Pont Flotant plantean un curioso acercamiento a la muerte a través de sus genealogías personales en una propuesta demasiado superficial
Si el principio de la filosofía tiene que ver con maravillarse con todo aquello que tienes delante y que te resulta incomprensible los que viene después es una hecatombe epistemológica. Nos sentamos en la butaca y podemos hallarnos como los niños o los preadolescentes conversando entre ellos o con adultos y sorprendiéndose con su propia existencia, o con el tamaño de nuestro planeta o con el insondable universo. La extrañeza que uno puede sentir es desconcertante en grado supino; pero, luego, está la vida con su flujo temporal (y su memoria rehaciéndose y rehaciéndote) y el espacio que hay que ocupar con todos sus principios físicos inasibles. Si la obra Eclipse total se les muestra a muchachos avispados, puede que dijeran: «¡Vaya, venimos de muy lejos!». O, «al final todo se irá a la mierda». Aunque si los espectadores están creciditos, confío en que ya se habrán hecho cargo de la compleja idea de estar vivo en los avatares de este catastrófico azar. No obstante, hay que vivir. Sigue leyendo