Magia

Emilio Ruiz Barrachina adapta y dirige esta comedia de Chesterton, donde se dirime entre la razón y la religión la posibilidad de lo sobrenatural

Si por algo vale esta obra que Chesterton estrenó en 1913, provocado por G. Bernard Shaw, es por las ideas que se ponen sobre las tablas. Ahora, encajarla en el marchamo de la «comedia fantástica» podría recordarnos a esos juegos teatrales que acometió en su momento Jardiel Poncela con aquello de Un marido de ida y vuelta. Aquí no llegamos a ese punto de absurdez; pero lo que observamos es raruno. El aspecto anticuado que muestra el vestuario ─no hay más que ver la chaqueta que porta el duque o el traje de su sobrina─ y la escenografía de Pablo Camuñas, que combina la decoración de un palacete dentro de una campiña. Convengamos que se nos quiere trasvasar el ambiente inglés del original a nuestras circunstancias socioculturales. El mayor problema que encuentro en esta función es la adaptación de Emilio Ruiz Barrachina, pues pretende que la comicidad se concierte con chistes chuscos y consabidos sobre nuestro rey emérito (me recuerdan a la bufonada Descarados, de Darío Fo que vimos la temporada anterior), la estulticia de nuestros políticos o los hitos de la actualidad, como el apagón. Aunque se habla con los precios en pesetas. Los anacronismos son varios, para situarnos en no se sabe qué coordenada espacio-temporal. Una escena puede ofrecer una disputa sesuda y la siguiente aproximarse a la astracanada. Bastante tenemos ya con aceptar el planteamiento general.

Tengamos en cuenta que el escritor se convirtió al catolicismo en 1922, tenía 48 años, y algunas de las claves que le llevaron a esa ¿decisión? las encontramos en esta obra. Sin embargo, habría que recurrir más bien a su texto Ortodoxia, de 1908, donde parece que ya se mostraba más crédulo en relación a lo sobrenatural: «las historias de magia pueden expresar mi sensación de que la vida no es sólo un placer sino también una especie de privilegio excéntrico».

Por eso, este drama se vertebra de manera fabulística. El misterio surge en el preludio cuando Patricia se encuentra en un bosquecillo a un desconocido, que ella toma por un duende. La oscuridad y la ambientación nos remiten a un mundo de atmósfera gótica. Después conoceremos al doctor y al sacerdote, ambos han acudido a casa del noble para pedirle dinero. El primero nos dejará a un Carlos Chamorro convincente en su disposición sobre las tablas, y poco a poco irá radicalizando su discurso de forma engreída. Mientras que el segundo es acogido Ángel Héctor Sánchez con algunos modos iniciales algo estereotipados; no obstante, luego nos sorprenda con algunas frases controvertidas acerca de su fe. Diremos que el dramaturgo nos concede un debate interesante sobre las creencias y la religiosidad frente al conocimiento científico de ínfula positivista. Aunque puede ser sugestivo, se percibe cierta caricaturización en sus roles. Efectivamente, es necesario hacer hueco entre sus «inconsecuencias» para que la magia tenga posibilidades. De hecho, el asunto se pone verdaderamente en marcha cuando el duque, que es interpretado con algo de donosura tontorrona por Valentín Paredes, reciba a un estrafalario ilusionista que pululaba por allá. Juanma Díez Diego irrumpe con su capa negra, con ese aire tan llamativo y hasta terrorífico ─en este sentido sí recuerda a cómo Max von Sydow interpreta al protagonista en El rostro, de Ingmar Bergman─. Es un papel complejo en cuanto que, por un lado, debe sortear las insolencias del resto, quienes ponen en duda su «poder» e, incluso, su arte. También debe manejarse en el amorío con aquella chica ingenua que allí se hospeda. Sinceramente, no llego a entender la manera de proceder de Rebecca Arrosse. Más allá de su acento, emplea unos ademanes demasiado románticos que distorsionan frente al tono interpretativo de los demás. Que entre ambos se pueda dar una relación erótica es harto inverosímil. Que el argumento puede discurrir por aspectos demoniacos, sobre pactos con el mal, peligrosos, todavía podría tener un pase en una obra de género puro; pero entre tanto guiño humorístico observar el montaje como un disparate parece inevitable. Por otra parte, se echa en falta en la dirección un mayor dinamismo, sobre todo en la actuación del taumaturgo, pues sus pequeñas demostraciones quedan poco vistosas con una iluminación que no ayuda.

Resulta muy complicado darle un encaje hoy en día a un proyecto así; parece un teatro bastante caduco. De hecho, el propio Carlos Chamorro participó en otro desatino con ciertas similitudes estéticas titulado Aristócratas conversos. Desde luego, algunas pátinas ya no funcionan.

Magia

Dramaturgia: G. K. Chesterton

Adaptación y dirección: Emilio Ruiz Barrachina

Reparto: Carlos Chamarro, Juanma Díez Diego, Valentín Paredes, Ángel Héctor Sánchez y Rebecca Arrosse

Director de producción: Jesús Aguilar

Estilismo: Helena Truébano

Diseño de vestuario: Rebecca Arrosse

Escenografía: Pablo Camuñas

Director técnico e iluminación: Rafael Echeverz

Producción: Hemisphere Teatro

Teatro Pavón (Madrid)

Hasta el 29 de junio de 2025

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Un comentario en “Magia

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