En el Teatro Fernán Gómez, Álex Rojo adapta la célebre obra de Maeterlinck sobre la búsqueda de la felicidad
Podemos considerar el azul como el color del modernismo, así tituló Rubén Darío su colección de cuentos y de poemas que publicó en 1888, y que se considera el libro fundacional del movimiento estético; aunque sea en la vertiente hispánica. En esa misma obra encontramos un relato que lleva por nombre «El pájaro azul», tal y como años más tarde, en 1906, llamaría a su drama el belga Maurice Maeterlinck. El gran dramaturgo simbolista derivaba su arte hacia las extensiones modernistas, pues le infunde mayor fantasía y, sobre todo, una esperanzadora visión de la vida. Afirma Alexander Theroux en su ensayo Los colores primarios, que el azul es «un color misterioso, el tono de la enfermedad y de la nobleza, el color más raro del reino natural». Y añade: «A los bebés que lloran los calma más fácilmente una luz azul… El Hada Azul del Pinocho de Disney es un gran consuelo para los niños». Y luego, claro, en los últimos tiempos se han puesto de moda los índigos, esos «muchachos especiales». Reconozcamos que por mucho que Álex Rojo se haya empeñado en darle a su versión un aire más humorístico, sagaz y directo, no deja de ser una obra infantil, un cuento de hadas que, además, contiene una enorme cantidad de personajes; lo que conlleva unas grandes dificultades a la hora de concretar el relato. Pero creo que lo que más juega en su contra es que el cine nos ha acostumbrado a propuestas enormemente vistosas, llevando lo fantástico hasta el paroxismo. Pensamos, evidentemente, en El mago de Oz o Dentro del Laberinto, solo por poner dos ejemplos que tienen que ver con el camino, con la superación de pruebas y con enseñanzas básicas sobre nuestra existencia. Por contra, desde una perspectiva más adulta, la sencillez del montaje que disfrutamos en el Teatro Fernán Gómez nos lleva a una confrontación más simbólica y más exigente para nuestra imaginación. El argumento es tan sencillo que básicamente es el desarrollo de un concepto, la búsqueda en uno mismo de la felicidad. El consabido itinerario, el anhelado y escurridizo pájaro azul que parece un horizonte que se aleja; cuando, en realidad, anida en nuestro mismo ser. Así les ocurre a Tyltyl y Mytyl, dos pobres hermanos, hijos de un leñador y de su esposa, que un día son visitados por el hada Berylune y les pide que busquen al pájaro azul, pues su hija lo necesita porque quiere ser feliz (o más bien, quiere ahuyentar la tristeza). Adrián Rico y Andrea Viña encuentran un tono muy adecuado e inteligente que propende hacia la pubertad, como si fueran dos preadolescentes embarcados en un ensueño. Ellos serán los enteros protagonistas. Y, a su alrededor, se irán sumando todo tipo de personajes, de espíritus que humanizan objetos. Por supuesto, será el hada, Macarena Robledo, muy vivaracha y con desparpajo para alentar el asunto, quien «inyecte» a los chavales la imaginación que los adultos han perdido hace tiempo. Lucas Ares hará un perro muy ágil, Irene Álvarez una gata muy coqueta y pizpireta; y Daniel Brotons, con una altura muy propicia para sus papeles, tomará al pan, con gesto de humildad y de bonhomía. Luego tendrán que encarnarse en otros personajes, pues el viaje da para encontrarse con todo tipo de seres, ya sea en El País del Recuerdo o en El palacio de la noche. Por otra parte, hallamos a Ángel Mauri, quien interpreta al abuelo de una manera muy consistente y sentida. Afortunadamente, la profesional dirección de Álex Rojo consigue que las escenas fluyan totalmente y que la función se ajuste a un tiempo prudencial. Resulta interesante la iluminación de Víctor Longás, pues logra unos tonos añiles misteriosos y un juego de luces muy efectivo, cuando llegamos a El jardín de los placeres, y que potencia el minimalismo general, en la propuesta escenográfica de Javier Noriega. Este ha empleado muy pocos elementos, ha situado un tapiz azulado y una escalera y un par de sillas. Además, se ha ocupado del vestuario y, salvo el vestido inicial del hada, que me parece un poco fiestero y grotesco, el resto resulta muy sugerente, como, por ejemplo, el de la gata con detalles en cuero similares a los del perro. Como decía al principio, se puede valorar positivamente la entrega de todo el equipo artístico, de la buena factura del montaje; pero los motivos que alientan esta historia quedan un tanto anticuados. Esa candidez religiosa de aire cristiano, como la que emplearía, mutatis mutandis, C. S. Lewis, con esa visión de la naturaleza misteriosa como símbolo de la creación divina o esa disposición maniquea de las fuerzas del bien y del mal, pueden parecernos excesivamente infantiles sobre un escenario; aunque en nuestro análisis particular podamos encajar este texto dentro de una tradición verdaderamente fértil de la cuentística europea entreverada de distintas influencias.
Autor: Maurice Maeterlinck
Versión y dirección: Álex Rojo
Elenco: Adrián Rico, Macarena Robledo, Irene Álvarez, Andrea Vázquez Viña, Ángel Mauri, Daniel Brotons y Lucas Ares
Música: Álex Rojo
Diseño de escenografía y vestuario: Javier Noriega
Iluminación: Víctor Longás
Producción: Daimon Says
Teatro Fernán Gómez (Madrid)
Hasta el 21 de marzo de 2021
Calificación: ♦♦♦
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