Continente María

Marianella Morena presenta en el Matadero su peculiar semblanza sobre la actriz María Casares

Continente Maria - Foto de Aigi Boga
Foto de Aigi Boga

Mientras la memoria de María Casares (1922-1996) se va perdiendo (no en Francia), como está ocurriendo con tantos otros de nuestra cultura y aledaños; seguramente los más cinéfilos retengan escenas memorables de Los niños del paraíso, de Marcel Carné, o del Orfeo, de Cocteau. Aunque reconozcamos que el texto de Marianella Morena se queda un tanto corto en estos aspectos cinematográficos; puesto que se demora más en asuntos de una biografía que estuvo marcada por «dos exilios», según reconoció la cómica. Primero, porque de niña tuvo que marcharse de su Galicia natal a Madrid, pues su padre, Santiago Casares Quiroga, quien llegaría a ser Presidente del Consejo de Ministros justo cuando comenzó la Guerra Civil, tuvo desde el inicio de Segunda República puestos de relevancia. Luego estaría la marcha a Francia.

Quizás está, como digo, algo descompensada la información que se nos proporciona en esta ficción. No tanto ya que el preámbulo sea extenso respecto de lo demás y se demore con el marco sociopolítico en esa España de su preadolescencia; sino porque el resto no le termina de hacer justicia como para que nos hagamos una idea verdadera de la importancia que tuvo esta actriz en el mundo teatral francés. Pienso que, cuando se debe entrar en harina, con sus célebres representaciones, no se ahonda en la vivencia de una mujer auténticamente entregada a la causa, a una pasión desaforada. Y creo que se atisba la razón, y es que no se anhela dar el paso a esa etapa de auténtica furia y desborde que comprobamos en la Medea que interpretó en 1967, en Aviñón, a las órdenes de Jorge Lavalli; por poner, un ejemplo. Es decir, el espectáculo se sostiene con la ilusión inicial de una muchacha que cruza los Pirineos con su madre (con quien compartió amante), con las obras completas de Shakespeare en la maleta y que es auspiciada por una pareja de actores que comprueban enseguida, al escucharla recitar con tanta hondura un romance castellano, que tiene auténticas dotes. Por eso es una lástima no que no se dé el salto a la María de pelo corto, madura y repleta de intensidad agónica.

Melania Cruz me parece espléndida (¡maldito el chisporroteo del micrófono!) y de una agilidad magnífica. Metida en el papel con gran soltura y paladeando las palabras, también todas las que fue aprendiendo en francés, para convencernos de que la Casares está ahí con nosotros. Además, acierta a impostar la voz en esa prolepsis que nos aproxima a sus últimos años de vida de la actriz, con ese peculiar acento que fue adquiriendo junto a la nicotina. La interpretación es de lo mejor de este montaje; pues los pocos elementos de la escenografía no terminan de apuntalar cada uno de los cuadros. Ya que el gran armatoste negro del fondo, apenas proyecta unas cuantas fotos —no demasiado claras— y, aunque después se lo gira, para enseñarnos esta trasera de los enormes letreros que suelen o solían anunciar las grandes películas, para deambular por la melancolía ya alcanzamos el desenlace.

Sí que en los primeros compases la presencia de Vadim Yukhnevich tocando el acordeón propicia una ambientación ilusionante; no obstante, luego va decayendo, pues, como afirmaba, la función se adentra en un terreno que no acaba de compactarse. O se espolvorea la relación tan intensa y determinante con Albert Camus, probablemente el hombre que más la influyó después de su padre; o se adopta la posición de narradora para realizar una leve incursión metateatral y romper tímidamente la cuarta pared para conectar con los espectadores. La estela algo naíf y didáctica que se establece desde el prólogo marca el devenir de la pieza. En este sentido, la dramaturgia de Tito Asorey pretende fundir diferentes estilos para que no caigamos en el aplastamiento del biopic plano y lineal. Aspecto que consigue en cierto modo, además, con la vivacidad que se imprime en las transiciones, sin apabullarnos con excesivos datos cronológicos.

Uno, al final, se queda con una sensación ambivalente. Por un lado, tenemos a una actriz que nos remite a esos exiliados que, en muchos casos, no terminamos de recuperar cuando regresaron. Ella misma, con Rafael Alberti (otro que se olvidará), para representar El adefesio en 1976, con un regusto acibarado en el público y unas cuantas críticas cargadas de inquina y algo de envidia. Por otra parte, observarla como una mujer que se ajustó mejor a los patrones franceses, y que atravesó las décadas, desde sus inicios en el Teatro Les Mathurins, dejando su impronta en nuestro país vecino, entre la soledad y la entrega al trabajo imparable.

Continente María nos deja la pista para que sigamos tirando del hilo, mientras corremos sin memoria hacia no se sabe dónde.

Continente María

Texto: Marianella Morena

Dirección y dramaturgia: Tito Asorey

Reparto: Melania Cruz y Vadim Yukhnevich

Producción ejecutiva: Xosé A. Touriñán, Tito Asorey y Melania Cruz

Dirección de producción: Javi Lopa y Álvaro Pérez Becerra

Diseño de espacio escénico: José Faro «Coti»

Diseño de iluminación: Laura Iturralde

Diseño de videoescena: Laura Iturralde y Miriam Rodríguez

Diseño de vestuario: Laura Baena

Diseño de espacio sonoro y música original: Vadim Yukhnevich

Voces en off: César Goldi y Tito Asorey

Una producción de Ainé Producións

Naves del Español en Matadero (Madrid)

Hasta el 11 de junio de 2023

Calificación: ♦♦♦

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