Un esperpento valleinclanesco sobre la decrepitud humana, los vicios y la inútil redención
Esta breve pieza, perteneciente al Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte y aparecida junto a La cabeza del Bautista, responde a la estética del esperpento. No debemos olvidar que su primera obra de esta clase fue Luces de bohemia, que data de 1920, aunque sufrió varios añadidos, principalmente de corte social, por aquel 1924 en el que se encuentra nuestra función. Se ponen en juego muchas de las técnicas y artificios que Valle-Inclán había estado cocinando, y que, provenían de corrientes propias del siglo XIX, a saber: el decadentismo, el tardío romanticismo español (esencialmente Bécquer y sus Leyendas; también, por supuesto, Rosalía de Castro), el prerrafaelismo («¿quién puede retirar de su imaginación la Ofelia de Millais?») o el simbolismo; en definitiva, el modernismo llevado a su visión expresionista. Esto, desde luego, nos tiene que servir para aproximarnos a una interpretación, que inevitablemente deberá ser estética (en sentido amplio), máxime cuando en escena, bajo el subtítulo de «Melodrama para marionetas» (aunque en un primer momento fue «novela macabra»), se exponen unos personajes, dispuestos en una trama no excesivamente compleja, que representan una alegoría donde los tres términos del Retablo, cobran sentido. Simeón Julepe, herrero y borrachín, tiene a su mujer Floriana, abundando en la moribundez, encamada entre estertores mientras su marido se zarandea por la estancia cogiendo la onda de un secreto: en algún lugar se esconden los ahorros de toda una vida. Los ojos como chiribitas y el símbolo del dólar impreso. Antorrín Heredia mantiene el pulso de su beocia desde el principio hasta el final, sin perder el ripio, con los versos más brillantes en su traspié. Protagonista, a la postre, de todos los estados emocionales, repletos de grosería y aberración. Una bestialidad tan falta de moral que es capaz de largarse con su parienta en tal situación, arrastrado por el vicio. No se quedan atrás las siguientes en aparecer en aquel espacio lúgubre. La Disa y la Musa, dos mujerucas, dos vecinas con la mano larga, Rocío Osuna y Chelo Vivares, la cual se ocupará de movilizar a las marionetas a quienes está dedicada esta farsa grotesca, tres chiquillos gimoteantes a los pies del lecho mortuorio. En Tribueñe, aquel fondo sombrío en el que se alza la escalera donde se ubican los tres hijos, favorece más aún el expresionismo degradante del drama mítico al que estamos asistiendo. La gestualidad de estas ladronzuelas es pura amplitud de los rasgos con el diseño de luces tan lateral que han pergeñado Miguel Pérez-Muñoz y Paula Sánchez, repleto de claroscuros y escorzos. Los propios muñecos, diseñados por Matilde Juárez, asientan la idea de la orfandad precipitada, son como salidos de un cuadro de Munch. Veloz transcurre la escena cuando ya nos encontramos con la Pingona adentrando el féretro, acompañada de un mozo. El cantaor Jesús Chozas se une a la vigilia para aportar un quejío flamenco que se transforma en un irónico y humorístico diálogo de clamores con su compadre Pepe el tendero, José María Ortiz, quien arruina el cante con sus quejidos chirriantes. Lo grotesco alcanza el súmmum con la iluminación del ataúd como un futuro barco nocturno rumbo al norte desde la Galicia profunda, con los necrobailes de la Encamada y los visitantes, y con la lubricidad sobrevenida del viudo que se pone hasta tierno como un tonto enamorado de esa perfecta muerta idealizada. La avaricia, la lujuria y la muerte se combinan como tres elementos tristes en las clases bajas, en su barbarismo, en el chándal que portan algunos, en esa deformación valleinclanesca de la realidad subsumida en la tradición y el folclore capaz de anclar a las gentes a tierras caciquiles. Vuelve Irina Kouberskaya a demostrar su conocimiento perspicaz del dramaturgo y nos ofrece esta función, lanzada a la visión caleidoscópica del retablo completo.
Autor: Ramón María del Valle-Inclán
Dirección: Irina Kouberskaya
Reparto: Antorrín Heredia / Miguel Pérez-Muñoz, Mª Ángeles Pérez-Muñoz / Catarina de Azcárate, Chelo Vivares, Rocío Osuna, Carmen Rodríguez de la Pica, José Manuel Ramos, José María Ortíz y Jesús Chozas
Figurines: Hugo Pérez de la Pica
Diseño y elaboración de muñecos: Matilde Juárez
Diseño de luces: Miguel Pérez-Muñoz / Paula Sánchez
Fotografía de cartel: Laura Torrado
Teatro Tribueñe (Madrid)
Todos los viernes
Calificación: ♦♦♦♦
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Un comentario en “La rosa de papel”