Nao d’amores vuelve a presentar un espectáculo de gran factura para desarrollar una obra menor de Calderón de la Barca
La garantía que tenemos los acérrimos espectadores de Nao d´amores es que cualquier montaje ofrecerá una factura impecable; aunque el contenido no llegué a satisfacer del todo, como ocurre en este caso, con un Calderón poco sondeado y que brinda un lenguaje tímidamente más claro, menos sentencioso. El castillo de Lindabridis se debió de estrenar en torno a 1661, estaba escrita para la familia real. Es una de esas comedias novelescas que escribió el autor español. En este caso se apoyó en la obra El espejo de príncipes y caballeros, de Diego Ortúñez de Calahorra. Lo cierto es que, más allá de admirar el genio y la apostura de su heroína, poco se saca de un enredo trillado en el asunto de caballería.
Contamos, eso sí, con una escenografía excepcional de Cecilia Molano y David Faraco, que entregan un ingenio de artesanía repleto de detalles ─no hay más que fijarse en las inscripciones del suelo, por ejemplo─. Engaña, quizás, su sencillez; pero resulta muy vistoso su despliegue y su movimiento; pues hablamos de un castillo volador. Además, que parte de un público afortunado ocupe en el escenario unas bancadas laterales, nos destina a una visión más cercana y cuidadosa, donde el artificio está en pos de la claridad. Entre tablones que aparecen aquí y allá se configura, por ejemplo, una cueva para el fauno que buscan al principio en la isla, y que puede recordar a una de esas esculturas que pueblan el bosque de Bomarzo en Italia.
Las coreografías que ha ideado Javier García Ávila, y que amenizan los interludios entre acto y acto, se aúnan gustosamente con el propio desplazamiento del «edificio» central. Una fiesta con música que resuena gracias a la intervención ─como hemos visto en otras ocasiones─ de Alfonso Barreno, Isabel Zamora y Alba Fresno. Ahora los responsables de la dirección musical son Miguel Ángel López y María Alejandra Saturno, tras el fallecimiento de Alicia Lázaro. Es muy recurrente el Si la femmene purtassero la spada, el canto napolitano del siglo XVII, que se escucha en varios momentos. Otras composiciones de la misma época, inciden en el aire de juego imaginativo que se busca.
No debemos olvidarnos de las vestimentas que ha diseñado Deborah Macías, que nos remiten a un mundo más medieval e, incluso, nos hacen pensar más en la materia de Bretaña. En ellas se remarcan símbolos de describen a los personajes, una heráldica primitiva y colorida. Estos enfoques estéticos son, insisto, lo más coherente y fascinante del espectáculo pues el desarrollo temporal debe ir desde la Edad Media hasta el Barroco menos oscurantista.
Como afirmaba, somos destinados a un divertimento cargado de elementos fantásticos, como así han sido las novelas de caballerías que tanto satirizó Cervantes. Toda esa ambientación se percibe enseguida, cuando aparece Rosicler, con Alejandro Pau, que está ducho cuando canta y, también, con la espada, como igualmente lo está Miguel Ángel Amor, que hace de Floriseo, otro de los galanes. Ambos infunden gran impulso en los primeros embates. Y todavía más enérgica está Paula Iwasaki, quien, inicialmente, la observamos vestida de soldado; sin embargo, después la descubriremos como Claridiana. Ella tendrá un objetivo superior, es decir, Febo, que es encarnado con gran hombría por Mikel Aróstegui. Desde luego, la principal protagonista es Lindabridis, que nos deja a una Inés González que muestra pundonor y dulzura a partes iguales al hablar de Tartaria (muy briosa más adelante al cantar), cuando plantea que requiere a un héroe para que la libere de su hermano Meridián, quien le disputa el reino.
Está claro que el argumento no da para mucho más de lo habitual en la retahíla propia del subgénero. Si acaso, que una mujer encabece la propuesta y se escore un tanto del esquema clásico del caballero resolviendo entuertos para ofrecérselos a una dama idealizada. Lo que ocurre es que la labor de Ana Zamora vuelve a ser altamente apreciable. Vuelve a ser una pieza breve, condensada y atrayente en su fluidez, y en cómo se enlazan cada uno de los actos con distintos bailes. Y aunque el contenido no sea tan interesante, podemos hallar otros motivos para el disfrute.
Autor: Calderón de la Barca
Versión y dirección: Ana Zamora
Reparto: Miguel Ángel Amor, Mikel Arostegui, Alfonso Barreno, Alba Fresno, Inés González, Paula Iwasaki, Alejandro Pau e Isabel Zamora
Asesor de verso: Vicente Fuentes (Fuentes de la Voz)
Arreglos y dirección musical: Miguel Ángel López y María Alejandra Saturno
Vestuario: Deborah Macías (AAPEE)
Escenografía: Cecilia Molano y David Faraco
Iluminación: Miguel Ángel Camacho
Coreografía: Javier García Ávila
Trabajo de objetos: David Faraco
Asesor de movimiento: Fabio Mangolini
Asesor de danza barroca: Jaime Puente
Asesor de armas: José Luis Massó (AAPEE)
Ayudante de dirección: Álvaro Nogales
Ayudante de escenografía: Almudena Bautista
Ayudante de vestuario: Victoria Carro
Realización de vestuario: Maribel Rodríguez y Ángeles Marín
Realización de escenografía: Purple Servicios Creativos
Pintura escenográfica: Nuria Obispo
Realización de utilería: Miguel Ángel Infante y Paco Cuero
Producción ejecutiva: Germán H. Solís
Dirección técnica: Fernando Herranz
Prensa Nao d’amores: Josi Cortés
Producción: Compañía Nacional de Teatro Clásico y Nao d’amores
Colabora: Ayuntamiento de Segovia y Junta de Castilla y León
Teatro de la Comedia (Madrid)
Hasta el 10 de marzo de 2024
Calificación: ♦♦♦
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