Whitehorse, Canada

En Nave 73, Juan Jiménez Estepa discurre por los meandros de la angustia existencial

Que en una obra teatro se desarrolle el tema de la angustia existencial, de ese proceso de vaciamiento, de desorientación y que no se trate desde el consabido punto psicoterapéutico, ya me parece razón suficiente para atenderla. Alonso, nuestro protagonista, acogido con certera pesadumbre veteada con destellos de esperanza por Carlos Algaba, ha decidido marcharse de Madrid para recalar en Whitehorse, una pequeña ciudad de Canadá, cercana al golfo de Alaska. Es preferible no imaginar el frío de aquel lugar. No convence como destino idóneo para una españolito, para este joven maestro, con unos ocho años de experiencia. Desde luego, uno de los méritos del dramaturgo Juan Jiménez Estepa es omitir el auténtico motivo que anida detrás de esta radical solución. De hecho, la función transcurre como si fuera una despedida propia de un enfermo terminal. Zanjar por lo sano. Hasta nunca y con cierta serenidad, con una seguridad solemne que le permita mirar a la cara a sus pocos seres queridos y transmitirles su postura. Quizás, en este sentido, falte algún personaje que muestre más enfado, más desilusión, más tristeza. Puesto que, en la primera estación, conocemos a la directora de un colegio privado, interpretada por Elisa Berriozabal, quien acomoda su discurso a las circunstancias estableciendo un cinismo realmente preciso.

Tiene la propuesta algo de ingenuidad, de inmadurez,… Parecen esas tesituras tan propias del individualismo (el de verdad) americano, de esos jóvenes que emprenden algún año sabático de descubrimiento personal, de viaje real e iniciático, a través de las larguísimas carreteras que cruzan el país. Algo así a como se muestra en Hacia rutas salvajes (2007), de Sean Penn. También se podría relacionar con eso que se ha denominado en Estados Unidos (todo viene de ahí) «la gran deserción». Sentir que esa supuesta vocación no es tal, que tu empleo no te llena, seguramente porque el sistema te está horadando por dentro y te ha desconfigurado. Por no afirmar, claro, en este caso, que las dinámicas de esos centros «exclusivos» no son espacios destinados al desarrollo profesional y, menos, si nuestro sujeto pone en clase textos «polémicos» para escándalo de las familias bien avenidas.

Incluso, por qué no, tiene algo de pijería, de creer románticamente que «reiniciándose» se acaban los problemas y aparecen, por azar, la soluciones. Viajar como fetiche de inspiración vital. Unos acuden a la India en busca de gurú, otros se marchan o huyen a países tan civilizados como Canadá. De todas formas, seguimos con el periplo de adioses, hallamos a una hermana algo choni, de vida un tanto disoluta, con dos hijos, uno de ocho años y un bebé, de diferentes progenitores, y con una afición por las seudociencias que lo alejan demasiado del nivel cultural que intuimos en su hermano. Teresa Mencía se aproxima al estereotipo con su interpretación; pero, afortunadamente, no lo desborda. Después, una amiga que se ha ido a vivir complacidamente a Tres Cantos, distanciándose del ritmo frenético madrileño, se ocupará del perro de nuestro taciturno antihéroe. Tampoco ella, que es encarnada por Berriozabal con sencillez, fuerza otra mirada. Curiosamente, el nuevo amante, Jaime, uno de esos ligues que parecen sacados de Grinder, es quien sondea otras posibilidades y quien propicia diálogos más maduros, más sensatos sobre la inevitabilidad de las relaciones sociales.  Así, Patrick Martino le da un alto grado de sensibilidad a su actuación, un cariño franco que merecería explotarse más. Sin embargo, será la madre, su espíritu revivido en toda una serie de ensoñaciones, quien amplifique el montaje con un humor rayano en el absurdo. Eva García-Vacas hace de esa mujer que murió demasiado joven y que vivió durante una temporada en Whitehorse. Resulta delicioso escuchar cómo empleaba el sirope de arce como afrodisiaco en sus artes amatorias. Alguien, desde luego, echado para adelante, como así nos lo transmite la actriz. Es la conexión maternofilial la que, en gran medida, nos da pistas más coherentes sobre la actitud de nuestro protagonista. Hemos de imaginarnos en su duelo extendido y la verdadera necesidad de asumir su pérdida definitivamente, quizás, simbólicamente, acudiendo a la urbe donde ella pudo expresarse más libremente.

Es decir, no todo el mundo se puede permitir una crisis existencial, una abulia como Dios manda o tédium vitae extático. La gente corriente tiene decaimiento y depresión y se curan como ya sabemos; aunque en el fondo haya mucho de lo anterior. Y si alguien quiere filosofar, probablemente aparezca un muermo con el estoicismo contemporáneo, para terminar de atufarnos con su disciplinamiento.

Por otra parte, como suele ocurrir en estas producciones modestas representadas en las salas del circuito alternativo, la escenografía se reduce a unos troncos que sirven como asientos y como signos de los bosques que espera encontrar allá en el norte. Además, sí resulta sintomática la música. Pues incide en el tinte melancólico que impregna todo el espectáculo. El «No Surprises», de Radiohead es una declaración de intenciones y el «Wonderful Life», el clásico de Black, en la voz, por un lado, de Teresa Mencía y, a continuación, con la cantante georgiana Katie Melua, su necesaria alternativa. Se favorece de esta manera una especie de atisbo hacia el futuro, al infinito, a lo incierto. Se concreta, entonces, un concepto que permea toda la función: la nostalgia por una época y una vida que los milenials aquí representados han imaginado de una manera errónea. La incertidumbre de ahora antes era otra historia. Merece la pena, sin duda, nuestra contemplación.

Whitehorse, Canada

Dramaturgia y dirección de escena: Juan Jiménez Estepa

Elenco: Carlos Algaba, Elisa Berriozabal, Eva García-Vacas, Teresa Mencía y Patrick Martino.

Producción: Teatro Cinco y Eslinga Producciones

Diseño de iluminación: Abel García Sánchez

Técnica: Raquel Puche

Escenografía y vestuario: Teatro Cinco

Diseño gráfico y fotografía: Daniel Oliva

Una obra de la compañía Teatro Cinco.

Nave 73 (Madrid)

Hasta el 23 de febrero de 2025

Calificación: ♦♦♦

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