Tiago Rodrigues toma como excusa la obra de Shakespeare para distanciarse hasta deambular por la performatividad genesiaca

Estamparse contra un límite dentro del arte puede ser muy beneficioso; pues alerta a otros artistas de que ese camino es un callejón sin salida. Antes, los creadores se daban cuenta de esto, que hasta las vanguardias tenían sus reglas, y no saltaban al vacío porque sabían que los espectadores no tragarían con cualquier propuesta (con excepciones, claro); pero desde que se abrió la espita posvanguardista y posdramática, pues ha ido surgiendo un público, una élite, poseedora de unas tragaderas tan inmensas como su ceguera crítica. Así que partamos del propio límite que había sondeado Tiago Rodrigues con la obra que pudimos ver hace dos años, Sopro; donde los actores ya eran despojados de sus personajes para quedarse inermes. Sigue leyendo