Els Joglars le hace una semblanza timorata al rey Juan Carlos, con un destacable Ramón Fontseré
El vodevil de nuestro monarca en las últimas dos décadas pedía protagonismo en alguna comedia teatral. A falta de un Berlanga, no hubiera estado mal que Els Joglars hubiera afinado con el tono de la farsa y hubiera encontrado un argumento más sugestivo. No se puede sostener que sean equidistantes, más bien, insignificantes; aunque un público tan entregado, tanto a la figura representada como a sus representantes, cualquier guiño hacia un extremo u otro les regocija. Aceptemos que el prólogo es poco fascinante, con unos «moros» limpiando aquí y allá, hablando en árabe, claro, y generando las primeras risas para un montaje naíf, sin pullas desopilantes. Se entiende que esta vaguedad sirva para que sus señorías resuelvan suspender su móvil ─los soniquetes con ciertos espectadores parecen inevitables─.
La función está entreverada por los tópicos que ya se han asentado en nuestro país, con sus hitos chuscos y sus frases memetizadas, desde la caza del elefante y su «lo siento me he equivocado» hasta el «¿por qué no te callas?». Nada escabroso; aunque todo resulte así. Para demasiados españoles permanece el mito de la Transición y la heroización en el 23 F. Todo fácilmente desmontable una vez se comprende el contexto de nuestra historia reciente y se asume que no somos nosotros, desde dentro, quienes movemos los hilos.
La pieza descubre sus cartas con una simplicidad propia de algunos de esos espectáculos humorísticos de RTVE controlados por el Gobierno. Sorprende, entonces, que Albert Boadella haya vuelto con su compañía y que apenas se perciba una pujanza satírica de cierta enjundia. Cualquiera que conozca los avatares de nuestro monarca entenderá perfectamente cada supuesta crítica en la caricatura. De hecho, se parece al peor José Mota que podamos recordar. Nuestro campechano sale indemne en este retrato de senectud y su irritación cuando suena «La muerte y la doncella», de Schubert. No está él para romanticismos, simbolismos ni deleites musicales, pues ya sabemos que sus gustos no van por ahí. En cualquier caso, debemos reconocer que el mayor atractivo de la propuesta está en contemplar cómo Ramón Fontseré elabora su personaje con un gran equilibrio entre la parodia y el naturalismo. Nos lleva a la compasión y al absurdo con gran dominio. Un sobón (qué cutre resulta eso de agarrar un pecho porque sí), un soberbio, un mandón y un disfrutón, por supuesto, para eso navega por las aguas de Abu Dabi con su biógrafa y amante (todo en uno, para convertirse con facilidad en hagiógrafa). Es fácil pensar en la escritora francesa de 48 años Laurance Debray, autora de Mi rey caído, que Pilar Sáenz esboza con seriedad y consistencia. Ofrece un contrapunto coherente.
Por otra parte, el argumento se queda en semblanza. Nos situamos en un barco de nombre Superbotín (este es el cariz, vean ustedes) donde el servicio hace reverencias ridículas al pasar. Su majestad pretende hacer una paella (un plato tan variado como España) en cubierta (otra paella más para la escena teatral), pasar un rato agradable con sus invitados y sentirse tan a gusto como en aquella barbacoa con Corinna y su hijo. Aquí también sale un chaval, un tal Adrián, con quien mantiene una confianza que nos puede inducir a pensar en otro de esos bastardos que han pululado por aquí y por allá. Bruno López-Linares acoge este papel con suficiente soltura. Muy distinto es el rol de Dolors Tuneu, quien hace de asistenta, una rubia de bote que, a falta de ser andaluza, como antaño, es gallega, que queda más cantarín el asunto. Graciosa y resuelta, mientras departe con Juan Carlos antes de hacerse un selfie.
En el popurrí poco aporte tienen las referencias shakesperianas y desde la escritura dramática resulta inconexo el encaje de la tormenta medio onírica, donde escuchamos de seguido todos los episodios consabidos de nuestro emérito: su relación con Franco y con su padre, el disparo al hermano, el golpe de estado, la «Sofi», la «Leti», el Urdangarín, su hijo Felipe, las amantes, los líos con Hacienda y todos esos etcéteras de los que nos hemos ido enterando paulatinamente. Entiendo que referirme a la reciente entrevista al comisario Villarejo en The Wild Project, no me deja en buen lugar; pero uno sospecha que es bastante razonable aquello de que la protección a la Casa Real ha sido auténtica obsesión de la Inteligencia española durante todos estos años. La verdadera cuestión de Estado. ¿Qué nos queda por saber? Pues teniendo en cuenta todos los documentos que están aún clasificados, podemos asegurar que bastante.
Contentará a los juancarlistas y a los monárquicos templados, pues el Borbón, envestido con el manto de sus antepasados, repleto de flores de lis, cumple con su campechanía, con su picaresca inveterada, tan nuestra y, por lo visto, tan perdonable. Podemos afirmar que, efectivamente, pasará a la historia como el propiciador de nuestra ¿democracia?, mientras olvidamos lo demás.
Dramaturgia: Albert Boadella
Reparto: Ramón Fontseré, Pilar Sáenz, Dolors Tuneu, Martí Salvat, Bruno López-Linares y Javier Villena
Espacio escénico: Els Joglars
Vestuario: Pilar Sáenz
Iluminación: Bernat Jansà
Espacio sonoro: David Angulo
Comunicación: Oriol Camprubí
Diseño gráfico: NYAM Agencia Creativa / Manuel Vicente
Producción ejecutiva: Montserrat Arcarons
Ayudantía de dirección: Alberto Castrillo-Ferrer
Distribución: Els Joglars
Teatro Infanta Isabel (Madrid)
Hasta el 31 de marzo de 2024
Calificación: ♦♦
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Un comentario en “El Rey que fue”