Natalia Menéndez se pone al frente de este espectáculo inenarrable sobre la alegría sin motivo en las Naves del Matadero

Uno observa el planeta y repasa las catástrofes, las evidentes y las ocultas, y no para de hallar a todos sus remediadores que, como antes los curanderos, ofrecen sus admoniciones para la consagración de la ingenuidad y el desastre. Si me dicen que este Alegría Station nace de alguna iglesia evangélica, me lo creería a pies juntillas. Si es una de esas alucinaciones de los gabinetes de recursos humanos encontraría firme sentido. Lo que me queda claro es que hacía tiempo que no sentía tanta vergüenza ajena en un teatro.
¿Qué tipo de conflicto encontramos aquí? Absolutamente ninguno. ¿Por qué sonríen estos intérpretes? Lo desconozco. Son alegres y ya está. Esbozan esa mueca que procede de algún lugar. ¿Drogas? No lo creo. ¿Viven en la inopia? Pienso que no; tendrían que ser personas que no estuvieran en sus cabales y que vivieran en una burbuja. No, están ahí, en la Sala Max Aub del Matadero, la que normalmente acoge montajes rompedores (sin salirse de madre vanguardista). Esto es de residencia de ancianos, de entretenimiento para gentes más allá de códigos dramatúrgicos, para sectas hippies y gente en la onda new age, o para grupúsculos religiosos en retiro espiritual. Si ahora parece que tienen éxito los grupos musicales destinados a los creyentes con letras que alientan la fe; esto que observamos no le va a la zaga. Porque los angelotes que salen, con esas alas puestas en la cabeza, vienen a este Qué bello es vivir, más allá, supongo, de guerras, latrocinios, calamidades o pandemias.
Querría pensar, incluso, en el coaching o esa sicología positiva con los emblemas de Mr. Wonderful por bandera que pretenden que observemos la realidad con un prisma de fantasía. No doy crédito, la verdad. ¿Comprenden ustedes que esto de Alegría Station está alejado totalmente del mundo adulto, donde la cotidianidad está cargada de pequeños y grandes problemas que vamos arrastrando día a día, y que su resolución sí que nos provoca alegría? Veo sonreír así, de primeras, y hasta el final a Ximena Escobar y me entran agujetas en las mandíbulas. Ni por asomo puedo dudar de sus buenas intenciones; pero no hallo las intenciones. Se nos presenta para anunciarnos que es arquitecta y que le han encargado que cree un espacio donde se fomente la alegría. Hasta ahí, de acuerdo. Lo demás nada tiene que ver con ninguna construcción física, tampoco psicológica. Enseguida ella se viste de cocinera. Si no primara la plena bonhomía, cualquiera diría que no para de «acosar» a su nuevo compañero (la candidez es tal, que solo puede tildarse de cursi). Lo intenta besar, abrazar, como una adolescente en celo. Leonardo Echeverri consigue esquivarla; no obstante, acaba entrando al trapo.
No puedo entender que Natalia Menéndez esté al frente de esto y que permita tal desbarajuste, cuando al público participante ─ubicados en los flancos del escenario─ se le «adiestra» para hacer sonidos de la selva, realizar fotografías y bailar. No merece la pena hacer mucha crítica de esto; puesto que cualquiera afirmaría que es teatro amateur para aficionados. Ni siquiera se molestan en que quede un poco vistoso o que los movimientos ejecutados tengan algún fin. Ustedes dirán. A la performance se le suman diferentes escenas que fomentan la divagación, como ver a nuestro protagonista montar en bicicleta y lograr la meta con el máximo esfuerzo. Sí, se pone contento. Quizás se podría haber incurrido por otros vericuetos a partir de un sketch grabado en el que aparecen de tertulia un filósofo, un teólogo y un científico; pero, qué quieren, si apenas les da para discutir entre compadreos y risas. Por momentos, como suele ocurrir, se confunde la alegría con la felicidad. Nada que ver, desde luego. Aunque ni una ni otra discurren por circunstancias que ofrezca un soporte convincente. Solo puedo imaginarlos en un paraíso eterno, como almas despojadas de todo mal, o en una isla utópica ajenos de toda controversia.
Poco más se puede afirmar de este desatino.
De Elena María Sánchez
Idea original: Natalia Menéndez, Ximena Escobar Mejía y Leonardo Echeverri
Dirección: Natalia Menéndez
Reparto: Ximena Escobar Mejía y Leonardo Echeverri
Voz en off del locutor Radio Conecta: Alejandro Alcalde
Diseño de espacio escénico y vestuario: Elisa Sanz
Composición musical y espacio sonoro: Mariano Marín
Diseño de videoescena: José Eugenio Montoya
Movimiento escénico: Carmen Werner
Diseño de iluminación: Juanjo Llorens
Artista plástico: Luis Guillermo Vallejo
Ayudante de dirección: Pilar Valenciano
Residentes ayudantía de dirección Teatro Español: Paul Alcaide y Cristina Hermida
Una coproducción del Teatro Español, Teatro Azul, Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo en Bogotá y Pérez & Goldstein
Naves del Español en Matadero (Madrid)
Hasta el 10 de diciembre de 2023
Calificación: ♦
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