Tres sombreros de copa

Natalia Menéndez dirige la famosa obra de Miguel Mihura con un montaje con una factura magnífica

Foto de marcosGpunto

Seguramente el mayor problema que tiene esta obra de Miguel Mihura sea la pérdida del contexto para exprimir con mayor tino su crítica y su sátira sutil a una época. Ya, claro, no nos puede decir tanto como antaño, porque, por un lado, el matrimonio ya no es lo que era y; por otra, los personajes carpetovetónicos ahora son más pop y hedonistas de lo que ellos quisieran. Lo que realmente mantiene vigencia es el humor, tan genuino y chocante que hoy tiene una reverberación sin igual en la figura del humorista Joaquín Reyes (y su troupe). Es un humor basado en el ingenio, en buscar el recoveco de la palabra para lograr el chiste inverosímil, que se apoya en lo absurdo tanto como en la sagacidad, en la búsqueda de discursos alternativos, a veces, más sensatos que los reales. Es un humor, además, que requiere un oído atento para desentrañar el hallazgo extraño que llega de improviso y sin que se nos deje recuperar el aliento. Escuchamos a Groucho Marx, a Jardiel Poncela, a Tip y Coll, a los Monty Python y a esa lista de mentes privilegiadas capaces de establecer una nueva lógica a nuestra manera de pensar. Con Tres sombreros de copa ―a diferencia de otras comedias suyas (véase Maribel y la extraña familia)―, el ritmo no decae y el arco dramático que se establece en el inicio culmina muy proporcionalmente al final. Sigue leyendo

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La tumba de María Zambrano

Una colección de impresiones oníricas en este cuadro viviente sobre los recuerdos de la célebre filósofa

Foto de marcosGpunto

Parece que la dramaturgia con la que Nieves Rodríguez quiere insistir se funda más en la creación de imágenes y en un excesivo trabajo de la elipsis. Ya lo observamos con su anterior obra: Por toda la hermosura. En esta ocasión es María Zambrano el motivo para desarrollar una función en la que, ante todo, se echa en falta mayor contenido, una sustancia que verdaderamente nos permita adentrarnos en aspectos más profundos e interesantes de la filósofa. Pero lo que nos encontramos es con un cuadro viviente —y no demasiado— de seres insertos en una dimensión onírica —la obra se subtitula «Pieza poética en un sueño». No podemos parar de preguntarnos dónde está aquella librepensadora, porque lo que contemplamos son unas pinceladas tan nimias, tan redundantes en sus movimientos y tan próximas al mundo infantil que por momentos podría tratarse de una mujer desconocida. No es tanto que seamos incapaces de reconocer los permanentes símbolos, como de la disposición de los elementos —demasiado volcada hacia lo performativo y lo coreográfico— se constriñe a chispazos que no logran trascender. Eso sí, Jana Pachecho nos ofrece un montaje bien ensamblado y con un acertado aprovechamiento de la escenografía. Sigue leyendo