Rabia

Claudio Tolcachir monologa desde la perspectiva de un asesino que se oculta y vive en una mansión habitada, para adaptar la magnífica novela de Sergio Bizzio

Rabia - Foto de Lucía RomeroUno puede asistir al montaje de Rabia con la magnífica novela de Sergio Bizzio leída o, sencillamente, puede sentarse en su butaca para dejarse sorprender por una historia, monologada, que oculta toda una serie de referencias existencialistas; más aviesas de lo que parece. Puesto que el hecho de que un tipo se esconda en la mansión donde su novia ejerce de sirvienta es, cuando menos, seductor. Hablamos de quedarse años en una buhardilla, en una población argentina. Un hombre que ha matado al capataz de la obra en la que trabajaba; pero que, una vez se ha aposentado en ese nuevo hogar, ha empezado a sentir la paradoja de la seguridad y hasta de la libertad; aunque en el fondo, esté huido de la justicia, y, a la postre, enclaustrado y sin ningún lugar mejor al que acudir.

Y, sí, a todos nos viene a la cabeza la exitosa película Parásitos de Bong Joon-ho (por lo visto, el propio novelista pudo haberse enfangado en un litigio). También podríamos pensar en la reciente cinta No mires a los ojos, de Félix Viscarret, basada en una novela de Juan José Millás, Desde la sombra. No obstante, a mí, de alguna manera, me recordó a Los asquerosos, de Santiago Lorenzo.

La adaptación de los cuatro firmantes ha sido muy perspicaz. Primeramente, porque comienza con María encerrado (así lo llaman a nuestro José María) y es, después, cuando descubrimos qué le ha llevado ahí. Luego, porque nos usurpan algunos datos que podrían delatar un carácter más brusco y temperamental que el que observamos en escena. Esto permite que, en una pieza breve, donde es tan complicado transmitir el paso de los años, no nos llevemos a equívoco. Ya que el protagonista nos debe hacer dudar hasta el límite de que nos preguntemos acerca de la rabia. Está la rabia de la rata real que inocula su «veneno»; pero también está la rabia que inyecta la sociedad, que también es una «rata», a su vez, que parasita en la podredumbre. He ahí el posible subterfugio para la culpa. Nos encontramos con alguien que pertenece a la clase trabajadora, un hombre que sufre el rechazo de los que están por encima de él, que ha tenido una serie de encontronazos con otros individuos ─esto pasa en los primeros capítulos de la novela─, como con un neonazi que se llama Israel. María es un apestado social. Ahora, alguien podría decir que lleva la rabia a flor de piel, por ser hombre, por ser agresivo por naturaleza y, por lo tanto, tendente a la violencia. Es un debate clásico ─pensemos en Hobbes y en Rousseau, o en cualquier psicólogo conductista actual─. Lo bueno es que seremos nosotros los que tendremos que decidir hasta qué punto lo consideramos un sicópata o, simplemente, alguien que debe adaptarse a un medio hostil para el que es necesario matar. Y sí, es celoso; aunque no hasta el extremo de enfurecerse y revelar su paradero.

Ya que esa es otra, Rosa, la mucama, la novia, juega en esta propuesta un papel más alejado y leve que en el texto original. Se hablan por teléfono ─gracias a que la casa tiene dos líneas─. Ella sospecha que él está en la cárcel. Mientras ella es violada por uno de los familiares que allí se hospedan. Para luego, además, iniciar una relación con otro. Lo más paradójico lo hallamos en el comportamiento de María con el bebé. Sus expresiones de cariño son incuestionables y del todo espontáneas. Pero también, y esto es fantástico, conocemos a los Blinder de oídas, por detalles mínimos y por actitudes que nos dejan a una señora tan necesitada de amor que se vuelca con el hijito de su criada.

El misterio, la tensión, los aparentes callejones sin salida, nos seducen y requieren nuestra atención para no perdernos ningún paso. Claudio Tolcachir y Laturo Perotti han descubierto la mejor forma de trasladar la esencia de la novela. No es tanto contar la historia, como introducirnos en el pensamiento y en la mirada de ese hombre que se agazapa en la sombra. El soliloquio nos destina por los vericuetos de un personaje en el que no podemos confiar. El actor se mueve con sobriedad. El cuidado y la precisión son las señas de identidad de una interpretación atrayente. Tan solo una escalera que gira sirve para que nuestra imaginación complete el resto. Quizás sea un tanto contradictorio que se depure el vocabulario argentino del novelista ─por ejemplo, se ha sustituido ‘mansarda’ (que nosotros no usamos jamás) por ‘buhardilla’─; pero que el actor mantenga su habitual acento porteño (totalmente comprensible para nuestros oídos).

Para monólogos de este estilo no hubiera dudado en exigirle más «teatralidad», más presencia de la ficción, del protagonista, mucha menos narración, menos cuento. Sin embargo, en esta función ocurre que Tolcachir ha encontrado la coherencia más pertinente si de lo que se trata es de aportar el punto de vista interno de ese narrador-personaje que debe ofrecernos tantas reverberaciones. O acaso no pensaremos en toda esa línea existencialista que va desde Kafka hasta Camus, pasando por el onirismo borgiano y el absurdo de Beckett. Por todo ello merece tanto leer la novela de Sergio Bizzio, como penetrar en esa oscuridad tan aviesa que traslada ese homicida.

Rabia

Texto: Sergio Bizzio

Dirección: Claudio Tolcachir y Lautaro Perotti

Adaptación: Claudio Tolcachir, Lautaro Perotti, María García de Oteyza y Mónica Acevedo

Reparto: Claudio Tolcachir

Iluminación: Juan Gómez Cornejo

Espacio sonoro: Sandra Vicente

Videoescena y escenografía: Emilio Valenzuela

Ayudantes de dirección: Mónica Acevedo, María García de Oteyza

Técnico de iluminación: Iago Rodríguez

Técnicos de audiovisual y sonido: Enrique Chueca Peña, Juan Diego Vela

Transporte: Taicher

Construcción de escenografía: Mambo Decorados

Dirección de producción: Ana Jelín

Producción ejecutiva: Olvido Orovio, Maxime Seugé

Distribución: Producciones Teatrales Contemporáneas

Agradecimientos: Santi Marín, Raúl Manero Díez, Cinthia Guerra y Ministerio de Cultura (Argentina)

Una producción de Producciones Teatrales Contemporáneas, Timbre 4, Morris Gilbert-Mejor Teatro, Pentación, Mariano Pagani, Teatro Picadero y Hause & Richman

Teatro de La Abadía (Madrid)

Hasta el 8 de octubre de 2023

Calificación: ♦♦♦♦

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2 comentarios en “Rabia

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