Alberto Iglesias firma un texto meramente anecdótico para un montaje dirigido con torpeza por Mario Gas en los Teatros del Canal
Con todo el respeto para nuestros mayores, esta propuesta cae en el tópico de la complacencia de una manera abrumadora. Es una obra que parece dirigirse con tanto ahínco hacia el estamento provecto, que quiere demostrar su ancianidad desde el minuto uno. Debe ser que cuando uno pasa la frontera de los sesenta y pico pierde el sentido del humor más incisivo y la blandura en las expresiones se asienta, como si uno sufriera un golpe de ingenuidad. Y eso que hablamos de unos jubilados que han encerrado a su asesor fiscal, porque sus «malos» consejos los han dejado secos. Los secuestradores del lago Chiemsee de Alberto Iglesias no tiene fuste, carece de trama, de nudo, y de interés; es lenta y muy larga, y solo puede hacer gracia a las almas cándidas que se ríen de los achaques del prójimo. Sigue leyendo
Indagar en uno de los personajes centrales del teatro español contemporáneo supone un claro esfuerzo por hallar un hálito de humanidad. Bernarda Alba representaba la reciedumbre más impositiva y destructora. Su estricta moral era un dechado de conservadurismo atroz, un anclaje a ideas y a tiempos que no cedía ni un ápice a la justicia y a la comprensión de cualquier derecho en sentido moderno. Pilar Ávila ha tenido la gran idea de situarnos al final de su vida, después de transcurridos ocho años desde aquel desgraciado suicidio de su hija Adela. Resulta interesante, podemos pensar —entre otras muchas cuestiones—, cómo una mujer tan fuerte es dominada tanto por las costumbres hasta el punto de ser, no solo absorbida por ellas, sino en convertirse en su adalid. 
