El fin

Paco Gámez nos ofrece en el Teatro Español una dramedia sobre deseos insatisfechos con un planeta a punto de implosionar

El fin - Foto de Vanessa Rabade
Foto de Vanessa Rabade

El producto audiovisual más cercano que tenemos sobre el consabido apocalipsis en nuestro planeta ha sido No mires arriba, en Netflix, con mogollón de estrellas. Un éxito tremendo que ya va cayendo en el olvido. Una tontuna, aunque, al menos, tenía su parte de sátira sobre nuestro mundo de magnates sobrevenidos dirimiendo los destinos de la humanidad.

Paco Gámez se acoge a este género tan explotado en el cine para redundar en los tópicos aparejados: el carpe diem, el tempus fugit y toda esa retahíla que reconocemos desde los albores del milenarismo y, después, con las pestes y otras pandemias. Quizás, si esos motivos tan trascendentes se hubieran exprimido con consistencia, la humorada hubiera sido más significante. Pero empiezo a detectar —y este es un caso clarísimo— en nuestra dramaturgia contemporánea (no solo patria) dentro del teatro «oficial», destinado a las clases cultas, un tono que podría denominarse sanzolista. El sanzolismo es un ternurismo. Es ampararse en la dramedia para hacer humor naíf, con sus dosis de sensiblería a través de historias entrañables. Despojar las comedias de sus elementos políticos, de sus inquinas sociales, de sus críticas culturales (véase Fundamentalmente fantasías para la resistencia, y compárese con esta, pues las similitudes son varias) convierte algunas comedias comerciales en eventos más subversivos de lo que parece.

Aquí hablamos de un montaje que viene «avalado» por el II Premio Internacional de Comedia (quedó desierto en su primera edición). El III lo ganó Eva Mir con Añoranza y siesta (¿por qué no ha sido programada en el Teatro Español, cuando, además, merece tanto la pena?). Paco Gámez es un autor muy galardonado, prolífico y solvente; no obstante, creo que en esta ocasión tanto la estructura como la intencionalidad dramatúrgica hacen aguas por diferentes flancos. Pienso que ha querido meter demasiada carne en el asador y se ha olvidado de llevar a escena unos fundamentos ineludibles en este género. Para empezar, el ritmo, y no me refiero a que la protagonista se ponga a correr por las calles con la cuenta atrás en marcha. Sino a mantener una intensidad humorística, a no rebajar, como aquí pasa y mucho, el nivel. Insisto en que lo que se percibe en la escritura de él y de otros tantos es que se va con el freno echado, que las palabras se miden, que se quiere jugar a muchas bandas para no repercutir en ninguna. Si nos fijamos en Lina, esta profesora de instituto que interpreta con su habitual electricidad Toni Acosta, ya que diremos que es tan anodina como la mayoría de las docentes, porque la enseñanza no tiene encanto. Su deseo de ser actriz antes de que implosione La Tierra apenas se expresa con pasión, parece que ansíe realizar un mero hobby. ¿De verdad nos interesa lo que le ocurre? ¿De verdad es creíble que tema a la muerte? Es más, ¿es posible que ninguno de los personajes de esta obra esté a punto del desmayo, cuando la gente corre despavorida por las aceras? Me resulta inexplicable. Son, por lo tanto, los demás quienes auténticamente dan cobertura a una mujer que se destina al mismo Teatro Español para hallar ahí su «refugio» vital antes de la catástrofe. Como si fuera Comedia sin título. Ella, en sus años mozos, representó a la Amelia de La casa de Bernarda Alba (la última versión, por cierto, de Sanzol). ¿Otra vez Lorca? Reforzado metateatralmente por una escenografía ─sillas colgadas─ que hace referencia al montaje de Calixto Bieito. Reconozcamos que, para huir de lo meramente comercial, el dramaturgo se adentra por los exprimidos andurriales de la intertextualidad teatral para darle una pátina más enjundiosa que podría haber dado mucho más, si la propuesta hubiera discurrido por esos derroteros, o sea, cumpliendo de una manera radical ese supuesto sueño de Lina. Por eso movilizan las sillas y elaboran algunas danzas de aquella pieza tan célebre de Pina Bausch, Café Müller. Es más, el personaje más elocuente es Barranco, el drogas, que Pepe Sevilla desarrolla magníficamente con una ironía tajante en una concatenación de paradojas; pues contamos con un alumno que apenas emite comentario, que se duerme en clase; aunque se descubre como un tipo cultísimo, majísimo y sensato. No hay más que escucharlo citar a Séneca, ahora que está tan de moda el estoicismo de postureo, y que viene a resumir el motivo de la obra: «La verdadera felicidad es disfrutar el presente, sin dependencia ansiosa por el futuro, no entretenernos con esperanzas o miedos, sino descansar satisfechos con lo que tenemos, que es suficiente». En él se observa lo más inteligente y cuidado del texto. El espectáculo cobra sentido cuando, de manera apremiante, la profe intenta probar estilos, cuando lo cierto es que debería haberse atrevido a consumarlo antes. Todo lo demás, que es muchísimo, es aderezo. Si se quitara o se sustituyera, el meollo quedaría incólume; porque aportan muy poco.

