Magda Puyo se pone al frente de esta adaptación del texto de Elfriede Jelinek, para divagar sobre distintos temas en un espectáculo insípido
Por qué no reconocer que uno, a veces, cuando tiene que ponerse a escribir sobre un espectáculo es superado por la estupefacción de no saber a qué atenerse. Un texto que firma la Nobel Elfriede Jelinek, que tenemos presente por la escabrosa La pianista, que llevó al cine Michael Haneke. Este Viaje de invierno: el día que Jelinek dejó de tocar a Schubert, que no se ha traducido al español, es un texto escrito a partir de los lieder del compositor austriaco sobre los poemas de Wilhelm Müller. Una obra extensa y premiada que aquí se nos entrega reducida.
Función de noventa minutos en el Teatro de La Abadía. El tapiz lo ha llenado de espuma (pensemos nieve) Judit Colomer. El efecto de disolución puede ser sugerente y la sencillez que propone es coherente con la vaguedad del montaje. El ciclo de las estaciones es un símbolo hartamente explotado en la literatura. Volvemos, otra vez, a esa diatriba sobre leer o escuchar. Tomar estos textos con el detenimiento de la lectura puede que aporten un mundo, quizás complejo, para el que hay que estar preparado (o no).
Se nos presenta Rosa Cadafalch a divagar sin mucha enjundia sobre el tiempo. Una de esas disquisiciones repletas de paradojas que no son más que de Perogrullo, por mucho que ansíen algún posicionamiento metafísico. Se nos pasa de un tema a otro sin el menor contexto. Me viene a la cabeza el espectáculo de hace unas semanas de El corazón del daño, de Negroni. Parecen historias escritas a vuela pluma, de las que no podemos sacar nada en claro. Hablar aquí de profundidad es lanzarse mucho a la piscina. Estaría encantado de atender a alguna tímida conclusión de los que aplauden efusivamente o en los que califican el artefacto de obra maestra.
Porque si debemos recurrir a esa marca denominada «envoltorio poético», entonces… ¿Qué podemos hacer con las coreografías que ha pergeñado Encarni Sánchez, ejecutadas por todos los intérpretes (no todos bailarines, que sepamos) y que, vestidos de rojo, amarillo, azul y verde, nos pueden retrotraer al grupo Parchís participando en el programa infantil La cometa blanca, allá por el 1981? ¿O no es ridículamente naíf todo ese movimiento tan gimnástico? Y más si Laia Alberch se expresa con ironía tontorrona cuando elabora su minirrelato. O, quizás, debamos especular sobre algo macabro que no se nos alcanza. Esto debería ser romanticismo schubertiano; no obstante, acaba en el sentido más cursi posible. Que la propia coreógrafa se plante desnuda para escenificar el célebre secuestro de la niña Natascha Kampusch, me parece una boutade. No sé, creo es un tanto incoherente respecto del contenido y de la forma general de la propuesta.
Si en un momento entra en acción Pepo Blasco, pues uno se pone intelectivamente a pillar sus elucubraciones sobre su mujer y su hija, y su separación, y aspectos que suenan altamente cotidianos y que no resultan, en absoluto, dignos de nada que vaya más allá. Tampoco son las del elenco interpretaciones muy esforzadas; puesto que se ajustan a las propias de un narrador, más que de un monologuista.
La música podría ser uno de los puntos más atrayentes de esta pieza. Y así lo es, desde mi punto de vista. Las composiciones de Clara Peya, quien ya nos deleitó hace unos meses en Harakiri, vuelve a mezclar lo clásico con lo tecnológico a través de samplers que poseen su singularidad y nos derivan hacia una estética más contemporánea. No participa ella en estas representaciones en Madrid, sino la ha sustituido Bru Ferri, quien funciona excelentemente en las teclas, aunque no tanto en sus ejecuciones dancísticas.
Poco invernal todo, si debemos pensar en la senectud, en la muerte, en el límite, en el fin de un ciclo vital. Más navideño me parece. Y muy aburrido. Tiene, además, ese tono de cuentecillo de costumbres, a pesar de los tenebrosos asuntos soterrados. Pero, sobre todo, es la levedad de los propios discursos en su dispersión, en no querer atenazar a esa supuesta conceptualización. Salgo del teatro y no sé de qué me han hablado.
Texto: Elfriede Jelinek
Traducción: Marc Villanueva
Dramaturgia: Magda Puyo y Marc Villanueva
Dirección: Magda Puyo
Reparto: Laia Alberch, Pepo Blasco, Rosa Cadafalch, Bru Ferri y Encarni Sànchez
Escenografía: Judit Colomer
Iluminación: David Bofarull (AAI)
Composición musical: Clara Peya
Movimiento: Encarni Sánchez
Vestuario: Nina Pawlowsky
Espacio sonoro: Carles Bernal
Fotografía: Carlota Serarols
Dirección de producción: Júlia Simó Puyo
Ayudante de producción: Guillem Albasanz
Jefe técnico: Joan Martí
Una producción de la Sala Beckett y Cassandra Projectes Artístics
Con el apoyo del Departamento de Cultura de la Generalitat de Catalunya y Ajuntament de Barcelona, programa de becas CREA cultura y la Oficina de Suport a la Iniciativa Cultural (OSIC)
La traducción de esta obra ha contado con la colaboración del Goethe Institut – Barcelona
Teatro de La Abadía (Madrid)
Hasta el 12 de noviembre de 2023
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