The Second Woman

María Hervás se encuentra con cien hombres durante veinticuatro horas en un espectáculo tan repetitivo como inane

The Second Woman - Foto de Alice Brazzit
Foto de Alice Brazzit

Esto es muy sencillo. Myrtle Gordon, el personaje que interpreta Gena Rowland, es una actriz problemática, confundida, con una gran crisis existencial y vital, y que, en cierta medida, intenta resolver con la bebida. Hablo de Opening Night, la película de John Cassavetes, donde su esposa debe actuar en una obra de teatro titulada The Second Woman. Como su estado no es el más favorable, la experiencia escénica estará sometida a diversas variaciones habilitando una metáfora metateatral sobre la propia vida de los intérpretes, sobre los hallazgos de la creación, sobre las posibilidades que se encuentra un director o una directora a la hora desarrollar un texto, una idea. La última escena del film es la clave.

María Hervás, que hace de Virginia, no tiene carácter, es una muñeca, como así se remarca en el primer plano de su maquillado y terso rostro al comienzo de cada cuadro. El juego, el espectáculo, se organiza como una performance que podría haberse ejecutado en algún museo durante un tiempo x; porque si esto dura veinticuatro horas no es, desde luego, porque deba ajustarse al lapso de un día. Que los visitantes alcancen el número de 100 sencillamente es un redondeo que tampoco ofrece una lógica superior. Sí, es una maratón, un ejercicio de resistencia; pero también es una pesadez que no va mucho más allá. Volver a empezar, sin suficiente arrastre de algún posible cambio nos deja subsumidos en la peripecia lúdica, en esa espontaneidad que hallamos en tantos late nights de aquí o de Estados Unidos, donde los famosos aceptan someterse a diferentes actuaciones aparentemente improvisadas para que nos demuestren su versatilidad, su gracia y su cercanía. De hecho, no hay más que ver cómo la reacción general del público es la risa. Lo que se espera es el guiño, la distinción, esa llamada de atención del tipo que se adentra en ese cubículo.

El dispositivo parte de una habitación de atmósfera lyncheana, el predominante rojo de su vestido y en los detalles como las letras fluorescentes nos pueden hacer pensar en el famoso barrio de Ámsterdam, y en alguna de esas prostitutas que, tras su affaire, resuelve a limpiar el cuarto y a descorrer las cortinillas para aguardar al siguiente cliente. La cuestión es que aquí el cobro es inverso, pues estos pretendientes recibirán veinte euros, ya sea como pago a su servicio de este casting fracasado del amor o, directamente, como intérpretes de una función en la que han participado durante únicamente ocho minutos aproximadamente. Actores amateurs y profesionales, alguna cara más que conocida.

Ella aguarda en un extremo. Las dos cámaras nos ofrecen primerísimos planos que contemplamos en una pantalla cuadrada al lado. Entra el protagonista y le susurra algo al oído. Algunas frases serán idénticas. Fundamentalmente en ella; pero, desde luego, habrá espacio para la creatividad, para inventarse a un timorato, a un sulfuroso, a un desconsiderado,… (algo sacamos ahí; aunque sea sutil). «Tengo que contarte algo… No te merezco». Él fingirá o no, que ella vale mucho, que es inteligente, guapa. Ha traído una bolsa de papel con fideos chinos en su interior. Beberán whisky JB. Ella le lanzará la comida encima. Se tropezará. Se dirigirá al fondo y se pondrá firme, de espaldas, mientras suena la canción «Taste of Love», de Aura. Bailes agarrados, eróticos, salvajes, ridículos, patéticos, sugerentes, rítmicos… «Creo que debes irte». Saca un billete de la cartera y se lo entrega. El susodicho optará por un «te quiero» o todo lo contrario. Fin. Y de nuevo al inicio tras unos instantes de adecentamiento de la escueta pieza.

Un eterno retorno de lo mismo en una selección infinita como una jornada intensiva en un speed dating. Un gran hermano posmodernizado para insistir en los sempiternos estereotipos que fundamentan cierto feminismo superficial. Antropología para las masas que se divierten en las gradas. Como siempre, como ocurre por doquier, con la enorme ironía que no permite tomarse nada con seriedad; puesto que se parte de la desconfianza, del desencanto, de no buscar la verdad. Otra vez más. No es un montaje lo suficientemente arriesgado, teniendo en cuenta que no se acepta sondear la realidad, la verosimilitud. Con esto quiero señalar que no se deja la posibilidad del desastre. Parece más un deporte repleto de reglas, de cámaras con el VAR, y de seguridad y de protección. En definitiva, de artificio. No hay una continuidad, una transformación, es una vuelta a comenzar tal cual, sin suciedad, sin emborrachamiento, sin despeinarse… Hervás, que es una actriz impetuosa, que ha demostrado que en el teatro es capaz de llegar al límite, habrá disfrutado de su propia incursión. Otro asunto muy distinto es qué puede hacer el espectador cuando frente a él la dramaturgia discurre por planteamientos tan parcos.

The Second Woman

Cocreadoras: Nat Randall & Anna Breckon

Guion y dirección: Anna Breckon & Nat Randall

Interpretación: María Hervás

Dirección de vídeo: EO Gill & Anna Breckon

Operación de cámara: EO Gill

Diseño de la iluminación: Amber Silk & Kayla Burrett

Composición del sonido: Nina Buchanan

Diseño de la escenografía: FUTURE METHOD STUDIO

Diseño original del peinado y el maquillaje: Sophie Roberts

Producido por: Performing Lines

Ayudantía de dirección: Rita Molina

Coordinación de los participantes: Eva García (ComuArt)

Regidora de participantes: Sienna Vila

Maquillaje y asistencia de la actriz: Núria Llunell

Regidora: Marta Colell

Coordinación técnica: Guillem Gelabert

Productora ejecutiva: Jenny Vila (La Mecànica)

Dirección de producción: BITÒ

Fotografía: Juanlu Real Duotuó

Teatros del Canal (Madrid)

Hasta el 10 de noviembre de 2024

Calificación: ♦♦

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