Un dios salvaje

La comedia de Yasmina Reza sobre las disputas entre parejas burguesas cambia de elenco para acomodarse nuevamente en el Teatro Alcázar

Foto de Nacho Peña

Regreso al Teatro Alcázar para comprobar cómo le ha pasado el tiempo a esta obra de Yasmina Reza (también célebre por Arte, que no para de sumar adaptaciones), despúes de que la estrenaran en 2008. Cambio de elenco y, por lo tanto, cambio de tono interpretativo. Sería mucho dirimir sutilezas en cada momento, y sería bastante subjetivo aseverar si preferimos a unos u a otros. Aunque he de reconocer que la pareja Aitana Sánchez-Gijón y Antonio Molero me encaja más que Millán-Lumbreras (no solo por la altura). Por otro lado, Clara Sanchis le aporta a su papel un sesgo más extravagante ─como veremos─, muy alejado de la finura aniñada de Maribel Verdú. El resto es idéntico.

Creo que, a diferencia de este tipo de proyectos, todo un género asentado y exprimido (véase en los últimos años el éxito de Laponia), la insistencia, el retorcimiento en lo mismo no logra una catarsis en nadie. De hecho, más allá de los temas que se van colando en la discusión, lo irresolutorio del enfrentamiento me convence, pues demuestra que, en el fondo, existe una necesidad vital de enfrentarnos a los demás para no estar atacándonos éticamente a nosotros mismos. Ser pecadores desde la cuna es lo que tiene.

Poco importa la excusa que ha reunido a esos padres. Uno de los hijos le ha partido los dientes al otro en una pelea. Chavales de once años sobre los que no se quiere indagar demasiado. Que si fue un chivato, que si no lo dejaban entrar en la banda, etc. Esto va del estatus. En este caso, no se puede afirmar a primera vista que las diferencias sean tremendas, hablamos de familias similares; no obstante, sí parece que los anfitriones están intentando medrar culturalmente. Esto resulta bastante interesante. Contemplar a estas gentes de clase media forjarse una imagen mediante la compasión y la empatía hacia los más pobres del planeta. Así, es Verónica, con una Natalia Millán muy firme y convincente en su enfoque de madre responsable que busca resarcimiento moral. Pienso que es el gran personaje de la función, pues es alguien atravesado por esas contradicciones de nuestra época, donde algunos ciudadanos que ven mejorado su modo de vida respecto de sus antepasados cargan con el peso cristiano de la culpa. De ahí que haya escrito un ensayo sobre Darfur y que, a la vez, sienta fascinación por esos libros tan exquisitos de artistas contemporáneos que se aposentan con sacralidad sobre la mesa del salón como una seña de identidad. Su recorrido, desde sus convencimientos roussonianos del buen salvaje hasta verse empujada a la vesania incivilizatoria como una loba hobbessiana, nos enseña el grado de impostura al que se someten tantos individuos hoy en día. No ocurre así con el papel de Luis Merlo, quien me parece idóneo, pues se recrea cuando debe adoptar su inherente cinismo. Es el otro gran contendiente, un abogado pendiente del móvil a cada rato. Dispone con displicencia la estrategia a seguir con los «problemillas» que está provocando un medicamento de la multimillonaria farmacéutica que el defiende. Estas interrupciones nos permiten conocer la catadura del señor. Por otra parte, contamos con sus acompañantes, seres en segunda posición. El personaje que interpreta Juanan Lumbreras dirige una empresa que distribuye elementos de menaje, de baños, etcétera. Nada espectacular ni seductor, como el propio individuo. Está ahí para desentonar. No llega a ser chabacano; pero tampoco se va a esforzar por aparentar lo que no es. Apenas un hombre preocupado por su pobre madre que lo llama a diario. En cualquier caso, es poca cosa al lado de su esposa. Finalmente, Clara Sanchis carga con un rol más modesto; sin embargo, termina por protagonizar algunas de las escenas más humorísticas, pues sondea unos detalles más escabrosos en la personalidad de esta mujer arrastrada por la despreocupación familiar de su marido. La actriz se deja contagiar por la borrachera general hasta la náusea.

Ciertamente, el ritmo lento de la primera media hora (y más) no favorece una comicidad esperable. Luego, cuando el asunto se desbarata, el ron empieza a funcionar, las pullas van hiriendo y los instintos de ese dios salvaje que todos llevamos ─afortunadamente─ dentro brotan, nos adentramos por un desenlace donde las auténticas claves de la obra engrandecen la consabida disputa. El contenido puede ser de lo más corriente, como en cualquier alta comedia; a pesar de ello, esbozar el desenmascaramiento al final resulta satisfactorio. Civilización o barbarie.

El mismo grupo, en definitiva, que anhela repetir formula, como ya hiciera la temporada anterior en Conspiranoia. Esta vez el texto es más solvente, pero los esquemas dramatúrgicos y los modos actorales… mutatis mutandis.

Un dios salvaje

Autoría: Yasmina Reza

Versión: Jordi Galcerán

Dirección: Tamzin Townsend

Reparto: Luis Merlo, Natalia Millán, Juanan Lumbreras y Clara Sanchis.

Producción ejecutiva: Verteatro

Dirección de producción: Carlos Larrañaga

Dirección de producción: Carlos Larrañaga

Dirección de producción: Carlos Larrañaga

Diseño de escenografía y vestuario: Ana Garay

Diseño de iluminación: José Manuel Guerra

Diseño de música y sonido: Andrés Belmonte

Ayudante de dirección: Ricardo Cristóbal

Ayudante de producción: Beatriz Díaz

Dirección técnica: David González

Construcción de escenografía: Mambo Decorados

Prensa: La Cultura a Escena | Ángel Galán

Fotografía: John Ribes y Juan Carlos Arévalo

Vídeo y fotografía: Nacho Peña

Diseño gráfico: Hawork Studio

Gerencia y regiduría: Sabela Alvarado

Teatro Alcázar (Madrid)

Hasta el 28 de junio de 2026

Calificación: ♦♦♦

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