Las apariciones

Fernando Delgado-Hierro y Pablo Chaves vuelven a demostrar su talento con una autoficción futurista en el Teatro María Guerrero

Foto de Bárbara Sánchez Palomero

Contemplemos este montaje en paralelo a La Patética, en el Teatro Valle-Inclán, ambos hablan de la muerte, y lo hacen a través de la comedia. En Las apariciones confirmamos el talento de los pergeñadores de Los Remedios. En cierta media, podemos aceptar que estamos ante una continuación. Como si hubiera llegado el fantasma del futuro dickensiano, nos proyectaremos al devenir de estos dos intérpretes. Y, sí, estamos ante un giro en el abusivo género de las autoficciones (encontraremos un evidente parecido con la performance De Nao Albet y Marcel Borràs). Y, sí, voy a defender lo acontecido.

Ya desde el preámbulo somos atrapados por un tono paródico que nos va a recordar a Martes y 13, por esos travestismos e impostaciones de voz, además de las reiteraciones con las que proceden. Desde luego, las referencias humorísticas son múltiples, ellos mismos homenajean La vida de Brian, de los Monty Python, pero dándole un aire extremeño. Y su extravagancia y su absurdismo también recuerdan a las gentes de Muchachada Nui, y dentro de ellos, a ciertos dejes con los que se maneja Carlos Areces, quien colecciona fotos de finados. Así que, en primera instancia, nos hallaremos en un tanatorio. Por allí aparecerá la hija de Fernando Delgado-Hierro para elaborar una semblanza de su padre; luego, ejecutará similar alocución, la sobrina de Pablo Chaves. Ese es el destino inevitable. Ambos artistas han fallecido y ahora observaremos cómo les ha ido hasta llegar a término. De hecho, será una bifurcación, pues en unos años ambos amigos de la infancia, intimísimos, se van a distanciar. El dramaturgo deberá centrarse en la crianza y, después, en desarrollar su carrera como actor y docente. Este, el autor, se quedará con un monólogo final muy consistente sobre la función existencial de la ficción, del teatro, de la actuación, del sentido de todo aquello, con la concepción que tenía Heidegger sobre la muerte como acontecimiento esencial en la definición del ser humano.

Es importante, que la obra se sostenga, también, en la hondura, en el cuestionamiento de su propio proyecto vital, del riesgo que han adoptado, cuando sus profesiones tienen pocas posibilidades de salir bien. Esta seriedad va permeando con frases certeras todo el espectáculo; pues, otra vez la presencia de los familiares posee un engarce fundamental. Padres y madres sirven de interlocutores para diálogos de un realismo mágico y sicoanalítico, como si ambos protagonistas cuestionaran ese determinismo entre el agradecimiento y la aquiescencia. Después, resulta muy astuto, incluir en un breve vídeo la intervención de Lola Herrera para discurrir sobre el amor y los aspectos valiosos de la vida. Sirve el momento para dar pausa a la propuesta.

Por su parte, Pablo Chaves vuelve a desplegar una profunda vis cómica, sobre todo con papeles femeninos que resultan irrisoriamente ridículos, como una terapeuta que surge de improviso poniendo morritos. Aunque él contará con una de las escenas estelares, una incursión surrealista donde él mismo se proyecta en la senectud, como un viejo marchoso, el típico rey de la fiesta, el anfitrión perfecto que, después, se queda más solo que la una. Un tipo que se ha labrado el éxito como escenógrafo, que es su otra vertiente creativa, como hemos ido comprobando estos años. De hecho, él mismo nos muestra una irónica muestra de sus trabajos, entre ellos, su última participación en el Teatro Valle-Inclán (Los nuestros), aquel tótem repleto de cachivaches, y que él la «ve» expuesta en el MOMA de Nueva York. Pero no solo eso. Él se hará rico, muy rico; porque se dedicará a construir escenografías cuando en unas décadas el teatro sea de nuevo el gran espectáculo de la sociedad, cuando esta se canse de tanta irrealidad en las redes. Observarlo como a un desfasado Pocholo hasta arriba de estupefacientes le permite «desbaratar» la función de manera chocante. Él mismo será el responsable de ambientar el espacio como una funeraria con cortinas azul turquesa con un ataúd versátil que van desplazando según sus necesidades. Sencillez y conveniencia para que Juan Ceacero los pueda dirigir con un orden absolutamente necesario para que esta locura no se convierta en un barullo.

Solo se puede afirmar que es una verdadera diversión y que se sustenta en un drama existencial muy inteligente. Qué más se puede pedir si, además, se expresa todo con tanto desparpajo.

Las apariciones

Texto: Fernando Delgado-Hierro

Dirección: Juan Ceacero

Reparto: Pablo Chaves y Fernando Delgado-Hierro

Escenografía: Pablo Chaves

Iluminación: Rodrigo Ortega

Vestuario: Paola de Diego

Espacio sonoro: Daniel Jumillas

Ayudante de dirección: María Martínez Rivas

Asesor artístico: Geérard Imbert

Estudiantes en prácticas: Elena López Pardo y Avelino Rodríguez Aguilar

Realización de escenografía: SCNIK

Realización de vestuario: Marisa Sánchez González y Paola de Diego

Asistencia y realización de vídeo: Inés Sánchez y Mamen Díaz

Coordinación técnica de La_Compañía exlímite: Leyre Escalera

Comunicación y títulos de crédito de La_Compañía exlímite: Inés Sánchez

Distribución de La_Compañía exlímite: Caterina Muñoz Luceño

Dirección de producción de La_Compañía exlímite: Elena Martínez

Diseño cartel: Emilio Lorente

Tráiler y fotografía: Bárbara Sánchez Palomero

Producción: Centro Dramático Nacional y Juan Ceacero/La_Compañía exlímite

Teatro María Guerrero (Madrid)

Hasta el 15 de junio de 2025

Calificación: ♦♦♦♦

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5 comentarios en “Las apariciones

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