Julio César de William Shakespeare desentraña la gran conjura que propició la llega del Imperio
«Colócate a mi derecha, pues soy sordo de este oído». César no quiso atender al vuelo de los pájaros que se aproximaban premonitoriamente por la siniestra. Llegaron los idus de marzo, y la conjura de sus antes amigos y fieles senadores confirmó los presagios. Cruzar el Rubicón fue toda una declaración de intenciones y uno debe saber medir sus fuerzas.La conocida historia de Julio César y su muerte cobra interés en las manos de Shakespeare, desde mi punto de vista, por la elaboración de un personaje como Casio, el verdadero inductor del asesinato, la cabeza cizañera y tergiversadora, en el cuerpo menudo de José Luis Alcobendas y su mandíbula flanqueada por dos arrugas del todo adecuadas para el cinismo y la vesania que debe traer un magnicidio, logra un temple puntual, persuasivo y una desenvoltura que lo hace sobresalir en la primera parte de la obra. Él encarna las maléficas intenciones que debe escuchar Bruto, el ejecutor definitivo, el que se cargará para la historia con el peso de un acto colectivo. De esta manera, Tristán Ulloa, se reconcome en la duda hasta que se ve impelido a la reacción. El temor, la envidia y las ansias de poder terminarán con Mario Gas por los suelos con su toga ensangrentada; un Julio César algo envejecido, que funciona mejor y resulta más creíble cuando deambula como un fantasma en los actos finales, y su cara infunde presión desde una gran pantalla al fondo —gran acierto del montaje, ese repaso de rostros como bustos repletos de agonía ante las atrocidades cometidas. Después, Peris-Mencheta toma el relevo con el testamento de su protector, como un Marco Antonio que tiene el difícil desempeño de ser un personaje que se ha caracterizado desde múltiples puntos de vista, en este caso, es poderoso, algo gritón, casi macarra. La versión de Paco Azorín acerca el texto al público de hoy y lo envuelve dentro de una estética militarista, donde quizás las palabras de Shakespeare queden un tanto edulcoradas, pero que permiten un contacto más directo, no tan esclavo de las posiciones más historicistas; por eso, de alguna manera, podemos tener en nuestra memoria, más cerca la maravillosa película de los hermanos Taviani (César debe morir) que pudimos contemplar en 2012, en la que varios reclusos iban construyendo y ensayando la obra como actividad destinada a la reinserción, que al famoso film de Mankiewicz. ¡Qué duro es cruzar el Rubicón! ¡Qué complejo interpretar la historia, desde un presente que se parece más a la leyenda apelmazada en el tiempo, que a la verdad de unos hombres en comunión con otros dioses!
Julio César
Autor: William Shakespeare
Versión, dirección y escenografía: Paco Azorín
Reparto: Mario Gas, Sergio Peris-Mencheta, Tristán Ulloa, José Luis Alcobendas, Agus Ruiz, Pau Cólera, Carlos Martos y Pedro Chamizo
Diseño de vestuario: Paloma Bomé
Teatro Bellas Artes (Madrid)
Hasta el 2 de marzo
Calificación: ♦♦♦
Texto publicado originalmente en El Pulso.
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