La dramaturga y actriz Esther F. Carrodeguas monologa sobre su gordura en una performance autoficcional
Esther F. Carrodeguas, quien, desde mi punto de vista, ha patinado con su último espectáculo, Iribarne, en el CDN, es una dramaturga que necesariamente debemos juzgar como inteligente. La prueba es Supernormales. Uno, entonces, se pregunta por qué una mujer de 44 de años se hace esto (y nos hace esto) en escena. Otra vez más la autoficción de marras. Otra vez el micrófono en mano. Otra vez la declamación plañidera. Otra vez el victimismo egocéntrico. Otra vez el mundo (todo, todo el mundo) «contra mí». Pero esta vez, encima, reducido a cuarenta y cinco míseros minutos y a la redundancia más insoportable: «Soy gorda».
Ya no es que el consabido tema de la gordofobia se haya convertido en la forma más infantil para protegerse y autojustificarse dentro de esta epidemia de obesidad, producida fundamentalmente por una comida cargada de carbohidratos y una vida sedentaria, incapaz de gastar tamaña ingesta. Esto es lo general, lo comprobado. Se moleste quien se moleste. Luego estarán las excepciones. Esta situación gravosa y terrible, por supuesto, no justifica el insulto, el menosprecio, la opresión constante,… Mucho menos si procede de tu propia familia. Hasta ahí llegamos.
La cuestión es qué se hace con esta experiencia personal para transformarla en una performance atrayente y no en un mero esputo de quejas y de enfados o, incluso, de orgullo; por mucho que le ponga gracia, y hasta ironía. ¿De verdad podemos considerar que se produce un desarrollo dramatúrgico conflictivo? Es que la racanería con la que se opera es grotesca, no, únicamente, en el sentido provocativo; sino, también, en la medida que renuncia a ir más allá de su trauma juvenil. Es decir, cómo se conecta un maltrato en la adolescencia con una vivencia madura, con una dialéctica sobre la dimensión política. O sea, concretamente el terreno, este último, que parece motivarle más a la autora. ¿Es que acaso la industria alimentaria no se merecía un ataque en escena? (ya se justifica ella. En esta obra toca hablar solo de lo suyo. Y aquí lo personal no es político).
Es conveniente para estos casos resaltar una de esas frases que parecen caerse por su propio «peso»: «En el puñeterísimo fondo de tu maldito corazón sabes que cuando ves a una niña gorda o a un niño gordo piensas: “Pobre niña gordita que no se va a comer un colín”». Es decir, la consabida reclamación. Gustar a los demás porque sí. Puesto que cada uno se merece su cuota de cariño, amor y pasión. En fin, cuesta mucho no incurrir en valoraciones morales en una propuesta que se presenta con una alocución directa y unívoca, y que no parece abordar las cuestiones desde perspectivas más complejas como el deseo, la belleza, la fortaleza o el reiterado empoderamiento.
Sobre las tablas, envases de productos hipercalóricos que se podrían reducir a montañas de azúcar. Desperdicios en los que hoza nuestra protagonista con el ruidismo que ejecuta desde su mesa de mezclas Juanma LoDo, con loops, reverbs y toda esa amalgama de «monstruosidades» que funcionan esperpénticamente, en busca de la comicidad. Es el detalle más logrado de la pieza, pues les imprime ritmo y extrañeza a unos avatares que no se salen de la desgracia habitual del acoso escolar y otras situaciones insultantes. Por otra parte, su despelote, después de empapuzarse con una bolsa de acelgas rehogada con medio litro de Fanta de limón, supone reforzar esa pretensión de entrega total; sirve para adentrarnos en sus éxitos sexuales, pues, al final, manda lo que manda.
Uno siente que es incapaz de criticar su sincero dolor; respeto. No obstante, la frase que hemos podido conocer a través de la prensa: «He demostrado que se puede ser actriz siendo gorda»; convengamos que es algo victimista. Precisamente el teatro es un arte que no entra en esas disquisiciones corporales. Otro asunto es que una ansíe encarnar absolutamente todos los papeles, mucho más allá de lo verosímil (y aun así, en nuestra contemporaneidad, es posible).
La función se encuentra en paralelo con Gordas, de Teresa López y de la influencer (@croquetamente) Mara Jiménez. El infierno son los otros. Y el planeta va contra los gordos. Plantear cualquier objeción a sus máximas y sus excusas conlleva el infausto castigo de las hordas digitales. Mientras, los más pobres ─fijémonos en los estadounidenses─ defenestran su salud con la barata bazofia que se encuentran en los supermercados. Al menos, en nuestra sociedad chupiguay les queda el consuelo de lucir con vanidad sus lorzas.
Yo, lo único que verdaderamente quise toda mi vida es no asistir a un montaje teatral que nos regalara como colofón el siguiente hitazo: «La talla 38 me aprieta el chocho».
Lo único que verdaderamente quise toda la vida es ser delgada
Textos e interpretación: Esther F. Carrodeguas
Dirección: Xavier Castiñeira
Espacio sonoro: Juanma LoDo
Fotografía: Ana Barceló
Sonoplastia: Juanma LoDo
Teatro Fernán Gómez (Madrid)
Hasta el 26 de noviembre de 2023
Calificación: ♦
Puedes apoyar el proyecto de Kritilo.com en:
