Tomás Pozzi y Martiño Rivas se dejan la piel en Cuestión de altura en el Teatro Español (Madrid)
La sala pequeña del Teatro Español refleja al propio público deformado por unos espejos que adelantan la metamorfosis a la que se va a ver sometido el doctor Cebrián. Un piso digno de un adinerado y triunfador psicólogo que apenas ronda los veintitantos años recibe la llegada de su dueño tras una noche de gloria y éxtasis discotequero. Es él, Martiño Rivas, que con su planta, con su chulería y con su insolencia juvenil, quien se mete en las carnes de un psicólogo que ya lo ha conseguido prácticamente todo en la vida. Ahíto de esplendor, después de una súbita transformación mágica —como en varias ocasiones hemos contemplado en el cine—, donde había un bello espécimen, ahora tenemos a un tipejo de metro y medio, medio calvo y no medio argentino, sino completamente argentino. El paradigma de psicoanalista freudiano y verborreico, antítesis del estilizado españolito aupado por decenas de másteres, por sus capacidades atléticas y fundamentalmente por una belleza que avanza el principio de su valor como doctor. Ese argentino es Tomás Pozzi, una bestia escénica, un monstruo interpretativo, un saltimbanqui alocado, un bailarín melopeico, un salvaje que no pierde ripio, un actor que inunda el escenario con sus cambios de registro, de humor, de ritmo; alguien capaz de sobredimensionar a un personaje a punto de explotar emocionalmente y que debe hacer equilibrios sentimentales sobre la cornisa de su ático. Tomás Pozzi convierte un texto, a priori, un tanto maniqueo, excesivo en los extremos, en una excavación hasta las entrañas de un hombre que ha debido cubrir su pasado en desgracia con todas esas capas de superación, olvido e impostura que lo han obligado a crearse un bello personaje de sí mismo. Todo un psicoanálisis repleto de momentos divertidos y trágicos al mismo tiempo, una concatenación de pinceladas agridulces en esa profundización hasta lo más íntimo de su ser; aunque sea a costa de aceptar que un tío de menos de treinta años ha logrado ese encumbramiento en el campo de la psicología. Seguramente, alguien con más edad que Martiño Rivas, el cual sale bien parado en la disputa con su esparajismero álter ego, hubiera dotado de mayor credibilidad a la historia, que, por otra parte, necesariamente debe jugar con el psicoanálisis del propio psicoanalista. Definitivamente, una obra que va ganando en matices según se aproxima al final, que sabe esquivar lo melodramático a través del cinismo y el sarcasmo, y que nos da como resultado a unos actores que, muestra de su ímpetu, terminan derrengados entre los aplausos de un público que se marcha satisfecho después de ver cómo ese Adonis revela sus propias miserias.
Cuestión de altura
Autora: Sandra García Nieto
Director: Rubén Cano
Reparto: Tomás Pozzi, Martiño Rivas
Iluminación: Paco Ariza
Escenografía: Carmiña Valencia
Teatro Español (Madrid) – Sala pequeña
Hasta el 16 de febrero
Calificación: ♦♦♦
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Un comentario en “Cuestión de altura”