La aparición estelar de Silvia Abril a través de una pantalla haciendo de presidenta del gobierno aumenta la ridiculización con toda una ristra de gestitos, propios de una influencer tiktokera, que conecta con esa estética que precisamente se explota en la cinta de Netflix que reseño arriba. Desde luego, a la humorista la hemos visto en la televisión, en muchas ocasiones, con un cariz mucho más «salvaje». Después, el resto de personajes no acaban de ser tan solventes. Sí, Esperanza Elipe, que hace de madre y que está obsesionada con una serie turca, está muy divertida con toda su insolencia. Y el relato del abuelo, un Juan Carlos Sánchez ilusionante y gruñón, sobre su affaire con Frank Sinatra resulta rocambolesco y atrayente —más adelante tendrá también su momento emotivo con el «My Way»—. Pero enhebrar esas subtramas es lo que parece menos factible. No digamos si otra vez debemos contemplar el estereotipo de profesor de Educación Física cabeza hueca y blandito en demasía (ya saben, las nuevas masculinidades), que Rubén de Eguía solventa con lo justo, alejado de su excelencia interpretativa de su última pieza (En mitad de tanto fuego). La relación amorosa da para muy poquito en el argumento. Para finalizar, tenemos al hijo, Rober, un pequeño revolucionario con algunas ideas confusas y, por supuesto, con sus correspondientes identidades sexuales fluyentes, como no puede ser de otra forma hoy en día. Álex Mola va ganando soltura según avanza la función. En definitiva, demasiados hilos que no favorecen que la protagonista logre su cometido para que nos conmueva. De hecho, la dirección de José Martret tampoco favorece la unidad, pues, aunque se aprovecha el espacio de una manera sugestiva, además, se da una dispersión que ralentiza el proyecto, que alcanza las dos horas.

Funcionan las apostillas vitriólicas de Ljubicica, una camarera serbia y servicial, que parece de vuelta de todo. Que ella se tome con sarcasmo el fin del mundo es lo coherente en una propuesta así. Desde luego, Marta Malone está graciosa y es muy adecuado su modo de atacar. Ahora, ¿encaja su canción en el preámbulo como si fuera una parodia de algún film de James Bond? Entiendo que la actriz es cantante y que se le quiera dar su instante; sin embargo, el espectáculo cuenta ya con otras dos actuaciones musicales. Evidentemente el desenlace con Astrid Jones en plan Beyoncé, Sister Act, satisface mucho al respetable y cierra el asunto por todo lo alto; pero también, es cierto, que nos adentramos en un terreno similar a La llamada, de los Javis.

Volvemos a lo fundamental. El fin se acoge en exceso al entretenimiento entrañable que regocije al gran público.

El fin

Autor: Paco Gámez

Dirección: José Martret

Reparto: Toni Acosta, Marta Malone, Pepe Sevilla, Rubén de Eguía, Astrid Jones, Esperanza Elipe, Juan Carlos Sánchez  y Álex Mola

Colaboración especial en vídeo de Sílvia Abril

Dirección de producción: Eva Paniagua

Diseño de espacio escénico: Alessio Meloni (AAPEE)

Diseño de iluminación: David Picazo (AAI)

Diseño de vídeo o Videoscena: Emilio Valenzuela y Joan Rodón (dLux.pro)

Música: Mariano Marín

Diseño espacio sonoro: Sandra Vicente

Coreografía: Amaya Galeote

Diseño de vestuario: Ana López

Ayudante de dirección: Pedro Ayose

Ayudante de escenografía: Mauro Coll (AAPEE)

Ayudante de vestuario: Sara Sánchez de la Morena

Equipo de producción: Come y Calla, Juanfran García y Hugo López

Una producción de Teatro Español y Come y calla

Teatro Español (Madrid)

Hasta el 14 de julio de 2024

Calificación: ♦♦

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