Síbaris

La única obra teatral del exitoso novelista Domingo Villar sube a escena en una propuesta con todos los vicios de la comedia burguesa

Síbaris - FotoTambién los Teatros del Canal se manejan con el efecto halo como así lo han hecho en el CDN con David Trueba. El exitoso autor de novela negra Domingo Villar falleció de manera sorpresiva hace un par de años y dejó escrita su primera incursión teatral. El espectador habitual quedará, pienso, estupefacto, pues el producto que se presenta es propio de teatros comerciales sin fuste y espacios off, que acogen cualquier comedieta al uso, a ver si suena la flauta. Que Síbaris no hay por dónde cogerla eso se huele a la primera de cambio; porque la construcción de los personajes es endeble. Empezando por el protagonista, el escritor Víctor Morel, que ha decidido volver a la esfera pública después de veinte años; ya que está terminando su nueva obra. Carlos Blanco encarna este papel con una displicencia que resulta poco atractiva. Se muestra de una forma bastante anodina. Si lo que se procura es recrear a un tipo solitario, casi un sociópata o agorafóbico, que anhela vivir en esa isla de Síbaris (de ahí procede el término sibarita) fuera de este mundo que ha perdido los valores, entonces no sale demasiado de la normalidad. ¿Cómo se manifiesta ese carácter? No como un Woody Allen neurótico; sino con insensatas descripciones sobre su negativa a dar conferencias, dado que acaba de llegar de París, donde ha tenido que abandonar una charla a los diez minutos. O acaso debemos pensar que esa excentricidad tan ridícula y naíf de ponerse sombreros muy decorados, de señora, algunos, es suficiente para caracterizarlo. Por cierto, la escenografía de Marta Villar resulta paradójica. Si el vestuario de este hombre, insisto, va tirando a hippie trasnochado, el apartamento tiende al minimalismo o a esa decoración que consideraríamos de «diseño» (sea eso lo que quiera decir). O sea, con un móvil de Calder sobrevolando el centro, unos cuadros de Mondrian, Roy Lichtenstein…; más una gran biblioteca y otros muebles acordes (excepto el escritorio, que desentona bastante). Luego, para aumentar superficialmente esa supuesta extravagancia, un busto de mujer con largos brazos sirve de interlocutor viviente, la señora Simmons nos acompaña con un secundario más. Al menos, el espacio sí que nos permite adentrarnos en la situación con algo de gusto.

Por otra parte, el argumento intenta ahormarse bajo la cuestión del escritor atormentado por la incapacidad para terminar su esperada novela. Sin embargo, enseguida el asunto deriva por aspectos rocambolescos que deben hacernos reír; pero es que el director, Lois Blanco, ha dejado que la propuesta se vuelva taciturna y melancólica. Ha introducido unas innecesarias transiciones musicales y para ello aparece Pablo Novoa, gran guitarrista que, en los últimos tiempos, ha cobrado popularidad más allá de su arte por salir en el extinto programa de Buenafuente (Late Motiv). Un poco de suave rock y algo de blues no parecen encajar adecuadamente en una pieza que pide ritmo a raudales. Es más, que, de modo recurrente, sin producir la menor gracia, el protagonista se asome a la ventana con la esperanza de que su gato Capone regrese al piso, para acometer unos pensamientos suicidas, tampoco ayuda a darle vivacidad al espectáculo («Puede que me asfixie con el gas de la cocina…»).

Todos tenemos claro que, si quieres lanzar una comedia por una colina como una bola de nieve imparable, al menos debes ofrecernos unos personajes dispuestos a ello. Si nuestro Víctor no es demasiado estrafalario (de «pintoresco», lo han tildado); aunque por lo visto es tan reputado que lo reclaman de medio planeta; entonces, Laura, su esposa, debería ser alguien verdaderamente enloquecido para llevarnos hacia donde vamos. En realidad, Belén Constenla, quien trabaja con el humor negro, sondea terrenos de pura anomia; sin embargo, la actriz no exprime su cariz macabro hasta el punto de apoderarse de la función como debería, porque de ella surgen las soluciones más rocambolescas. Si necesitan dinero para pagarle los estudios en Oxford a la hija, algún plan necesitarán. Si los manuscritos de Cioran (esto es lo poco cultureta que se muestra nuestro ínclito literato) se vendieron por medio millón; pues ya tienen la pista. El grado de inverosimilitudes que se avanzan desde ese momento son insuperables. No digo que, con otro tono, puestos directamente en la astracanada sin fin nos hubiéramos podido divertir para más adelante olvidar; pero así parece una broma elaborada por un verdadero amateur que no ansía dotar de la más mínima consistencia a su texto. Jugar a la muerte del autor para ganar prestigio en la posteridad y que su manuscrito pergeñado a posteriori alcance cifras astronómicas nos pueden recordar al Descarados, de Darío Fo, que veíamos hace unas semanas. Porque se pretende sustituir el cuerpo por el del vecino hipocondriaco ─quizás hubiera dado juego verlo en acción─. Y qué decir de Marcus, el agente literario indolente. Esto sí que no se puede creer de ninguna manera. Oswaldo Digón traslada la indolencia de este individuo sin entidad. Luego, encima, tendrían que explicarnos cómo es que han situado al propio Novoa a interpretar a un doctor. Ya no sabemos si estamos en la televisión en alguna de esas aparentes improvisaciones o si, sencillamente, se espera que su naturalidad nos haga carcajearnos. Pocas risas, por cierto, a lo largo de un montaje que supera los noventa minutos para rematar con un premio nobel, que genera el entusiasmo en su representante propio de alguien galardonado con los Juegos Florales de Villanueva de Abajo.

Y toda esta insensatez se supone que es para que se aborde una especie de ascetismo del artista, que huirá a Grecia a dar cumplimiento a los dictámenes existenciales de su célebre novela. No sé, si a ustedes les divierte…

Uno entiende que desde el cariño se quiera homenajear a un amigo, a alguien que se admira; pero se le ha hecho un flaco favor a la memoria de Domingo Villar. Todo escritor tiene en su cajón proyectos que deben desaparecer entre las llamas.

Síbaris

Texto: Domingo Villar

Dirección: Lois Blanco

Intérpretes: Carlos Blanco, Belén Constenla, Oswaldo Digón y Pablo Novoa

Escenografía: Marta Villar

Diseño sonido: Pablo Novoa

Diseño iluminación: Dani Juncal

Vestuario: Marta Villar

Música: Pablo Novoa

Teatros del Canal (Madrid)

Hasta el 27 de junio de 2024

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