José Gómez-Friha dirige una propuesta sobre este clásico que atempera las ansias individualistas de los protagonistas
Para lo que se ha hecho en los últimos años con el célebre drama de Henrik Ibsen —podemos recordar la desastrosa Mecánica y la visión tarantina de Ximo Flores—, esta versión de Pedro Víllora es bien comedida. Se juega con la atemporalidad del suceso; porque podríamos situarla en los años cincuenta del siglo pasado, pero también en otras fechas. Apenas poseemos detalles escenográficos para contextualizar certeramente. Es una marca de Venezia Teatro —así lo comprobamos en sus dos anteriores espectáculos: Los desvaríos del veraneo y Tartufo— trabajar con un espacio abierto en el que entran en liza muy pocos elementos. Aquí, por ejemplo, destaca el vestuario, principalmente el de la protagonista, que se va cambiando de vestidos, siempre incidiendo en el rosa, y que bien simboliza la mayor libertad con la que cuenta esta Nora. También muestran gusto y elegancia los atuendos del resto; los tonos oscuros en las chaquetas de ellos y la esbeltez que se potencia en Elsa González. Todo este diseño corre a cargo de Paola de Diego. Sigue leyendo