Leonardo Sbaraglia protagoniza esta adaptación demediada de Daniel Veronese sobre la novela de Jacobo Bergareche

Está claro que una obra podemos juzgarla y apreciarla en su unicidad; pero también es verdad que difícilmente podremos obviar que, como ocurre en este caso, nos han usurpado demasiado del original. O sea, si usted ha leído novela de Jacobo Bergareche puede que se sienta estafado. Porque Daniel Veronese ha considerado que con la mitad le valía para montar el espectáculo. A mí me parece que le ha quedado un texto un tanto raquítico en la sustancia que se destila. Pongamos contexto: la susodicha obra está compuesta por dos extensas cartas de un tal Luis, una especie de álter ego del escritor (y de tantos otros cuarentañeros en crisis matrimonial). En la primera, la más larga, el protagonista le redacta sus pensamientos al ligue que se ha echado en Austin. A esa ciudad insulsa ha acudido para recluirse en el Harry Hanson Center, un lugar, por lo visto, extraordinario, donde se custodian objetos y papelajos de los más insignes artistas y científicos de todo el mundo. Allí descubre unas misivas de William Faulkner dirigidas a Meta Carpenter, la secretaria de Howard Hawks, y amante del Nobel. Asimismo, es el novelista favorito de la esposa de nuestro periodista intrépido. Fascinación, flirteo, baile en el White Horse, un honky tonk, repaso musical de su discografía nostálgica, crítica de la profesión, acostarse borrachos… Todo ello, en la narración, nos permite conocer al personaje, redondearlo a cada página entre el estereotipo y la peculiaridad de sus gustos, entre sus reflexiones de desencanto y la ilusión por haber encontrado a alguien con quien retrasar la llegada de la hecatombe.
Teniendo en cuenta esta circunstancia uno puede intentar convencerse de la autonomía de esta función y, si es capaz, ignorar la novela leída (esto es mucho decir). De todas formas, lo observado me resulta bastante rácano. Setenta y cinco minutos donde un hombre se recrea con esos días felices que surgieron de improviso entre las lógicas imperfecciones, que los hicieron más llamativos y peculiares. Una oda al espejismo del carpe diem. Siempre con los pequeños detalles. Días que se convierten en tesoros que se deben buscar denodadamente como última esperanza en las vidas anodinas de los burgueses. Así transcurre la segunda carta, destinada a su esposa, que lo espera en Buenos Aires. Porque aquí la versión está argentinizada, lo que implica un distanciamiento mayor. Creo que es una pega significativa. Pienso que era innecesario. El lector español había podido recorrer algunos de los lugares que salen en el libro como Santander, Carrión de los Condes o Madrid. Esa cercanía espacial y también una serie de características sutiles, como la remisión a ciertos bares, nos recordaban, de alguna manera, que detrás hay un narrador que ha puesto algo de su parte en la ficción; pero que además está la gente de su generación. Las costumbres, los hábitos, las relaciones personales. Sin embargo, aquí el asunto se ajusta al acento de Leonardo Sbaraglia, que parece ser el sumo atractivo para cierto público. Convencido estoy de que su expresión cogerá más vuelvo; no obstante, hasta el momento, le falta algo de fluidez, de dinamismo, de versatilidad en la modulación. El tipo, sin duda, posee apostura sobre el escenario. El tono reduce mucho la melancolía que se trasluce de la obra literaria, de la nostalgia interpuesta, del cansancio. Y, sobre todo, de ese tedio en el que tanto se regodea. Ese sentimiento no impregna la propuesta, y creo que era fundamental que, más allá de la iluminación macilenta que ha dispuesto Ariel Ponce (El gato), sobre ese conjunto de paneles como hojas que traslucen imágenes recurrentes y románticas, que ese tedium vitae se impusiera en el rostro de este personaje.
Me viene a colación ─hay una referencia al tema de Lou Reed─ el éxito que tuvo la película de Win Wenders, de 2023, Perfect Days. Una apología de la sencillez extrema, del estoicismo y de la repetición; aunque también de la cobardía de no enfrentarse a retos mayores. Luis idealiza un reencuentro perfilado al milímetro en su vuelta al hogar, donde volverá a tener sexo maravilloso con su mujer (se insiste en el sexo), en un lugar estupendo, en una de esas escapadas sin hijos que deben arreglarlo todo. Por debajo está la pregunta: «¿solo esto?». Que esa epístola, convertida en mail, se abra en el instante preciso y que se logre la magia de los estados emocionales adecuados.
En definitiva, la novela es breve, compete a lectores de una edad concreta y estrato socio cultural particular, da para que reflexionemos y, quizás, fantaseemos entre la pesadumbre. Tampoco creo que se pueda ir más allá. Si Daniel Veronese ha metido, encima, la tijera de este modo, entonces, el montaje se queda sin trasfondo.
Autor: Jacobo Bergareche
Dirección y adaptación: Daniel Veronese
Reparto: Leonardo Sbaraglia
Escenografía y vídeo-proyección: Alberto Negrín
Iluminación: Ariel Ponce (El gato)
Musicalización: Daniel Veronese
Diseño gráfico: Rebeca Ricosta
Fotografía y vídeopromo: Sergio Parra
Ayudante de fotografía: Mauro Testa
Producción general: Julieta Novarro
Producción ejecutiva: Mónica Regueiro
Producción: Ana Guarnizo
Agradecimientos: María Figueras y José Motos
Una producción de PRODUCCIONES [OFF]
Teatro de La Latina (Madrid)
Hasta el 26 de octubre de 2025
Calificación: ♦♦
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Un comentario en “Los días perfectos”