Un espectáculo de tintes claramente comerciales y populares que utiliza al dramaturgo inglés como excusa
¿Es el título de este espectáculo un gancho comercial? ¿Estamos ante una de esas propuestas que se envuelven en el halo de santidad de un literato para darnos gato por liebre? Pues creo que sí. Parece una función destinada a esos espectadores que buscan pasar un rato divertido y a los que el tema en cuestión les da un poco igual. Ya que no es necesario saber de Shakespeare prácticamente nada. Es más, se recomienda a partir de los 7 años.
Porque este montaje consiste en juguetear con la improvisación y con la participación un tanto cutre del público. Aunque la cuestión más flagrante es que para realizar esa proeza de sintetizar las obras completas del célebre dramaturgo en 97 minutos se recurra a una serie de engaños, estafas, diría, que incumplen lo «pactado». Avancemos, entonces, que, en puridad, a las únicas comedias que le dedican algo de tiempo son Romeo y Julieta, algo de Macbeth y, sobre todo, Hamlet, que se exprime con más sentido y gracia que otras. Con esta, de hecho, es con la que se afanan a tope con distintos recursos dramatúrgicos, que resultan más atrayentes y que logran subir el nivel general, y terminar por todo lo alto. Incluso se pergeña un psicoanálisis a Ofelia que discurre en una complejidad que contrasta con el resto. Ahí encontramos un humorismo más sofisticado que podría remitir a diferentes conceptos filosóficos y hasta políticos.
¿Y lo demás? Pues los dramas históricos se funden en un popurrí inenarrable e incomprensible; cuando, por ejemplo, sería fácil demostrar que Ricardo III es una tragedia necesariamente popular en nuestro país, porque en los últimos años hemos tenido varias versiones. En otros casos, directamente se cuenta un chiste. Así ocurre con Otelo, ya que se niegan a representarla debido a que ninguno de los intérpretes está racializado. El resto es un picoteo inconsistente, que no merece la pena ni referenciarse. Es más, ni siquiera hace falta criticar que de las treinta y siete obras que la Pérfida Albión se ha encargado históricamente de asignarle a su insigne bardo, unas cuantas no solo fueron firmadas por más dramaturgos, sino que algunas claramente nos las han colado.
Otro asunto muy distinto es la versatilidad de los actores. Ciertamente se manejan con gran agilidad y son capaces de hablar a una velocidad endiablada. Sus habilidades payasescas salen a relucir desde el primer momento y consiguen atrapar al respetable con sus trucos. De esta manera, comanda la trama Héctor Carballo, un tipo con gran soltura que salta al ruedo con mucho ímpetu; pero para demorar el meollo con unas explicaciones del mecanismo entre abstrusas y banales. Después, se manejará con gran ductilidad para meterse en la piel de multitud de personajes que, entre cambios fulgurantes de vestuario, será complicado identificar totalmente. Lo acompaña Diego Molero, quien, inicialmente, adopta la postura de narrador; aunque enseguida se reconvierte en un clown capaz de hiperbolizar cualquier acción. Es quien más agresividad introduce en las acciones. A ellos se suma el argentino Martín Gervasoni, que se perfila con un rictus más irónico y que resulta igualmente satisfactoria para el objetivo final de esta propuesta.
Ahora, si queremos contrastar esta idea de Adam Long, Daniel Singer y Jess Winfield, nada mejor que recurrir a La ternura, de Alfredo Sanzol. Esta última compacta con gran inteligencia (y esperando lo mismo en el receptor) toda una serie de guiños a muchos textos shakesperianos; mientras que esta que contemplamos en el Teatro Marquina deja un margen enorme para la morcilla del lugar al que corresponda su adaptación. Por eso la astracanada parece inevitable y se hiperboliza con chistes populacheros como imitaciones del Rey emérito o, incluso, Franco; por no señalar esa referencia a Mercedes, el personaje de Cuéntame, interpretado por Ana Duato. Ese es el cariz, al que se suman los consabidos mecanismos en estos shows de desenfreno con golpes, carreras y otras humoradas grotescas.
El espectador debe tener muy claro a qué tipo de espectáculo acude y no llevarse a engaño. Podría ser, desde luego, más consistente con la premisa inicial y no dejar a Shakespeare como mera excusa para organizar un vodevil. En cualquier caso, si no eres muy exigente, puedes pasar un buen rato. Sin más.
Autores: Adam Long, Daniel Singer y Jess Winfield
Dirección: Sebas Prada
Reparto: Martín Gervasoni, Diego Molero y Héctor Carballo
Regidor: Juanjo Sánchez
Vídeo: Iván Vergara
Utilería: Marcos Olivares
Diseño de vestuario: Pier Paolo Álvaro
Caracterización: Sara Fernández
Iluminación: Sebastián Prada y Manuel Chávez
Sonido: Ricardo Márquez
Ayudante de sonido: John Edward Quintero
Producción ejecutiva: Dario Regattieri
Teatro Marquina (Madrid)
Hasta el 30 de marzo de 2024
Calificación: ♦♦
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Un comentario en “Shakespeare en 97 minutos”