Le congrès ne marche pas

La Calòrica nos traslada al Congreso de Viena para trazar un paralelo con el presente de manera ridícula

Le congrès ne marche pas - Foto de Sílvia Poch
Foto de Sílvia Poch

Con lo que ocurre en el desenlace de este montaje ─una escena tan enormemente significativa que trastoca cualquier interpretación de lo acontecido antes─ bien podríamos plantearnos cerrar los teatros públicos aspirantes a auspiciar la contemporaneidad. Definitivamente no merece la pena. Si el público jalea la mayor patochada, la mayor ridiculez vista en los últimos tiempos, podemos retirarnos. No me importa destripar el asunto.

Resulta que al personal en cuanto le ponen el chunda-chunda y se les anima a dar palmitas se obnubilan. Pobre personaje imbécil, un criado (Joan Esteve se impone fulgurante) que rompe la cuarta pared, porque le hace un provocador bailecito a unos pijos de quinta en un museo, después de negarse a recoger una bandeja estampada en el suelo con sus canapés. Así cree haberles dado una lección de bufón y, a nosotros, otra cuando salta al patio de butacas. Qué soberana estupidez, qué manera de tirar por la borda el espectáculo, qué modo de infantilizar más cualquier pretensión política del artífice: Joan Yago (véase también su Breve historia del ferrocarril español). Es un gesto timidísimo e inane similar al que ansía en sus filmes Ruben Östlund (véase The Square y, sobre todo, El triángulo de la tristeza).

Dicho esto, la obra, ciertamente, podría haber funcionado mucho mejor si la deriva farsística hubiera ido in crescendo únicamente sobre las coordenadas del Congreso de Viena, celebrado en 1814. El pretendido paralelo ─encajado sorpresivamente─ con el discurso de Margaret Thatcher en aquella moción de censura de 1990, que acabó con su carrera, parece un salto confuso y desnortado. Todo ello vale para recurrir a TINA, es decir, el There is no Alternative (No hay alternativa) al sistema actual. De hecho, uno de los pensadores ingleses del ala izquierda que ha cobrado más repercusión en estos años, Mark Fisher (muerto en 2017), autor del ensayo Realismo capitalista: ¿No hay alternativa?, el siguiente planteaba: «la idea muy difundida de que el capitalismo no solo es el único sistema económico viable, sino que es imposible incluso imaginarle una alternativa». Era su forma de responder a ese dictum del recientemente fallecido Fredric Jameson: «es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo». ¿Van por aquí los tiros de esta propuesta? Debe ser que sí, pues la voz narrativa en off trabaja la sobreexplicación desde el principio hasta el final, no solo para aclarar aspectos no visualizados (orgías, comilonas, abusos sexuales,…) y ponernos al tanto de cada uno de los avatares históricos; sino para dejarnos claro que de aquellos barros estos lodos. Así expresa, mutatis mutandis, Yanis Varoufakis ideas similares en Tecnofeudalismo.

Es Le congrès ne marche pas un montaje ambicioso, con una dirección de Israel Solà sobresaliente, pues ha sabido conjugar los diferentes ritmos e incidir en una comicidad de carácter satírico. También la labor coreográfica y de movimiento que ha emprendido Vero Cendoya es fabulosa, con los peleles que se van introduciendo con fuerza metafórica. Pues el vals fue un baile tan evasivo como el de unos derviches extasiados de pasión y Beethoven el compositor clave en su propia confrontación con Napoleón y su sinfonía Heroica. Después, que los actores se expresen fundamentalmente en francés ─koiné europea de aquellos momentos─, y, además, en ruso y en inglés (y en español, con estilo socarrón) supone otra exigencia más, que se solventa con frescura en la mayoría de los casos. La confluencia de personalidades de aquellos meses propicia encuentros que se tornan azarosos en ese dinamismo imparable. Comanda el tema el Metternich de Júlia Truyol, que expele un empaque que aquilata el entramado dramático. Frente a ella, Aitor Galisteo-Rocher, que se encarna en el zar Alejandro I. Este impone su corpachón para danzar imparablemente y dejarse embeber por los néctares místicos de Barbara von Krüdener, acogida con esbeltez por Tamara Ndong. Desde luego, uno de los personajes más interesantes es Caterina, princesa de Bragation, una mujer con unas altas capacidades para la seducción, que Esther López acoge con una gestualidad inmejorable en sus discursos cargados de soberbia. Por otro lado, contamos con Marc Rius, que completa con timidez medida su Lord Robert Castlereag, el ministro de asuntos exteriores de Gran Bretaña. Viene acompañado de su esposa, que interpreta Roser Batalla, esta tendrá su momento estelar cuando se meta en la piel de la Dama de hierro y perfile la imitación de la susodicha alocución. Cierran el elenco, Carles Roig, haciendo un Talleyrand que va cogiendo enteros según avanza la función, y su acompañante, Pedro Gómez de Labrador, llegado allá por orden de Fernando VII, el hazmerreír del espectáculo, que nos deja a un Xavi Francés recreándolo con mucha gracia como un gañán.

