María Goiricelaya se deja influir por Lorca para concretar un texto que profundiza en el sufrimiento de todas aquellas mujeres que hoy no logran ser madres
Empecemos aseverando que titular Yerma a esta obra es casi un clickbait y que los espectadores deberían estar más que avisados de que aquí no está Lorca. Dejémoslo en que la escritora María Goiricelaya se ha inspirado en la tragedia del dramaturgo granadino. Cualquiera puede comprobar que ni lenguaje, ni época, ni personajes, ni siquiera el argumento quedan reflejados. Apenas el tema se trae a colación; pero desde una perspectiva sociocultural bastante diferente. Esta es la principal pega que le puedo encontrar a un montaje magnífico y de gran intensidad; también, quizás, que se alarga demasiado y que reitera el mismo motivo en exceso (puede que la última escena, la de la fiesta, sugerente y onírica, llegue un poco tarde). Claro que, cuando hablamos de una obsesión, la repetición es obvia.
La autora viene de sortear hace unos meses el entuerto de su Altsasu (poco antes había presentado Play!) y ahora retoma esta pieza, que tantos éxitos le está reportando (incluido un Max). Verdaderamente merecidos, sobre todo porque va al quiz de la cuestión, o sea, permitir que su personaje central desarrolle su deseo y sucumba a su impotencia. No faltan, desde luego, los habituales guiños feministas; no obstante, esto es hoy conversación corriente en los aspirantes a clase media con su leve ironía. Ella es una ilustradora vasca de cierto renombre en el norte, así lo observamos en una pantalla donde se proyectan algunos de sus trabajos. En este sentido, creo que Goricelaya ha sido timorata a la hora de mostrar las macabras composiciones que nuestra malhadada realiza, cuando es superada por la desesperación. Su pareja es uno de esos hombres jóvenes que deben viajar mucho para ganar cuentas (clientes) por toda Europa, pensemos, por ejemplo, en alguien que trabaje en una agencia de publicidad grande. Aitor Borobia sostiene la tensión de este joven y se deja desbordar en los momentos cumbre. Lo contemplamos con gran credibilidad aguantando el ritmo vital entre el agotamiento del jet lag y la angustia que va creciendo en su casa; pues a él le toca adoptar ese complejo papel que implica dar cobertura a su compañera en ese trance tan amargo. Por su parte, Ane Pikaza demuestra una entrega absoluta y exprime el carácter de esta Yerma contemporánea hasta las últimas consecuencias. Conjuga con excelencia todas esas aristas que propician su labor artística, sus encajes de mujer moderna que debe cumplir unos parámetros liberales (así nos lo hace saber en sus opiniones políticas o sexuales o éticas) y, a la vez, aceptar que su impulso maternal ha entrado en ella y que ya no puede quitárselo de la cabeza. Una actuación costosa, de desgaste, muy cercana al público, difícil.
Luego, tenemos otros tres personajes que se vienen a separarse bastante del original lorquiano. Empezando por Víctor, un antiguo novio (y más que eso, como se verá), que, ahora, pasados diez años, ha devenido en gran amigo. Un tipo que es padre y que, además, se ha echado un amante. Así son las cosas. Unai Izquierdo lo acoge con aire de sencillez, con bondadosa aquiescencia; aunque se pierde, en efecto, el contrapunto erótico y pasional. Por su lado, la madre que encarna Loli Astoreka nos vale más para delimitar el contexto sociohistórico, para reconducir el planteamiento hacia el costumbrismo. Cumple con cierto gracejo para recordarnos que, como siempre ha pasado, los hijos «venían» sin pensárselo mucho. Por otra parte, la hermana, una Leire Orbe con decisión, quien sí ha conseguido quedarse embarazada, va todavía más en esa línea del naturalismo, pues no deja de emitir las consabidas quejas que supone la maternidad y, simultáneamente, la ilusión de verse en un proyecto trascendental.
Creo que, dadas las circunstancias, lo mejor de esta función es su verosimilitud, que no se hayan cargado las tintas con aspectos más escabrosos, como actitudes violentas o excepciones que no harían justicia a lo que viven tantas parejas, donde principalmente ellas se llevan el grandísimo varapalo de no poder procrear. De introducirse en ese largo marasmo clínico, con todo tipo de procedimientos que se aplican contrarreloj. A mí me parece que este es un tema esencial hoy en día; pero que no está como máxima prioridad en la agenda de ningún ministerio, ni, tampoco, en el de un feminismo que apuesta más por la biopolítica y el empoderamiento individualista en esa lucha sin cuartel por alzarse con no sé qué puestos de relevancia. El quiero y no puedo. Los roles sociales entreverándose y multiplicándose a velocidades inhumanas conllevan nihilismo, destrucción, sufrimiento y, en el peor de los casos, la desaparición. Todas estas cuestiones, se quiera o no, están nuestra sociedad, y esta obra permite que nos las sigamos haciendo; aunque sea a costa de algunas de las intenciones simbólicas que en su momento tuvo Lorca.
Autoría y dirección: María Goiricelaya
Reparto: Ane Pikaza, Aitor Borobia, Unai Izquierdo, Loli Astoreka y Leire Orbe
Escenografía e iluminación: David Alkorta
Vestuario: Daniel F. Carrasco
Visuales: Gheada
Música: Zabala
Espacio sonoro: Ibon Aguirre
Producción: Sala BBK
Distribución: Portal 71
Compañía: La Dramática Errante
Teatro Fernán Gómez (Madrid)
Hasta el 25 de febrero de 2024
Calificación: ♦♦♦
Puedes apoyar el proyecto de Kritilo.com en:

Un comentario en “Yerma”