteriores, se recoge la trilogía de la Orestíada, escrita en el siglo V a.n.e. por Esquilo, como mito fundador de varias de nuestras paranoias circundantes, es decir, es un relato genesiaco. El entorno es esa charca de la que hablábamos. Los protagonistas alzan sus brazos como si fueran batracios y se disponen a jugar al salto de la rana, un juego de lógica que los llevará al interior del contenedor, al grito de «Brekekekex» (onomatopeya empleada por Aristófanes en la obra Las ranas. Supone, a su vez, otra referencia conceptual de lo que pretenden los autores, en este caso, buscar a un Eurípides). Por otra parte, antes había hecho aparición desde lo alto, una mujer como salida de ultratumba, poseída, probablemente Ifigenia o alguna musa inspiradora. Asistimos a una lucha campal en el interior de esa caverna infecta. A continuación unos urbanistas se imaginan construyendo la ciudad del futuro sobre esas aguas pantanosas. Otros juegos, como la gallinita ciega, terminan en una aparente desinfección del lugar, donde podrán plantar a los bebés de la Nueva Era sobre macetas que lo inundan todo. «¿Quién teme al lobo feroz?», repite una y otra vez la protagonista. A lo que debemos añadir un estrafalario baile al modo del Lago de los cisnes. El relato de su propia defunción en ese mismo barro. La imperiosa necesidad de la huida. El reconocimiento de su propio cuerpo ocupando el espacio, adentrándose de nuevo en la caverna redescubierta. La putrefacción corroe aquel espacio de forma inexorable y no queda más que comerse un plátano y regresar al simio (en este caso un ejército de chimpancés) en un eterno retorno, en una metempsicosis cargada nuevamente de estulticia. Una sátira.

La lástima de asistir a estos espectáculos es perdernos tantas metáforas y tantos subdiscursos que se nos escurren cuando nos esforzamos por aunar cada uno de los fragmentos. Por ejemplo, los textos se muestran con un cripticismo abusivo, reconocemos algunos nombres y las ironías sobre la comunicación actual al echar mano de Whatsapp o Twitter o Facebook, pero es imposible aprehender la totalidad de las significaciones (al fin y al cabo como ocurre con nuestro lenguaje tremebundo actual). ricci/forte, como performers, cuentan con un elenco soberbio en la acción. Los tres actores: Gabriel Da Costa, Piersten Leirom y Giuseppe Sartori exprimen las posibilidades de sus extremidades y de su fuerza en un alarde físico e interpretativo. Por su parte, Anna Gualdo demuestra una genial viveza en la manifestación del trastorno evolutivo por el que tiene que proceder; tanto, que llega a gritar en el desenlace: «Stefano (Stefano Ricci), basta». Darling es teatro de vanguardia que requiere un espectador avisado y dispuesto a recoger intelectualmente un discurso poético que se apoya firmemente en los principios del mito y, en definitiva, de nuestra civilización.
Un espectáculo de ricci/forte
Reparto: Gabriel Da Costa, Anna Gualdo, Piersten Leirom y Giuseppe Sartori
Dirección escénica: Stefano Ricci
Escenografía: Francesco Ghisu
Vestuario: Gianluca Falaschi
Movimiento: Marco Angelilli
Sonido: Thomas Giorgi
Dirección técnica: Alfredo Sebastiano
Teatro Valle-Inclán (Madrid)
Hasta el 25 de octubre de 2015
Calificación: ♦♦♦♦
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