Travy

Oriol Pla reúne a su familia para crear una obra sobre ellos mismos y su oficio en un planteamiento embriagante

Si una propuesta va de una familia de cómicos, de payasos, de juglares, y no aborda estrictamente su periplo vital, entonces, de qué va. Pues de la esencia genuina de estos aviesos seres que cruzan la historia de las sociedades, en esa situación de marginalidad, de apuntalamiento cínico en la grieta, de vagabundeo entre la melancolía y la irrisión, de estar sin estar mientras el mundo se vuelve loco. Los bufones surcan el tiempo más allá del bien y el mal. Privilegiados en su precariedad. Por esto mismo, el planteamiento de este espectáculo es tan coherente. Porque poseer un firme argumento sería transgredir su pertinacia.

Que los espectadores tengamos que adentrarnos a la sala José Luis Alonso de Santos del Teatro de La Abadía por uno de sus vericuetos traseros, angostos, oscuros para llegar al escenario como si alcanzáramos la pista de un circo plantado en cualquier ejido, es una forma de captación excelente. Un guiño que se sucederá a otros muchos. Por otra parte, el preámbulo de Oriol Pla causa estupefacción. El sketch nos retrotrae a los geniales Chaplin, Keaton o Lloyd en el imparable estrés de la cotidianidad, del trabajo, de la imposición de máscaras sociales y de la ansiedad que genera, también, el éxito. Y así el actor procede eléctrico, delante de nosotros, para señalarnos que merece la pena escapar de esa insensatez para acogerse a los suyos y crear algo genuino. El ritmo frenético de la Suite española, nº 1 Op. 47: Asturias, de Albéniz, nos va inmiscuir en una dinámica de personajes escurridizos, de seres con el cerebro borboteante de imaginación y de esa curiosidad infantil que hace meter los dedos en el enchufe.

La metateatralidad se conjuga con el work in progress al que tanto estamos acostumbrados en los últimos tiempos. El propio proyecto es la función. ¿Cómo deben plantear una obra futura sobre ellos? ¿Qué entrará en la coctelera? Pues su propia biografía, los Pla y los Solina, unidos como familia Travy, en ese repaso elíptico de su propio devenir. Los hijos se acostumbraron pronto a los tejemanejes artísticos de sus padres cuando fundaron la compañía Tot Terreny. Un ejemplo, un aprendizaje espontáneo, algo natural.

Tradición contra modernidad se engarzan de manera virtuosa; para que, al final, ni uno ni otro. El primero acogido al tal Sibartini, que ha muerto de repente. Modelo de gags y número que se perderán. La paradoja será enormemente graciosa, ya que, en verdad, ninguno lo ha visto jamás. Muy beckettiano el gesto. Así funciona este arte tan callejero, oral, tan visual; pero tampoco dado al registro, si acaso algún canovaccio en el que apoyarse para que las improvisaciones sean fértiles. De este modo, ellos, como émulos acogidos a la Commedia dell’Arte, tomarán la lengua italiana (antes habían procedido en catalán) para encarnarse en estereotipos como Il Capitano poniendo orden con deje libidinoso, en una escena de correteos. Luego, será, ante todo, Diana Pla quien ansíe introducir posteatro, performance, transgresión, y hasta convertirse en una Pussy Riot o en una radical de Femen con los pechos al aire. Salvaje, rebelde y hasta cabreada. Ímpetu bestial.

¿Y qué pinta Shakespeare? Porque la necesidad de hacer teatro «serio» les debe parecer una exigencia para una profesión tan vilipendiada, si resulta que «payaso» es un insulto. Así Fellini quiso reivindicar el oficio en Los clowns. Algo de su absurdo y de su surrealismo se pasean por este espectáculo, que ofrece, por ejemplo, un movimiento de mesas verdaderamente ensoñador y un vaivén fenomenal; y, además, un estrafalario entierro del padre. Este, que ha portado una sandía todo el montaje ─metáfora de tumor inextirpable─ la emprenderá con el «ser o no ser» hamletiano para freír una tortilla francesa en directo. Quimet Pla, que lleva toda la experiencia encima, es socarrón las más de las veces, pero no duda en imponer usos clásicos a sus vástagos. Muy distinto de su esposa, Núria Solina, música, que prefiere emprender el pasacalles con su violín. Es la espontaneidad absoluta, posee unos modales ácratas y aquiescentes que la alejan de lo maternal.

El variadísimo e irónico vestuario de Sílvia Delagneau, cargado de adminículos, fantasea con las diversas tareas que estas gentes deben dominar, pues ya sabemos que la artesanía y la pericia manual dan hasta para montar un ataúd con unos cuantos maderos pulidos de aquella forma. Todo va a favor para que el elenco demuestre su dominio en el desparrame caótico, en la capacidad para disponerse a la repetición, a la recursividad, que nos introduce en un bucle descacharrante. Cualquier cosa puede ocurrir entre cachivaches, entradas y salidas, frases que vuelven una y otra vez, para hacer una variación infinita que nos produzca risa. Son payasos o no ofreciendo su trasfondo actoral entre el andamiaje de su propia obra, donde se ironiza sobre la dramaturgia moderna, manifestando que ellos ya llevan en sus genes ese impulso supuestamente rompedor.

Travy

Texto: Pau Matas Nogué y Oriol Pla Solina

Dirección: Oriol Pla Solina

Reparto: Diana Pla, Oriol Pla Solina, Quimet Pla y Núria Solina

Escenografía y vestuario: Sílvia Delagneau

Diseño sonoro: Pau Matas Nogué

Diseño de movimiento: Laia Duran

Iluminación: Lluís Martí

Ayudante de dirección: Jordi Samper

Dirección de producción: Ana Guarnizo

Producción ejecutiva: Claùdia Flores

Producción: Bitò y la Familia Pla, a partir de la producción original del Teatre Lliure.

Teatro de La Abadía (Madrid)

Hasta el 2 de febrero de 2025

Calificación: ♦♦♦♦

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2 comentarios en “Travy

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