Experiencia II: Encuentros breves con hombres repulsivos

Daniel Veronese emprende un ejercicio teatral de gran distanciamiento para lanzarnos estos relatos de David Foster Wallace

Experiencia II - Encuentros breves con hombres repulsivos - Foto de Germán Romani
Foto de Germán Romani

David Foster Wallace sigue causando sensación. Es uno de los novelistas que sí ha logrado insertarse en el incipiente canon del siglo XXI. Convengamos en que su suicidio favoreció la construcción del mito. De su libro de relatos Entrevistas breves con hombres repulsivos (por lo visto, él también fue un hombre repulsivo, según Mary Karr, aparte de depresivo) ya tuvimos oportunidad de contemplar En lo alto para siempre, dirigido por Juan Navarro.

Lo recomendable para acontecer a esta pieza, ante todo, es despojarse de los pruritos morales de Daniel Veronese, cuando explica este montaje. Ahora que nos frotamos las manos cada vez que mandamos a tomar por saco a alguien en cualquier situación de esas que aparecen en las redes, y que se hacen virales, y sobre las que todo el personal opina (fotos, vídeos de tres segundos, una frase de cuatro palabras) más que nunca las circunstancias son imprescindibles. En escena, ante todo, no hay contexto; por lo tanto, la supuesta repulsividad queda aminorada al máximo, pues, como convendrá cualquier adulto, una cosa es la fanfarronada de bar (una ficción, en la mayoría de los casos) y otra, los hechos con los que después se procede en la vida. Quien no se imagina conversaciones zafias entre mujeres es que vive en otro mundo. De más está afirmar que los extremos morales que se tocan sobre el tapiz van de lo estrictamente delictivo a lo meramente risible.

En cualquier caso, lo que podría haber supuesto un impacto se enfría por la propia disposición estética. Es más, parece un ejercicio de ensayo teatral, una demostración de cómo unos magníficos actores pueden indagar en la sutilidad mínima de cada personaje para que podamos diferenciarlos. Esto es muy difícil. O acaso el espectador al llegar al octavo (y final) relato es capaz de acordarse de este o aquella, de esa o el otro. Cómo no disolverse en el anecdotario gracioso o extravagante. Son piezas tan mínimas, que se llega a agotar el mecanismo. Tanto Marcelo Subiotto como Luis Dziembrowski toman con firmeza y naturalidad, quizás demasiada, cada uno de los papeles. No importa si hacen de varón o de mujer (uno, a veces, puede no llegar a percatarse). Podrían expresarse en soledad. Pero sí que se percibe que el grado de agresividad que se debería intuir en alguno de los tipos, como aquel que intenta justificar su comportamiento huraño e, incluso violento, haciéndose la víctima, debería ser superior. O sea, a veces se desciende a la lectura de mesa; como cuando se empieza a preparar una obra teatral. Es más, mantienen un libreto que se van pasando, como si estuvieran en una fase inicial del proceso de ficcionalización. Por otra parte, la blancura general ya es determinante y anuladora de cualquier connotación de clase. En esto sí que se distingue una intencionalidad generalizadora del propio Veronese: «Me sentí avergonzado. No porque me sintiera identificado como individuo con esos tipos, sino como representante del género masculino».

Una tibieza va inundando los capítulos y sí, brotan las risas en la grada, sobre todo con ese sujeto que desgrana su estrategia para ligar enseñando su brazo mutilado a las chicas que se quiere ligar. Y cómo le funciona. O el otro estratega que se cuida mucho de esperar a la tercera cita para plantear una pregunta directa sobre cooperar. No merece la pena el análisis ético, sino el disfrute que puede suponer ver una gama de peculiaridades, de frikadas, que, además, pueden ser eróticas; pero que tienden a la cutrez. Nada que ver, por ejemplo, con una de las situaciones más oscuras y complejas de la función, aquella donde se mezcla una especie de búsqueda del lado positivo de una violación, como un aprendizaje, mientras lo relaciona falazmente con el libro de Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido, sobre el Holocausto. Ahí encontramos una controversia abordada con gran meticulosidad.

Quizás se muestran demasiado serios en su empeño, cuando a Wallace lo que le interesaba era esa trasnochada ironía, ese patetismo posterior al fin de la historia. Los noventa fueron muy decadentes. Este novelista, célebre por su imprescindible La broma infinita, nos ha dejado varios documentos de valía para conocerlo, como las esenciales charlas con Stephen J. Burn, con las que José Luis Amores daba comienzo a su editorial Pálido Fuego, para continuar con La escoba del sistema (también de DFW). Incluso una floja película, El final de la gira, nos daba cuenta de su personalidad y su valía como analista de la cultura americana, y de los mecanismos de la creación literaria. Creo que en escena la frialdad y el distanciamiento determinan las conclusiones que podemos extraer de lo expresado.

Experiencia II: Encuentros breves con hombres repulsivos

Autor: David Foster Wallace

Versión teatral y dirección: Daniel Veronese

Elenco: Marcelo Subiotto y Luis Dziembrowski

Asistente de dirección: Adriana Roffi

Diseño de imagen: Papier Studio

Diseño de luces: Ricardo Sica

Producción: Jonathan Zak, Maxime Seugé

Diseño espacial: Daniel Veronese

Fotos: Germán Romani

41º Festival de Otoño

Centro Conde Duque (Madrid)

Hasta el 12 de noviembre de 2023

Calificación: ♦♦

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