Traición

Raúl Arévalo comanda esta versión elegante de la obra de Pinter que dirige Israel Elejalde en el Teatro Kamikaze

Foto de Vanessa Rabade

La trama que dibuja Harold Pinter en esta obra, estrenada en 1978, no es nada del otro mundo; pero se adereza de tal manera, que uno queda absorbido por la atmósfera melancólica y aquiescente. Hablamos de adulterio como si no fuera ya un lugar común en la burguesía de los sesenta y setenta londinenses (y de cualquier época). El juego nihilista y cínico de aceptar que la vida está llena de placeres sensuales y de compromisos ineludibles que se deben conjugar con el poso amargo de la derrota y la victoria pírrica. Un comienzo anticlimático, situado en el final de la historia, con los ex amantes en la frialdad de un reencuentro sin sentido, sin objetivo, sin la tensión erótica de otras citas. Una escena en sí misma floja, en un exceso de distancia; donde los propios intérpretes se muestran timoratos y sin personalidad. Chismorrear sobre las ascuas de un amor, celos retroactivos y, por lo demás, ponernos al día de quiénes son los personajes que van a deambular delante de nuestros ojos. Que la historia avance hacia atrás es un plus y una treta maléfica; pues nos dispone hacia el origen sorpresivo del adulterio conocido por sus protagonistas y su víctima. A tenor de lo observado, me parece que Raúl Arévalo, en el papel de Robert, el supuestamente engañado por su mujer, pone la función en otro nivel y se hace con ella de una forma tan sutil como grandiosa. El actor ha realizado una labor creativa memorable, con esos gestos entre amanerados, snobs y casi gansteriles; como si, por un momento, fuera a sacar su Colt 45 para emprenderla a tiros. A veces fanfarrón, otras malencarado, con frecuencia cínico. Su sarcasmo se engrandece según comprendemos más de su historia. Sigue leyendo

E.V.A.

Las T de Teatre celebran sus veinticinco años con un drama entrañable sobre las heridas del pasado y la visión renovada para el futuro

Foto de David Ruano

La confluencia de motivos e ideas ha permitido que las T de Teatre se hayan hecho un autohomenaje tras estos veinticinco años desde la creación de esta exitosa compañía. El texto escrito por Marc Artigau, Cristina Genebat y Julio Manrique se configura con una aproximación al thriller, al drama existencial con tintes de comedia; aunque tenemos que reconocer que las dosis de humor son más leves que en otras ocasiones —si recordamos Aventura! o Premios y castigos. Las cuitas personales de las cuatro protagonistas se nos presentan entremezcladas para confluir en un final que nos reconcilia emocionalmente con su devenir. Es precisamente en el desenlace cuando uno puede justificar algunas escenas un tanto anodinas que parecen ocupar un lugar de relleno para que no se descomponga el puzle. Pero si fuera trepidante, perdería la hondura hacia la que nos dirigen. Desde luego, la fantástica escenografía de Alejandro Andújar, un gran cajón rectangular que favorece espacios nuevos y perspectivas inéditas provocando una sensación cinematográfica, apuntalada por los vídeos que se proyectan en el gran frontón superior que ha preparado Francesc Isern, resulta atractiva y provoca nuestra atención. Entre las virtudes de esta historia entrecruzada están los diferentes puntos de vista que se nos plantean. Sigue leyendo