Fernando Bernués dirige esta obra de Édouard Louis, donde se reitera su historia vital en el Teatro Español
¿No es esto exprimir a un valor seguro que incide en lo mismo? En los últimos tiempos, la editorial Salamandra ha conseguido que las «novelas» (o crónicas noveladas) de Édouard Louis también sean un éxito aquí en España, como lo han sido en Francia. El propio escritor ha estado en varias veces en nuestro país, ya sea para avalar la adaptación que realizó La Joven sobre Para acabar con Eddy Bellegueule, como para protagonizar directamente su Quién mató a mi padre, bajo la tutela de Thomas Ostermeier (este ya había llevado a las tablas Historia de la violencia, que es una narración con otra enjundia). Sigue leyendo

Esta historia trata, ante todo, de la pobreza. De cómo vive un homosexual en la podredumbre. Que va de la pobreza se entiende si uno no se deja arrastrar por las corrientes de «pensamiento» actuales. Luego, el lector, confirma en el epílogo que fuera del pueblo depauperado las cosas son de otra manera. ¿Acaso no hay homofobia en las clases medias? Por supuesto, pero en un grado muy menor. ¿O acaso la educación, el civismo, la instrucción en un ambiente de bienestar, no sirven para nada? Ya que esta obra forma parte de un proyecto educativo, así que su confianza en la transformación —muy ilusa, ya se lo digo yo— en la educación, es importante. Con algunos pueblos, con algunas ciudades de provincias, pasa igual que con los barrios opresivos que son como sectas; aunque luego, en muchos casos, ciertos partidos políticos tomen esa putrefacción moral como sello de pedigrí supuestamente anticlasista: «Ser de barrio X» (genuinidad a costa de distintos ostracismos). Teatralmente esto se quiso desarrollar en