Marina San José encarna a Mathilde, una mujer que no se arrepiente de su relación con un adolescente
La pregunta que esboza la autora francesa Véronique Olmi en su texto radica en el conflicto moral entre los deseos cumplidos y la ilegalidad de estos. Concretamente, una escritora de éxito se acuesta con un adolescente de catorce años al que conoce en un taller de escritura que ella misma imparte. Después, es encarcelada durante tres meses. ¿Cómo gestionar este acto sin asumir un claro arrepentimiento? ¿De qué manera su marido, un prestigioso oncólogo, debe sobrellevar tal catástrofe? Son únicamente algunas de las cuestiones que flotan en un contexto viciado hace mucho tiempo, según se deduce de sus acusaciones y reparos. La obra nos cautiva desde la perspectiva del conflicto familiar, de pareja; pero, sobre todo, es muy interesante pretender solventar filosóficamente los planteamientos morales tan radicalmente opuestos. De un lado, ella, Marina San José, en una interpretación que comienza, quizás, demasiado abajo de tono, pero que gana enormemente en sus imprecaciones y en esa fuerza con la que sostiene que estaría deseosa de volver a cumplir sus deseos sexuales con el muchacho. Por una parte, se nos presenta como alguien confiado en lo que dice, claramente superior a su interlocutor, aunque, desde otro punto de vista, según avanza la historia —y estas matizaciones son las que hacen valioso el texto—, muestra su ingenuidad, su pensamiento primitivo, anticivilizatorio, sin visos de continuidad, inmorales en una sociedad como la nuestra, tan reglamentada. Enfrente, Gorka Lasaosa, que cuanto más furioso más creíble y que cuanto más pacato más se le deshace el papel. Construye un personaje difícil de interpretar en cuanto que debe ser sostenido y también debe sacar fuerzas de flaqueza. Ciertamente se enfrenta a un reto imposible: recuperar a una mujer que apenas deja un solo resquicio para la negociación. ¿Cómo convivir con una esposa que quiere hacer saltar las convenciones sociales más peliagudas dentro del mundo burgués? Ambos actores tienen ante sí un reto dramático de categoría y que, salvo ciertos deslices, te llevan de principio a fin en un diálogo complejo y lleno de callejones sin salida. Otra cuestión es si son demasiado jóvenes para representar tal estatus; si, siendo treintañeros, debemos imaginar que son más mayores. Gerard Iravedra, como director y responsable de la adaptación, ha realizado un gran trabajo al repartir los diferentes momentos de tensión de la pareja de tal manera que uno cree vislumbrar grietas por las que pueda discurrir la historia. La mudanza como representación de la esperanza de un hombre que ha creado esa frontera entre la cercanía de los objetos pertenecientes a la mujer amada, y la indefectible salida hasta nunca jamás, sirve de ambientación. La obra no necesita mucha espectacularidad. En definitiva, teatro de ideas, de replanteamientos morales; lo vemos en el personaje de Pierre. Él debe hacerse, otra vez, las preguntas acerca de lo que se puede o no. Desde un punto de vista psicológico, nos suponemos que, seguramente, como oncólogo está acostumbrado a convivir con pacientes debilitados en todos los sentidos, que se entregan a él en cuerpo y alma, y que lo sitúan en una posición privilegiada y poderosa. Esta postura, en un hombre con esta educación, es la que desearía mantener en su hogar. Pero Mathilde ha dicho basta y ha quitado el freno de su ética. Será juzgada no solo como pederasta (si hubiera sido un hombre la pena habría sido mayor), sino como mujer dentro de una sociedad y un estatus en el que es inaceptable su desparpajo evidente y sincero. También, y esa es nuestra labor como espectadores, se espera nuestro propio dictamen.
Autora: Véronique Olmi
Adaptación y dirección: Gerard Iravedra
Elenco: Marina San José y Gorka Lasaosa
Teatro Lara (Madrid)
Jueves – Agosto
Calificación: ♦♦♦♦
Texto publicado originalmente en El Pulso.
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