Insisto, la obra ya era lo suficientemente compleja, ya se estaban ofreciendo con la narración claves importantes para que trasladáramos lo ocurrido allí con otras asambleas y reuniones que cada año se publicitan, donde parece dirimirse el destino de toda la humanidad, véase Davos o cualquier encuentro del Club Bildeberg, si no queremos contemplar al propio Consejo de Europa con los lobbies al acecho. Pero todo se desbarata como si nada hubiera transcurrido por medio, como si el liberalismo no hubiera iniciado su marcha exitosa y las revoluciones comunistas no hubieran ofrecido otro mundo posible en diferentes hitos. No hay más que leer el libro Globalistas, de Quinn Slobodian, para entender cómo se fue diseñando el programa neoliberal allá por 1920, precisamente en Austria. Ahí sí que hay un paralelo.

Quizás la salvación de este mejunje sea salvar en nuestra retina distintas escenas, los variados movimientos y la entrega de un grupo estupendamente dirigido. No se produce el efecto que buscaron en su época Brecht o Buero Vallejo viajando a situaciones históricas significativos; sin embargo, aceptemos que el atrevimiento de La Calòrica pudo haber salido triunfante.

Le congrès ne marche pas

Creación: La Calòrica

Texto: Joan Yago

Dirección: Israel Solà

Reparto: Roser Batalla, Joan Esteve, Xavi Francés, Aitor Galisteo-Rocher, Esther López, Tamara Ndong, Marc Rius, Carles Roig y Júlia Truyol

Voz en off: Vanessa Segura

Voz en off francesa: Corentine Sauvetre

Espacio escénico: Bibiana Puigdefàbregas

Iluminación: Rodrigo Ortega Portillo

Vestuario: Albert Pascual

Espacio sonoro: Guillem Rodríguez y David Solans

Caracterización: Anna Madaula

Coreografía y movimiento: Vero Cendoya

Traducción y asesoría fonética en francés e inglés: Julia Calzada

Traducción y asesoría fonética en ruso: Gerard Adrover y Yulia Karaganova

Asesoría de canto coral: Laia Santanach

Ayudante de dirección: Pau Masaló

Ayudante de escenografía: Alba Paituví

Ayudante de vestuario: Elisabet Rovira Ribas

Jefa de producción: Roser Soler

Comunicación La Calòrica: Marta Fernández Martí

Sobretitulación: Julia Calzada

Jefe técnico: Jordi Llunell

Estudiantes en práctica: Andrés Galián (Xarxa de productores) y Leonardo Vicente (Institut del Teatre)

Construcción de escenografía: Carles Piera

Construcción de vestuario: Gustavo Adolfo Tarí

Construcción de luces de proscenio: Pere Sànchez

Construcción de los muñecos: Eudald Ferré

Prótesis: David Chapanoff

Diseño de cartel: Emilio Lorente

Fotografía: Sílvia Poch y Sergi Panizo

Tráiler: Raquel Barrera

Producción: Centro Dramático Nacional, La Calòrica y Teatre Lliure

Teatro Valle-Inclán (Madrid)

Hasta el 20 de octubre de 2024

Calificación: ♦♦

Puedes apoyar el proyecto de Kritilo.com en:

donar-con-paypal
Patreon - Logo

Un comentario en “Le congrès ne marche pas

  1. Pingback: Nada – kritilo

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.