Dentro de la tierra

Sube a escena la obra de Paco Bezerra sobre los invernaderos almerienses, a través de la mirada de un joven fantasioso

Foto de marcosGpunto

Ante todo, se plasma en esta obra galardonada en 2009 con el Premio Nacional de Literatura Dramática, una atmósfera; ya de por sí viciada por la confluencia de múltiples elementos, como se verá, que es observada, además, por una contemplación evasiva y enloquecida que nos remite más al sueño que al raciocinio. La huerta almeriense, cubierta de plásticos, es, auscultada desde fuera, un paraje artificioso al que sabemos que acuden muchos inmigrantes africanos. También es el lugar con menos precipitaciones de Europa y, a la vez, el que genera unas cosechas de números exorbitantes. La implementación de técnicas de cultivo, y eso incluye el uso de insecticidas («Los insectos se inmunizan y crecen hasta el triple de su tamaño»), han propiciado una ingente riqueza a muchos agricultores de la zona. Aquí precisamente nos encontramos a una familia, integrada por un padre y sus tres hijos, que ofrecen comportamientos antiguos, modales que remiten a esa presión social propia de sociedades rurales encerradas sobre sí. El auténtico protagonista, Indalecio (como el santo patrón de Almería o como el indalo), vive inmerso en sus historias, es un escritor que no conserva sus relatos por escrito, sino que los deja cocer en su cabeza. Es el menor de los tres hermanos, un muchacho fantasioso que se cuela en los invernaderos de su padre para divagar en sus cuentos. Sigue leyendo

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Ninette y un señor de Murcia

Vuelve la mejor obra de Miguel Mihura a las tablas del Teatro Fernán Gómez

Ninette FotoSe puede considerar Ninette y un señor de Murcia una de las obras mejor construidas por Miguel Mihura (a diferencia de otras como Maribel y la extraña familia), a la vez que original en su disposición (respecto a Carlota, por ejemplo). Cómo dentro de una comedia que se presenta sencilla y cercana para el público, en la que se despliegan todas las artimañas humorísticas del autor madrileño, se esconde toda una paradoja de tintes políticos y sociológicos. Que un provinciano de aquellos años sesenta, que se considera orgullosamente de derechas, procedente de Murcia, arribe a París con el ánimo de airearse y desfogarse durante quince días, termine felizmente «encerrado» en una casa de huéspedes. Toda una contradicción: venir de un país en plena dictadura a una ciudad caracterizada por la libertad de sus gentes y su moral abierta, y encontrarse en un bucle romántico con una muchacha tranquilona, hogareña, celosa, pero, a la vez, muy echada para adelante. Todo un personaje. O toda una colección de personajes. El primero, lógicamente, Jorge Basanta, Andrés, el señor de Murcia, quien nos anuncia al comienzo sus intenciones con cierta campechanía; se le ve cómodo en su papel de joven un tanto ingenuo y estupefacto ante lo que le ocurre. A su lado está su amigo, que Javier Mora lleva con exageración y con tono bronco que provocan un gran contraste en los diálogos. Julieta Serrano, como Madame Bernarda da rienda suelta a todos esos juegos lingüísticos entre el francés y el castellano. El toque político y reivindicativo lo pone Miguel Rellán, un obrero asturiano, muy particular y que el actor resuelve con medida energía. Finalmente, la Ninette que interpreta Natalia Sánchez posee el justo punto de picardía combinado con su porte de mandona, aderezado con un sensual acento francés. Es toda una virtud la de Mihura construyendo caracteres que permitan el diálogo fluido, pero también el choque constante. Sigue leyendo

Éramos tres hermanas

Las tres hermanas que han versionado Sinisterra y Alfaro es de lo mejor que se ha visto esta temporada en La Abadía

tres hermanasEn la negrura, el tedio y la insufrible abulia, tres hermanas luchan desde la vejez contra el recuerdo de su vida desesperanzada. En un vaivén temporal, como la biela de una locomotora, la historia se lanza en retroceso continuo; las jóvenes viejas añoran un pasado presente y se recuerdan, bajo una constante redundancia, todo aquello que ya no pueden ser, aunque les quedara toda la vida por delante. Así, en esta tergiversación magistral de José Sanchis Sinisterra, el realismo chejoviano se transforma en aura kafkiana, en noche onírica, en eco lúgubre y en vacua esperanza becketiana. Una síntesis pulida a través de la repetición, de la insistencia en la desmemoria, en un discurso repleto de nihilismo y concatenación asfixiante de los cuatro actos en una escenografía minimalista, negra y renegra, vidriosa, caliginosa, espantosa cuando los rostros de esas tremendas actrices se reflejan en las paredes, en el suelo o en el piano que irá tocando Mamen García mientras canta en los interludios (en italiano, en francés, en inglés) hasta la apoteosis con su We are going to Moscu como un irónico grito desesperado. Sigue leyendo