Circo de pulgas

La compañía Matarile presenta su nueva obra, un posdrama sobre los raros, los monstruos y los marginados

El tiempo pasa y aún seguimos con lo nuevo, con lo contemporáneo, y con lo moderno. Con la disyuntiva entre lo performativo y el texto. Pero a esto que llamamos posdrama habrá que ponerlo en su sitio de una vez, porque la fórmula está completamente desgastada o, más bien, la han desgastado la publicidad, Youtube, los memes y todas esas combinaciones de dadaístas que tanto nos entretienen mientras nos roban la cartera. El mundo es posdramático y los de Matarile pretenden seguir con esa estética encerrados en un teatro. Dura competencia. El problema, si somos lo suficientemente exigentes, es que esta forma de expresión escénica que se viene abalanzando hacia nosotros desde finales de los sesenta, en la onda del posmodernismo francés vive anquilosada en un esquema redundante. Y el esquema se viene esbozando desde las vanguardias históricas y en el ámbito español con La deshumanización del arte, de Ortega. Aunque no se alcance un despojo de lo humano plenamente, sí que se trabaja desde la ausencia de unos personajes definidos, más bien son cuerpos que moldear, como Óscar, que sirve de maniquí, hasta la fructífera, pero cansina, mezcla de lo popular y lo culto. Ana Vallés se viste con la casaca de la maestra de ceremonia, de la jefa de pista circense, y nos esputa su teoría —mucha teoría—, expuesta como si fuera una conferenciante que, con algo de descuido, va desarrollando sus ocurrencias. Y es que, en definitiva, todo propende al collage, no tanto como en el cubismo, sino como en el pop de Richard Hamilton hasta llegar a la actualidad, donde todo se mezcla en una broma infinita. Lo hemos visto en muchos autores durante estos años, no hay más que fijarse en uno de sus adalides: Rodrigo García, quien en ocasiones ha logrado elaborar un discurso sugestivo y provocador. La cuestión es que aquí se lanza el tópico de las personas identificadas con las pulgas, en remisión a esos circos que recorrieron Europa y Estados Unidos, para luego ampliarlo a los freaks que retrató Diane Arbus, influida por el film de Browning. Somos aleccionados por Vallés sobre la historia de estos circos y no faltan indicaciones sobre la famosa trapecista Pinito del Oro —pensé que en una obra dispuesta a las variaciones se comentaría su reciente fallecimiento—, o de Manolita Chen y su teatro chino. Pero como en este tipo de montajes la trama y el argumento deben quedar ausentes, la performance se debe resolver con distintas acciones que vayan ilustrando la temática. Escenas, muchas de ellas, nada clarificantes, más buscando el divertimento que epatar (complicado, con los procedimientos de la corrección política): una coreografía simplona sobre la popular canción de Georgie Dann, «El Bimbó» (teatro de variedades) —más adecuada es la «Balada de la trompeta» de Raphael—, varias intervenciones de danza en órbita e influencia de Pina Bausch, que no terminan de hilar con nada, pero que propician un ambiente en el inicio de la función que nos mantiene a la expectativa. Celeste González acomete su actuación como ser fronterizo, que juega divertida, y en pelotas, con el público a que adivinemos que sexo se oculta tras un sombrero de copa. Su presencia impone y es la que más coherencia posee en una propuesta que pretende evocar a los raros, a los que se han mantenido al margen. Aplica un aura de cabaret macilento, bajo la sujeción de Fassbinder. Por otra parte, Mónica García saca partido a su cuerpo fibroso, ya sea con ejercicios dancístico que parecen demostrar su encajonamiento dentro del espacio, como si los límites la repelieran; ya sea como artista circense, equilibrista, trapecista y hasta arquera. En el movimiento nos persuade, como personaje que deambula es un esbozo que no termina de decirnos suficiente. Este tipo de teatro es así; lo podemos aceptar si nos compensa el concepto y su despliegue. Porque Oscar Codesido termina por ser apenas unas manos que sujetan un plato con peras y Nuria Sotelo un cadáver como aquel que aparece en el cuadro de Rembrandt Lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp. Vallés diserta para proceder con un giro metafórico que nos dirige hacia la contemplación de la muerte, de lo putrefacto; aunque para ello trastoque abruptamente el ámbito general desde el que proviene. Ricardo Santana completa el elenco. Funciona como bailarín apayasado, inicialmente como si fuera un Harpo Marx descabezado que danza con su traje ancho en un acto de liberación; después, encontrando más sentido a sus movimientos y su transformismo.

Desde luego no es suficiente con rodearse de nombres evocadores como Rimbaud (y su famosa frase «Yo soy otro», o Deleuze («Si estás atrapado en los sueños de otro estás jodido»), o Zizek (para reducir su filosofía a su sardónica visión optimista del presente, recogiendo un texto poco significativo). ¿Qué me dicen todos estos tipos? Si se profundiza, si se los utiliza para crear un relato que nos persuada, nos lleve a algún lugar interesante, o nos indique una perspectiva inédita, tal como debe hacer el arte; entonces bien. Aquí, apenas encontramos pinceladas, y si la respuesta a la consabida metáfora de que somos pulgas es, como afirma la directora, que los varones no han parado de hacer guerras y que las siguen haciendo, y que el mundo se puede construir de otra manera; pues no es más que una queja. Por otra parte, el tono de ironía distanciadora que ha impuesto la posmodernidad reduce al hartazgo cualquier impulso político destinado a la credibilidad y a lo perlocutivo.  Me quedo con imágenes elocuentes como la misma dramaturga fumando con el cigarro en el pie como si fuera un personaje recién salido de La parada de los monstruos o ese acto litúrgico por el cual los espectadores degluten las peras-pulgas que durante la función han sido manipuladas como el microcosmos asfixiante o no, en el que vivimos, dispuestos a realizar el mismo número una vez más.

Circo de pulgas

Dirección: Ana Vallés

Intérpretes: Mónica García, Nuria Sotelo, Celeste González, Ricardo Santana, Oscar Codesido y Ana Vallés

Iluminación y espacio escénico: Baltasar Patiño

Ayudantes de dirección: Jacobo Bugarín y Alfonso Míguez

Vídeo: Rubén Vilanova

Diseño red: Baltasar Patiño

Producción: Juancho Gianzo

Producen: Matarile Teatro, La Montiel, AGADIC – Xunta de Galicia, Consellería de Cultura, Educación e Ordenación Universitaria

Naves del Matadero (Madrid)

Hasta el 29 de octubre de 2017

Calificación: ♦♦

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