Protocolo del quebranto

La invasión rusa en Ucrania inspira este oscuro y lluvioso espectáculo de Mario Vega en el Teatro Fernán Gómez

Protocolo del quebranto - FotoLa impresión que nos ha generado la invasión de Ucrania, sumada al destrozo de Gaza en estos momentos, es más que suficiente para inspirar este montaje tan potente en su puesta en escena. Nos hallamos en tierra de nadie. Un par de individuos empujan una casa ambulante, como el carro de Madre Coraje. Crezk es un tipo estrafalario, un traficante de armas, que más parece un chamarilero, que intenta hacer sus negocios a través de una radio portátil. Su territorio dice llamarse Osel, como si fuera un aspirante a señor de la guerra. Luisfer Rodríguez le imprime un subyugante rictus entre vesánico y bufonesco. La risa aflautada que añade cada una de sus frases nos deja claro que es un jefecillo adentrado en un mundo anómico. Lo acompaña la joven Nadia, una chica con una deformidad en la cara, que parece servicial; pero que rápidamente demuestra su astucia. Marta Viera adopta movimientos que llegan a parecer animalescos. Pulula por los alrededores con gesto victimista, con apesadumbramiento, con la penuria impresa en su carácter. Ella misma, en un aparte, nos revela que de pequeña estuvo en un búnker con otras cien personas, cuando fueron invadidos. Una experiencia que, por supuesto, la marcó.

Evidentemente, pensamos en radioactividad, en un entorno postapocalíptico. La atmósfera creada en esta función es lo más sobresaliente. La música de Julio Tejera, repleta de percusión y toda una serie de efectos que recargan el ambiente de una manera muy atractiva. Después, la iluminación de Ibán Negrín acentúa todas las sombras junto con rojos y amarillos que provocan en nosotros esos atardeceres perpetuos de contaminación nuclear que hemos visto en películas de este tipo. Podemos recordar La carretera, basada en la novela de Cormac McCarthy. Además, sobre las tablas hemos llegado a contemplar alguna propuesta con ese paisaje. Recuerdo En La Ley , de Sergio Martínez Vila. Ante todo, la inclusión del diluvio al que son sometidos los personajes implica un reforzamiento magnífico de la agonía y de la desesperación. Minutos y minutos de lluvia sobre sus cabezas. Sus cuerpos empapados, mientras nos destinamos a la resolución de su batalla interna.

El punto de distorsión en el argumento surge cuando Luján, un periodista, aparece por sus lares. Tiene lastimada una pierna y no es capaz de sostenerse en pie. Mingo Ruano se entrega con enjundia a un esfuerzo físico considerable. También de él tenemos noticia, en otro aparte, de sus cuitas y críticas sobre el fotoperiodismo de guerra, sobre la hipocresía, sobre ese engreimiento y esa soberbia que muchas veces se tiene por lograr una instantánea de premio a la vez que se niega el auxilio a los más necesitados. Buena cuenta se dio de ello hace unos años en el montaje de El pintor de batallas, basado en la novela de Pérez-Reverte, quien, por cierto, hace poco, en una extensa entrevista volvió a relatar sus vivencias en distintos conflictos bélicos, recordándonos esa fina línea entre el bien y el mal. Para este proyecto, de hecho, también se ha hecho una exploración de campo intensa con diferentes periodistas, entre ellos, Nicolás Castellano.

Precisamente encontramos algún breve (quizás en este sentido falta profundización) diálogo entre los dos hombres. Uno va arrastrándose entre el fango, lleno de cinismo, sin demasiada consideración por su vida. El otro tiene en mente la situación de fuera, ese que anhela ofrecer a esa mujer «monstruosa»; todavía parece que mantiene unos valores. No obstante, Protocolo del quebranto incide claramente en cómo las circunstancias influyen en demasía sobre nuestros propios juicios éticos.

Seguramente la trama sea una tanto endeble, esquemática, sencilla. Enseguida se quiere resolver el conflicto. Por otra parte, resulta un tanto estático ese modo de autodescribirse, pues sus soliloquios se marcan como cajones estanco poco enhebrados con el acontecimiento presente, el cual, por cierto se desvanece entre la indeterminación. Por eso, en gran medida, toda esa agua, todo ese ruido y esa angustia acaban comiéndose la verosimilitud del suceso concreto. De todas formas, es una pieza que merece la pena y que nos sitúa ante un mundo en plena destrucción, que tenemos, desgraciadamente, muy cerca.

Protocolo del quebranto

Dirección y texto: Mario Vega

Intérpretes: Marta Viera, Mingo Ruano y Luisfer Rodríguez

Dirección de producción: Valentín Rodríguez

Diseño de iluminación: Ibán Negrín

Composición musical y espacio sonoro: Julio Tejera

Diseño de vestuario: Nauzet Afonso

Diseño de espacio escénico: Mario Vega

Director de mesas y asesor de contenidos: Nicolás Castellano

Asesoría dramaturgia: Laura Ortega

Documentación audiovisual en Ucrania: Anna Surinyach

Producción local y fixer en Ucrania: Olga Tarnovska

Traducción del ucraniano: Tatiana Kolbayenkova

Diseño de instalación hidráulica: Eduardo Rodríguez

Prensa nacional: María Díaz

Producción: unahoramenos

Teatro Fernán Gómez (Madrid)

Hasta el 5 de mayo de 2024

Calificación: ♦♦♦

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Un comentario en “Protocolo del quebranto

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