Historia de una oveja

Llega desde Colombia al Matadero Fabio Rubiano con su fábula sobre todas gentes desplazadas a la fuerza de sus pueblos

Historia de una oveja - FotoSi el trasfondo de este relato no fuera absolutamente terrible, casi pasaría por una fábula destinada a todos los públicos. Los modos y las maneras que se emplean acotan la catástrofe a los ojos de una inocente oveja llamada Berenée, que Marcela Valencia interpreta con mucha agilidad, y con gran capacidad para crear entendimiento y ternura en aquellos que tiene alrededor. Hablamos de otro pueblo más de desplazados forzosos. Especulemos con Colombia; pero son demasiados los lugares que se nos pasan por la mete. No hace falte que se den explicaciones ulteriores, de hecho, el acontecimiento resulta espontáneo, sin gran violencia aparente, y eso exige del espectador de aquí, en España, una atención superior sobre aquello que transcurre en el fondo. Esa elusión, una vez conocidos los personajes principales, es quizá lo mejor en cuanto a la dramaticidad. Pues se ha presentado un tipo, astuto, que el propio Fabio Rubiano ─director y autor del montaje─ acoge como un lobo que se va a comer a las ovejas. Un intrigante, un seductor baboso y un abusador, que ofrece contratos baldíos y promesas que serán evidentemente incumplidas. Nuestros protagonistas serán llevados a un campamento de la Cruz Roja, mientras advierten cómo algunos de sus vecinos aparecen muertos.

La originalidad del asunto consiste en un empleo de recursos naíf, aquellos que nuestra heroína observa con desconocimiento, como un juego que le permite regocijarse. Las ropas surgen colgadas, las prendas configuran cuerpos en el suelo, más y más camisas y pantalones acomodan un gran hogar que parece un mercadillo. Un raíl de zapatos y de zapatillas nos dan cuenta de las largas caminatas de aquellas gentes que debemos imaginar expulsados de sus propiedades. Han sido desposeídos, quizás por narcotraficantes o por latifundistas o por empresarios extranjeros que van a rentabilizar esas tierras. Esas humildes personas molestan y deben desaparecer. No valen nada. Por eso es importante el trabajo que ha realizado Hernán García en su propuesta artística, pues lleva hasta las últimas consecuencias estos elementos sinecdóticos, estas partes por el todo, estos despojos, esos muñecos en las maletas que insisten en la destrucción. O, después, el camión que se adentra en las tablas y llega a «usurparnos» a la ovejita.

Desde luego, hay que valorar la dirección ejecutada en esta pieza, pues el drama fluye con efectividad. No solo porque se aproveche tanto la horizontalidad con el desplazamiento de esa casa hecha con indumentarias, como las que usan tantas poblaciones nómadas del mundo, que entra y sale con el telón por medio; como la verticalidad con todas esas extremidades que cuelgan de improviso. Sino por la inclusión de esa koken, de esa ayudante, con imponente presencia, como así marca Derly Neira, que la debemos considerar una muerte inquietante. Todas esas ruinas que cubren el piso son barridos, como si fuera una metáfora de la memoria.

Otra cuestión bien distinta son los demás papeles; ya que tanto la Niña Tránsito como el egipcio Alí se van acomodando en exceso a los devenires de nuestra amiga ovina. Juanita Cetina se entrega con arrojo, cuando siente el acoso de ese usurpador que los empuja de su terruño. Mientras que Julián Román elabora una emotividad más prototípica sobre el migrante eterno. Luego, es cierto que la colección de personajillos que van trufando la escena terminan por crear una atmósfera mucho más amable, y convierte el espectáculo en algo más entretenido que profundo. El versátil Rubiano nos baila, se encarna en una coach repleta de positividad vacua y se pone pesada haciendo de la mandadera Felicia. Todo ello para que el recorrido completo de nueve años se pueda cerrar con sentido y logre conmovernos.

Seguramente la estética, que es totalmente coherente con el planteamiento, nos disuada del suceso tan apabullante que hay detrás, de la muchedumbre, del agolpamiento, del dolor, de los sonidos de la crueldad… La política, la economía y hasta la antropología quedan fuera del marco y eso infantiliza el proyecto. Aunque el afán de estos colombianos de Teatro Petra es incuestionable. De ahí el trabalenguas de la oveja Berenée que enmarca la obra: «para que no se me olvide mi nombre, mi género, mira raza…».

Historia de una oveja

Dramaturgia y dirección: Fabio Rubiano

Reparto: Marcela Valencia, Juanita Cetina, Julián Román, Derly Neira y Fabio Rubiano

Dirección de arte: Hernán García

Diseño de sonido y ayudante de dirección: Daniela Leiva

Diseño de iluminación: Adelio Leiva

Una producción de Teatro Colón de Bogotá y Teatro Petra

Naves del Español en Matadero (Madrid)

Hasta el 5 de mayo de 2024

Calificación: ♦♦♦

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Un comentario en “Historia de una oveja

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