Al texto de Jean Genet se le suma su única película como director en una función repleta de sugerencias autobiográficas

No es una decisión azarosa de Arthur Nauzyciel incluir, como preludio a la función, el cortometraje de 1950, Un chant d’amor, del propio Genet; es más, se debe observar como un todo. La cinta, en blanco y negro, y muda, expone la situación de varios presos en sus celdas mientras sus prácticas onanistas y sus ensoñaciones sexuales se mezclan con el voyerismo de un guardia. Sirve, sin duda, para plantar una estética de los tópicos autobiográficos que arrastró en sus creaciones el escritor parisino; el eterno ejemplo de ser marginado que se aúpa al estrado del arte desde la sordidez. Después comienza en sí la obra teatral. Unos hombres, unos gángsteres permanecen atrincherados en el hotel Splendid. Es el cuarto día de secuestro y la hija del millonario retenida, con la que pretendían obtener un buen botín, ya ha muerto. La suerte está echada, la banda de la Ráfaga, ha sido sentenciada a muerte, ellos mismos saben que la escapatoria es imposible. No importa mucho si el argumento nos traslada al mundo del hampa o si resulta emocionante que puedan salvarse. La cuestión que plantea Genet, y que Nauzyciel amplía con la inclusión del cortometraje, es plantear alegóricamente el agón de cada uno de esos integrantes de la banda más un policía que ha desertado y se les ha unido. Sus pulsiones homoeróticas, sus elucubraciones sobre la estrategia, su concepción heroica sobre la muerte y, principalmente, su lucha fracasada por la libertad —una libertad definida desde el determinismo social— se van manifestando. Ellos, como el propio Genet, son el producto de unas circunstancias, de unos orígenes demasiado asfixiantes. Ellos nacieron con el destino impreso en su frente y sin la destreza para quebrarlo. Mueren en un hotel de lujo, pero podrían haberlo hecho en un callejón infecto. Hay que celebrar la magnífica escenografía de Riccardo Hernandez, todo un ángulo de perspectivas simétricas que establecen con profundidad los enfrentamientos, las justas de los asaltadores. De la misma forma que sobresale el trabajo conjunto del reparto, destacando la firmeza de Ismail Ibn Conner en el papel de policía, junto a la espléndida labor coreográfica de Damien Jalet. No podemos afirmar que el exceso de inacción durante gran parte de la función no produzca pesadez, pero, en general, la satisfacción estética es máxima. La concentración de referencias en escena va desde el ambiente recreado en las películas de Jacques Becker (París bajos fondos o La evasión) sumado a esos films que realizó Andy Warhol junto a Paul Morrissey, pero, también, claro, al Tarantino de Reservoir Dogs. El Splendid’s de Nauzyciel, en el conjunto de todo el espectáculo, está cargadísimo de sugerencias, lirismo y evocaciones sensuales, y, aunque a veces la parálisis y el impás al que se enfrentan los gánsgteres ralentiza en exceso la resolución, la obra deja un buen poso.
Autor: Jean Genet
Dirección: Arthur Nauzyciel
Traducción: Neil Bartlett
Reparto: Jared Craig, Xavier Gallais, Ismail Ibn Conner, Rudy Mungaray, Daniel Pettrow, Timothy Sekk, Neil Patrick Stewart y James Waterston.
Escenografía: Riccardo Hernandez
Iluminación: Scott Zielinski
Vestuario y tatuajes: José Lévy
Coreografía: Damien Jalet
Espacio sonoro: Xavier Jacquot
Teatro Valle-Inclán (Madrid)
Hasta el 1 de noviembre de 2015
Calificación: ♦♦♦♦
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