Paula Paz recupera para el Teatro Español a la dramaturga estadounidense Susan Glaspell con una obra primeriza
Desde luego, tal y como les han ido a otros dramaturgos estadounidenses de entreguerras, lo justo hubiera sido que Susan Glaspell hubiera tenido un reconocimiento mayor, pues en ella reconocemos los influjos de Ibsen o de Maeterlinck acomodados a su realidad de su país. Seguramente, O`Neill, que fue, en cierta medida, auspiciado por ella, la haya opacado. Aunque el hecho de que fuera una mujer vinculada al movimiento feminista haya influido lo suyo. Ella estuvo embarcada en el Club Heterodoxy del Greenwich Village, en Nueva York, grupo que, además de concentrarse en las razonables preocupaciones de las féminas en la segunda década del siglo XX, daba cobijo a muchas lesbianas. Esta cuestión, por un momento, me hizo pensar que en esta obra que nos compete existe una pulsión erótica. No obstante, como veremos, entre la protagonista y Margaret, su amiga del alma, no se habría llegado a tal extremo (sería, en cualquier caso, más que coherente).
Probablemente, no sea esta la obra más elocuente de la autora. Estamos ante su primer drama largo, escrito en 1919, y representado con muy pocos recursos por la compañía que comandaba junto a su marido, los Provincetown Players. Se maneja con los efluvios del romanticismo y del simbolismo; pero, encima, incluye una veta pietista, que rezuma victorianismo y que nos recuerda esa literatura de las Brönte y de Alcott. Por lo tanto, no permean aquí muchos de los conflictos con los que tuvo que manejarse la autora en aquellos convulsos años, en los que se dirimieron muchos de los derechos que iban a engrandecer aquella nación. Tengamos en cuenta que fue compañera de otra de esas grandes olvidadas, Emma Goldman, una anarquista que llegó a ser declarada la mujer más peligrosa del país.
No hallamos al final de la Gran Guerra en una pequeña población del medio oeste, es fácil imaginarse en Iowa. Monica Boromello ha recreado el típico salón de un hogar unifamiliar con dos plantas y un jardín que se vislumbra en el exterior. Algo vacío como para demostrar un cambio real y simbólico como se pretende en la función. Queda raro que un simple desplazamiento de una mesita valga para tal fin. Es un detalle que no funciona. De todas formas, contamos con una protagonista en ausencia. Bernice ha fallecido y su cuerpo aguarda en un dormitorio a que llegue su esposo de Nueva York. Craig Norris es un escritor que intenta lograr el éxito y que desde hace años lleva una vida aparte de su matrimonio, con distintas amantes. Jesús Noguero lo toma con un verosímil ahogo, con una expresión potente de sus propias contradicciones internas. Su desesperación no solo viene causada por la repentina muerte de su esposa y porque no haya podido despedirse, sino porque tiene un sentimiento de culpabilidad enorme. Afortunadamente para él, la propia Bernice le encargó a su criada que le revelara que se había suicidado. Toda una falsedad que se acepta como un gesto de gracia, de piedad o de bondad salvífica. Este asunto es central, ya que la interpretación de la obra dependerá fundamentalmente de esta decisión.
Por otra parte, desde el inicio se impone un patetismo que llega a ser un tanto agotador; puesto que el tiempo de la obra se alarga hasta las casi dos horas, mientras que el tiempo interno se concentra en apenas un día. Esto produce que algunos diálogos sean reiterativos y que dé la sensación de que se vuelve sobre lo mismo una y otra vez. En el padre, por ejemplo, se observa una anulación desconcertante. El personaje no avanza, y parece encerrado en un bucle de angustia. Javier Lago posee, de hecho, frases poco convincentes en el preámbulo, como si quiera ponernos en antecedes de una manera artificiosa («Bernice hizo esta casa. Todo es Bernice. ¡Cambia algo, Abbie! Pon algo en un lugar diferente»). Luego, el ama de llaves, que encarna Esperanza Elipe resulta demasiado estereotipada, con ese cariz tan servicial. Y qué decir de Rebeca Hernando, como cuñada. La actriz se desenvuelve con su fortaleza habitual; sin embargo, el rol está cargadísimo de tópicos, con esa adustez y ese odio inveterado que expele a cada instante.
Ciertamente, creo que a la propia obra de Glaspell le sobran escenas, líneas y ese aire espiritualista que ansía abarcar demasiado y que ha propiciado distintas visiones en la crítica de otras épocas. Es evidente que el enfrentamiento entre Margaret y el marido es lo realmente seductor. La ejecución de Eva Rufo es, desde luego, sobresaliente, repleta de matices. Su rostro se carga de melancolía y de rabia a partes iguales, macilento y, después, luminoso, cuando siente verdadero orgullo por la acción y el comportamiento de su amiga. En ellas podemos intuir, ante todo, esa «amistad amorosa», como ocurre, también, en la novela Nada (próximamente su adaptación teatral), de Carmen Laforet. Una relación de profunda compenetración e intimidad, carente de actos sexuales. En esas cuitas de esta mujer, en los recuerdos, en las invectivas contra ese hombre que tiene delante, en su activismo político, encuentro hallazgos. No obstante, el desenlace es de una sencillez demasiado pura y cándida como para entusiasmarnos. Reconozco destellos, temas y modos en esta propuesta dirigida con corrección por Paula Paz; pero las constricciones son varias.
Autora: Susan Glaspell
Dirección: Paula Paz
Traducción y versión: Ignacio Gª May
Reparto: Esperanza Elipe, Eva Rufo, Javier Lago, Jesús Noguero y Rebeca Hernando
Diseño de espacio escénico: Mónica Boromello
Diseño de iluminación: David Picazo
Diseño vestuario: Blas Ledoïc
Música y espacio sonoro: Yaiza Varona
Ayudante de dirección: Abel Ferris
Una producción del Teatro Español
Teatro Español (Madrid)
Hasta el 8 de diciembre de 2024
Calificación: ♦♦
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