La Toffana

La historia de la alquimista Giulia Toffana salta a escena a partir del texto escrito por la dramaturga y novelista Vanessa Montfort

La Toffana - Foto de Javier Naval
Foto de Javier Naval

Desde luego, a priori, la historia que presenta Vanessa Montfort —quien llevó a escena su obra El síndrome del copiloto hace unos meses—, resulta muy interesante, máxime cuando no parece que haya demasiada información acerca de esta mujer llamada Giulia Toffana, que propició la muerte de varios centenares de maridos. Ya que puso en circulación su Aqua, todo un veneno metido en un frasco con San Nicola di Bari dando su bendición. La susodicha procedía de Sicilia, de Palermo, y había observado de joven cómo se manejaba su madre, Theofania d’Adamo, una célebre alquimista del lugar y que había asesinado a su esposo, después de que este abusara de ella. Sigue leyendo

Anuncio publicitario

La rebelión de los hijos que nunca tuvimos

Una fábula inspirada en todos aquellos niños migrantes que desaparecen en las costas europeas

Foto de marcosGpunto

La apuesta de los hermanos Bazo (QY Bazo) por el teatro social, por llevar a cabo obras que nos comprometan con los problemas acuciantes de nuestro presente, es clara. De alguna manera, su lenguaje primordial es la fábula, el cuento moralizante, el apólogo con el que pretenden, sino aleccionarnos, sí provocarnos una reacción que nos lleve a la reflexión. Así ocurre en Los impostores, en Nada que perder y en Tres días con Charlie. De forma mucho más acentuada La rebelión de los hijos que nunca tuvimos recurre directamente al «Érase», al toque infantil —lógico para un texto que trata fundamentalmente de niños— y a la narración oral. Este exceso inicial por contar —con todo un prólogo que es en sí una leyenda— es el gran lastre de un espectáculo que se subsume en gran medida en ese procedimiento a costa de la pura representación de los hechos. ¿Hasta qué punto el espectador mantendrá la atención sobre lo relatado? ¿Hasta qué punto es reiterativo lo contado sobre lo representado? Además, creo que faltan recursos propios de los oradores, falta mayor recursividad —no me vale solo con repetir el «érase», porque el cuento se enreda y no somos lectores, sino escuchantes— para que después podamos introducirnos en el meollo de la cuestión. Sigue leyendo