Yerma

Karina Garantivá encarna al personaje lorquiano en una propuesta muy actual, dirigida por Ernesto Caballero

Yerma - FotoMerece la pena, primeramente, echar un vistazo a dos Yermas que se pudieron ver, entre otras tantas, en los teatros madrileños en los últimos tiempos. Una fue la de Marc Chornet, quien intervino el texto para dar cabida a la posibilidad de que la protagonista se fuera a vivir a otra población con Víctor. Otra fue la protagonizada por María León, dirigida por Lola Blasco, que acusaba un esteticismo ciertamente distanciador. Este último aspecto es el que se acorta en el montaje de Ernesto Caballero, para posibilitar el hecho de que este personaje tan agónico resulte creíble en alguno de los pueblos entristecidos y solitarios de España, donde aún los aires de las tradiciones se entremezclan con una modernidad que no termina de asentarse. Por eso resulta muy significativo el uso del tema «My Body is a Cage», de Peter Gabriel. No es solo la jaula del cuerpo que no procrea; sino la jaula rural con sus compromisos tan difíciles de zanjar, ya sea desde lo económico, o de lo familiar.

Karina Garantivá se pone al frente de esta nueva propuesta de su «Teatro Urgente» para ofrecernos una Yerma cargada de enfado, a veces, desesperada, y con unos ojos que van asentando un desprecio por su marido que nos transmiten con viveza el sacrificio. Esta amalgama de disposiciones son las que marcan el ritmo de una pieza casi desnuda, donde apenas se juega con unos pocos elementos que, en distintos momentos, sirven más como símbolos que como creadores de espacios. Así las palanganas ya no funcionan como lavatorios, sino como «purificadores» de toda esa costra pecaminosa que se les ha pegado al nacer a las tres mujeres que se reúnen para contarse sus penas. Escena en la que Ksenia Guinea destaca por su entrega.

Luego, Rafael Delgado, como Juan, posee la fuerza telúrica de quien está arraigado a la tierra y a las convenciones sociales. La interpretación fulge violencia y, aunque resulta inverosímil el desenlace en un hombre tan vigoroso, sabe combinar a lo largo de la función esa energía con una pena honda, de quien no se siente ni dueño de sí mismo. Otra víctima más de unas tradiciones que ya no favorecen a nadie. Por su parte, Felipe Ansola, quien encarna a ese amigo que se inmiscuye en los austeros hábitos del matrimonio, cumple con cierta sobriedad con su papel. Pienso que es un punto a favor que no se quiera significar. Igualmente, otro acierto es cómo los versos lorquianos fluyen de una manera que llegan a parecer naturales.

Sí que hay que reconocer que se manejan algunos exabruptos que principalmente se observan en la verbena carnavalesca, con música actual, donde Ana Sañiz, que estaba haciendo de María, la amiga que sí ha conseguido tener un hijo, y que demuestra que no es la panacea vital, se trasviste ahora de gogó diablesa para marcar el contraste en una confluencia de caracteres algo caótica.

Quizás, en el ansia de acercar con sensatez el texto de Lorca a nuestro tiempo, el personaje de la vieja pagana —aquí, rejuvenecido— que toma Raquel Vicente, pierde importancia y da la sensación de que sobra; puesto que el ambiente ya no favorece su discurso.

Muchas Yermas, pues, y esta de Caballero tiene su potencia y su validez, y se disfruta porque reverbera con su esencia; porque perviven algunos de esos empujes que mitologizan la maternidad y las estructuras sociales que esto conlleva.

Yerma

Una obra de Federico García Lorca

Dirección: Ernesto Caballero

Reparto: Karina Garantivá, Rafael Delgado, Felipe Ansola, Raquel Vicente, Ksenia Guinea y Ana Sañiz

Ayudantes de dirección y creadores asociados al proyecto: Pablo Quijano y Miguel Agramonte

Asesoría técnica y de iluminación: Paco Ariza

Diseño gráfico: Dusan Arsenic

Gerente de producción: Ana Caballero

Un espectáculo producido por Teatro Urgente en Residencia en el Teatro Quique San Francisco.

Teatro Quique San Francisco (Madrid)

Hasta el 23 de octubre de 2022

Calificación: ♦♦♦

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Elogio de la pereza

La dramaturga rumana Gianina Cărbunariu lanza una reflexión sobre los desafueros del mundo laboral de nuestro presente a través de semblanzas ejemplares

Foto de marcosGpunto

Las expectativas con esta nueva obra de Gianina Cărbunariu eran altas, después de que nos deparara un gran aldabonazo con aquella función que presentó hace dos años en este mismo espacio del Teatro Valle-Inclán, titulada De vânzare / For sale. Pero lo cierto es que Elogio de la pereza adopta un tono que rápidamente se nos torna anticuado, guiñolesco y con un discurso poco clarificador en sus objetivos. El planteamiento nos dispone un Museo del trabajo y de la explotación, que se está creando en el futuro; cuando la jornada laboral dure tres horas. La idea de qué hacer con tanto tiempo de ocio ―parecería la Edad Media―, no se desarrolla y, desde luego, nos quedamos con las ganas de comprobar las cuitas existenciales. Lo que sigue es una visita guiada por las salas del susodicho museo. Un recorrido expuesto con ese acento suave de sátira, de incisión estereotípica, de cuentecillo moral carente de la crítica mordaz (además de la autocrítica sobre nuestra responsabilidad política y ética) que uno espera de una obra de teatro inteligente. Los referentes parecen evidentes, el más claro ―como así se nos hace saber en la primera etapa― es Paul Lafargue (el yerno de Karl Marx), que con su libelo El derecho a la pereza, se ha ganado toda nuestra admiración. Sigue leyendo