Carmen Losa retrata los avatares de dos maestros republicanos a través de un viaje en la memoria de España

Inevitablemente la función que se nos ofrece en la Sala de la Princesa dialoga con el montaje que se escenifica en la sala principal (In memoriam. La quinta del biberón). No solo por el contexto, sino también por ese deseo documental y testimonial que ambas exponen; aunque con resultados muy distintos. Digamos para empezar que el texto escrito por Carmen Losa posee ambición en cuanto que quiere trazar diversas líneas de acción; pero también posee una amplia ambición contextualizadora que la lleva a encuadrar su historia desde los finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX (aunque podría ser perfectamente un tiempo tan cercano como el nuestro, ciertos dejes que se aprecian en el lenguaje aún no se han perdido). Esa sobredimensión temporal es, desde mi punto de vista, una rémora; puesto que en la duración del espectáculo —una hora y veinte minutos—, entre el ir y el venir de una época a otra, el lapso que resta para el meollo de la cuestión —las vivencias de unos jóvenes maestros republicanos— es insuficiente como para adentrarse en las dificultades, las contradicciones y las resistencias que se encontraron, con la profundidad necesaria. Digamos, entonces, que la estructura, la pincelada, la documentación, el ambiente quedan claros y dan cuenta —con todas las pegas sociológicas, políticas e historiográficas que se le podrían poner a los conflictos que se plasman— de la atmósfera en la que nos movemos y hacia donde se nos lleva. La lástima, insisto, es que si bien conocemos a esa pareja de maestros —a la sazón novios—, destinados a un pueblo llamado Villanueva, no terminamos de ver completa su peripecia, su destino penoso cuando llega la guerra. Por otra parte, el maniqueísmo es patente. Llegamos a escuchar, a modo de discurso vehemente, a una anónima sindicalista hablar elogiosamente de la educación; frente a la lectura de un acta por parte de una mandamás, pasado ese periodo de aire fresco, donde se relata cómo se va a regresar a la situación anterior a la Segunda República, en un tono bronco y revanchista. No se acaban de ofrecer, de la misma manera, actitudes tan radicales sobre la retirada de crucifijos o ciertas imposiciones ideológicas que se exigieron de forma abrupta y precipitada en un país que requería una transición mucho más suave, después de siglos de dominio pedagógico por parte de la Iglesia. Las creencias de las gentes no se iban a difuminar de la noche a la mañana. La esfera que nos contiene se desarrolla con un cariz excesivamente instructivo, a veces algo naíf: se remarcan las posiciones dogmáticas del clero, el abuelo que da inicio a la función se expresa con un odio desmedido y todo se ilustra con imágenes sugerentes que nos encauzan. Y aun así se vislumbran las buenas mañas de Carmen Losa, quien intenta retratar muy positivamente a unos maestros que brillan con su entusiasmo, a pesar de los aprietos para lograr un puesto en las escuelas.
A parte de la interesante estructura de la obra, destacan los dos actores. Entre ambos llegan a interpretar dieciséis papeles. Aunque no se puede sacar mucho en claro de algunos personajes, puesto que están bastante estereotipados, como el Cardenal Segura; sí que podemos apreciar la entrega y compenetración de Leyre Abadía y Ion Iraizoz en su encarnación de esos jóvenes docentes repletos de dudas y, a la vez, de ilusión tanto por enseñar como por seguir aprendiendo. Son ellos los que transmiten sus vivencias cuando se acercaban las misiones pedagógicas o cuando se imaginaban de excursión con los chavales y debían plantearse llevar por separado a las niñas y a los niños. La cuestión de las maestras de la República está muy presente, y ahí sí que nos convence más el discurso, pergeñado a través de múltiples detalles que manifiestan lo revolucionarias que fueron tanto la inclusión de la mujer en el cuerpo de profesores como las democráticas intenciones de lograr que las chicas pudieran recibir una educación en las mismas condiciones que los chicos. Hemos de recordar que el plan de aquella primera etapa comandada por Azaña tuvo un ímpetu que no podemos olvidar y que esta obra nos debe servir para valorarlo; además de las influencias renovadoras de la Institución Libre de Enseñanza.
La esfera que nos contiene es una propuesta didáctica, de una factura persuasiva, gracias al montaje audiovisual y a la música que nos acompaña, dispuesta por Mariano Marín. Puede que le falte pulir ciertos posicionamientos para que el espectador ponga más de su parte; pero subyace una honrada y positiva visión sobre lo que supone enseñar en tiempos complejos.
Texto y dirección: Carmen Losa
Reparto: Leyre Abadía y Ion Iraizoz
Equipo artístico: Iruña Iriarte / Peris
Iluminación: Nacho Vargas
Música y espacio sonoro: Mariano Marín
Montaje audiovisual: Ion Iraizoz y Luna Vídeo
Diseño cartel: ByG / Isidro Ferrer
Fotos: Eduardo Portal
Producción: Ireala Teatro y La Caja
Teatro María Guerrero (Madrid)
Hasta el 19 de marzo de 2017
Calificación: ♦♦♦
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Un comentario en “La esfera que nos contiene”